No me salen las cuentas


Ésta es una batalla perdida, lo sé. Me refiero a la de contar manifestantes. Pero regresé al campo del honor hace unos días, cuando entrevistaron a un jubilado indignadísimo. Les pondré en antecedentes.

Jubilados manifestándose en Barcelona. Muchos.

Ya sabrán que los jubilados se manifestaron para protestar por el varapalo que están dándole desde el Gobierno a las pensiones. Su protesta surgió espontánea, ajena a los partidos políticos, a los sindicatos y compañía. Que yo sepa (y puedo equivocarme) sólo el PSOE había iniciado una reflexión en voz alta sobre el sistema de pensiones, pero no tuvo mucho eco en los medios de comunicación; si los demás partidos hicieron algo parecido, que se lo hagan mirar, porque su voz no nos llegó. 

¡Al grano! El caso es que las protestas de los jubilados se hicieron públicas sin intervención de los partidos y luego, cuando vieron el éxito, todos se sumaron al carro. Cínicamente, en algún caso. Señalo a los antiguos convergentes, que en su día votaron a favor del actual sistema de pensiones (el motivo de la queja) y hoy, sin rubor alguno, echan todas las culpas a eso que llaman Estado español, porque yo no fui, o no me acuerdo. Total, que los jubilados se manifestaron y sorprendieron a todos por su número y contundencia.

Ahora llega lo del jubilado indignadísimo. A su natural indignación por las pensiones de mierda, se sumaba ahora la estimación del número de manifestantes según la Guardia Urbana. Treinta mil, dijeron (en Barcelona). ¡¿Treinta mil?! ¡¿Cómo tienen la desfachatez de decir que sólo somos treinta mil?! ¡Somos muchos más!

En Corea del Norte sí que saben manifestarse, y numerarse.

Esas cosas pasan cuando contamos los manifestantes por millones. Pasa el papa de Roma por la calle y salen a saludarlo un millón de barceloneses. Gana el Barça alguna cosa y otro millón se echa a la calle. Las manifestaciones privatizadas à la Coréen del 11 de septiembre suman uno, dos o tres millones, si nos ponemos. Las que organizan los del otro bando, otro tanto. Hasta la más mínima protesta pasa del cuarto de millón de manifestantes. Hablar de treinta mil manifestantes es, en efecto, una bofetada en la cara, si contamos tan a lo grande cualquier salida a la calle.

Eso, en Barcelona. 
En Madrid lo tienen peor, porque se manifiestan hasta las ovejas.

Sostengo que nunca (repito: nunca) se han manifestado a la vez un millón de personas en Barcelona. No me lo creo. No me salen los números. Lo siento. Será mi manía de contar metros cuadrados y densidad de personas la que me lleva por mal camino, será que los manifestantes consiguen burlar la física y ocupar espacios mínimos inverosímiles y no me he enterado. Afirmaciones extraordinarias exigen pruebas extraordinarias y yo todavía no las he visto.

Un aficionado a la historia militar como un servidor de ustedes citaría batallas en las que se sumaron, entre amigos y enemigos, prietas las filas y en formación de falange, cuarenta, cincuenta o cien mil soldados, que se extendían por un frente de cinco kilómetros. Sabemos cuánto espacio ocupaba una legión romana, cuánto tiempo tardaron los persas en cruzar el Helesponto, cuántos kilómetros de carretera ocupa una división panzer... y luego nos vienen los manifestantes, o la Guardia Urbana, o quien sea, con doscientos mil manifestantes delante de la Estación de Francia, medio millón en el Paseo de Gracia o casi dos millones no sé dónde, y no sé dónde porque, literalmente, no caben.

Al indignadísimo señor jubilado le diría que treinta mil personas son mucha gente. Mucha. Además, observen ustedes que las últimas manifestaciones se están contando a la baja y van aproximándose a cifras más razonables. La manifestación feminista del 8 de marzo apenas sumó 200.000 personas, según las autoridades, en vez del millón que hubieran sido si en vez de lilas hubieran sido amarillas (porque la superficie del manifestódromo coincide con otras concentraciones millonarias). No sé si fueron tantas personas, pero sí que fueron muchas. 

Algunas manifestaciones son más difíciles de contar que otras.

Hace nada, la ANC protestó y dicen que llegó a 45.000 personas. Me parecen demasiadas, por el espacio ocupado; creo que algo próximo a la mitad de eso sería más correcto. Ay, cómo añoran el millón de antaño... Los de Tabarnia sumaron 15.000 personas, una cifra curiosamente razonable, aunque la acepto sólo con muchas reservas. La última de Sociedad Civil Catalana sumó 7.000 manifestantes, a decir de la Guardia Urbana, o 200.000, a decir de los organizadores. Dos órdenes de magnitud de diferencia no están nada mal y señalan que las matemáticas no son nuestro fuerte. Creo más próxima a la realidad la cifra de los 7.000; pero, entonces, la ANC habría sumado bastante menos de 20.000 personas y los de Tabarnia casi tanto, aunque algo menos, pero muy cerca; las feministas (¡ojo!) habrían sumado más de 100.000 y los jubilados, esos 30.000 justitos. ¡Mucha gente, carajo!

¿Qué se deduce de todo esto? Uno, que las manifestaciones controladas por el poder suman más personas por metro cuadrado que las demás. Dos, que últimamente se cuentan a la baja los manifestantes. Uno más dos, tres: últimamente la gente protesta al margen del discurso de los partidos. El punto tres daría para mucho y tendría que hacernos reflexionar a todos.

Existe un cuarto punto. La política ha de basarse en hechos, en la dura realidad. Quizá sería hora de admitir que el millón de manifestantes es y ha sido siempre una fantasía y que treinta mil personas son, en verdad, una muchedumbre numerosísima.

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