Los justos


Los justos, de Albert Camus, es una obra de teatro que se estrenó en 1949. Imagínense un grupo de terroristas de un tal partido socialista revolucionario. Quieren recibir al gran duque Sergio de todas las Rusias con un par de bombas, para cargárselo, hacer la revolución y tal. Uno de los líderes del grupo, Fedorov, es un fanático brutal, que ha perdido la humanidad que tenía, el amor que sentía y todo lo demás, y ahora no es más que una máquina de odio y absoluta sumisión al partido. Kaliayev, en cambio, es otra especie de fanático, nacido en el seno de un idealismo desaforado que se permite dar la vida, y quitarla, por la causa del amor (entendido sui generis). Cuando Kaliayev está a punto de arrojar la bomba mortífera, descubre que en el carruaje del gran duque viajan también unos niños. Entonces...

Camus escribe una obra de teatro en la que un grupo de terroristas discuten sobre la ética de sus crímenes. Puede leerse como una denuncia del gran absurdo de la violencia política, que en el fondo no es más que una forma de odio morboso y pestilente, o puede entenderse como un juego entre las diversas facciones de la izquierda europea en tiempos de Stalin, donde Camus, suponemos, deja entrever que hay revoluciones, o maneras de entender la revolución, que llevan en su seno la semilla del mal, y este mensaje provocaría la urticaria más aguda en la entonces poderosa organización comunista francesa, sometida todavía al PCUS soviético, de la que Camus se desentendería poco después.

Existe otra interpretación: Los justos sería un ejercicio de argumentación moral para el goce íntimo de la intelectualidad parisina de aquel entonces, que veneraba a Heidegger y permanecía ciega con respecto a Stalin. Es decir, una cháchara hueca y desnortada de una tropa de existencialistas bebedores de absenta. Se me va la mano detrás de esta hipótesis, pero no es el caso. Lo cierto es que Camus planta cara a la semilla de la tiranía que se oculta en el fanatismo revolucionario. Pero sigo imaginándome esas conversaciones de salón interminables y angostas sobre el significado existencial de todo este asunto, qué le vamos a hacer.

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