Problemas políticamente correctos

Quien insiste en no utilizar el genérico y emplear los dos géneros gramaticales, atentando contra la economía del lenguaje, se encuentra esta semana con una complicación sobrevenida. Norrie May-Welby, de 48 años, nació varón, pero no se sentía varón. En 1990, el bisturí y las leyes del Reino Unido hicieron de él una mujer. Sin embargo, el cambio de morfología sexual y de sexo legalmente reconocido no hicieron de ella una persona feliz. Descubrió que se sentía tan a disgusto con la condición de mujer como con la condición de varón e inició una batalla legal para ser declarada persona de sexo neutro. Las agencias de noticias no mencionan si además hubo un tratamiento médico para neutralizar su condición sexual, la que fuera. En el fondo, qué más da. La cuestión es que un tribunal del Reino Unido lo ha declarado, efectivamente, persona de sexo neutro, inaugurando una nueva condición sexual en la identidad de las personas de nacionalidad británica.

Para responder a la polémica generada, esta persona ha declarado que la orientación sexual no es tan importante como la gente cree. Lo dice quien ha pasado por todos los sexos, por algo será.

Quizá haya sido el primer caso de hermafroditismo legalmente reconocido como identidad sexual, o quizá no, porque quizá no sea exactamente hermafroditismo, sino otra cosa, la que ha sido reconocida. No lo sé, soy un ignorante y se me escapan estas sutilezas. Me importa poco ahora mismo, porque quiero hablar de palabros y señalar que los personajes políticamente correctos y gramaticalmente ineptos no tendrán suficiente con decir ciudadanos y ciudadanas, porque dejarán a alguno fuera, lo discriminarán y eso, ay, va contra los principios de su (mal) uso del lenguaje. En cambio, el denostado genérico incluye a todo el mundo, sin distinción de sexo.

Este artículo va de gramática, pero el caso del señor o señora May-Welby me trae a la cabeza un chiste de Forges, el Grande. En el mostrador de un registro burocrático, al rellenar un cuestionario el funcionario pregunta: ¿Sexo? y el ciudadano cabizbajo y triste responde: Muy poco, oiga.

4 comentarios:

  1. Mi querido amigo,

    La cosa llamada Norrie May-Welby es un auténtico imbécil acompañado en su condición por aquellos en el tribunal que lo han declarado sexualmente "neutro".

    La actitud políticamente correcta de Occidente está alcanzando cotas gotescas pero no todos comulgaremos con ruedas de molino (tampoco con las de ciudadanos y ciudadanas).

    He dicho

    ResponderEliminar
  2. Querido Carlos,

    ¡Siempre tan contundente! Y siempre bienvenido.

    Aunque el caso es grotesco y surrealista, es cierto, me interesa porque pone en evidencia los límites del lenguaje políticamente correcto (y gramaticalmente nefasto). Es, lo he dicho, una complicación sobrevenida a esa manera de hablar tan pedante y artificiosa que, además, atenta directamente contra la filosofía pánfila que la sustenta.

    No entraré en el trapo de juzgar al señor o señora Norrie May-Welby. A todas luces no es un personaje normal, pero ¡tiene derecho a no ser normal! Lo que piense yo de su condición puedes imaginártelo, no hace falta que lo cuente aquí, pero la justicia está para defender sus derechos, y uno de ellos es considerarse a sí mismo «neutro».

    Si él dice que es una persona de sexo «neutro» (a saber qué quiere decir eso), y eso no hace daño a nadie, pues que sea lo que le dé la gana, caramba. El tribunal no ha hecho más que reconocer su derecho, dejando a un lado su imbecilidad, que no procede.

    El caso está en la línea de la jurisprudencia anglosajona, de raíz marcadamente liberal. Sólo a un inglés se le ocurre algo así.

    No sé qué podría pasar en una jurisprudencia basada en el Código Napoleónico, como la francesa o la nuestra, que dice que uno es o macho o hembra, y no me venga usted con tonterías. Declarar a alguien de sexo «neutro» en España es ahora mismo inconcebible (legalmente).

    En otro orden de cosas, Carlos, cada vez creo menos en la decadencia de Occidente. Mis últimas reflexiones me mueven a pensar que no es una decadencia, sino una caída en barrena. Es un punto de vista.

    ResponderEliminar
  3. Mi querido Luis,

    Aunque sabes de mi natural predilección por todo lo que huela a anglosajón y liberal (especialmente si de justicia se trata), debo reconocer que en este caso el sistema ha pinchado (la excepción que confirma la regla de su superioridad).

    Yo puedo considerarme taburete, velocirraptor o soplo de aire fresco, sin embargo, soy un ser humano varón. Se trata de una condición que adquirí en el momento de mi nacimiento (o incluso de mi concepción) y de la que no puedo desembarazarme (por mucho que me coloque bajo una mesa, muestre un comportamiento rapaz o me lance por una ventana esperando levantar el vuelo en una fría mañana bucarestina).

    Está muy bien (o no) que la ciencia (con minúsculas) haya avanzado lo suficiente para cambiar el sexo de una persona, sin embargo, por mucho a uno que le quiten un músculo de aquí y se lo pongan allí o simplemente lo lancen al cubo de la basura, la naturaleza nos ha hecho lo que somos y, por tanto, no es posible reinventarnos hasta ese punto, por muy grandes que sean nuestros deseos.

    Que la justicia nos reconozca taburete, velocirraptor, soplo de aire fresco o de sexo neutro me parece, simplemente, un dispendio arbitrario de caudales públicos y de tiempo, además de una imbecilidad.

    Saludos,

    Carlos

    ResponderEliminar
  4. Querido Carlos,

    Primero, una corrección. El personaje era inglés, pero el fallo ha sido de un tribunal australiano. Ahora vayamos al asunto.

    ¿Por qué tiene que meterse el Estado en mi condición de taburete? (Me encanta el ejemplo del taburete.)

    Al César lo que es del César, que se dice. El Estado se encarga de la «res publica»; de qué sientes, cómo lo sientes, con quién te identificas, lo que piensas o dejas de pensar te encargas tú. La identidad es mía; lo que afecta a todos puede ser competencia del Estado.

    Los regímenes totalitarios o las sociedades cerradas quiere meter mano a mi identidad: tengo que ser así, sentir amor por esto u odio por aquello, etc. Por eso, un régimen liberal, abierto, democrático o como quieras llamarlo, no se mete en las cosas de cada uno. ¿Que te gusta ser taburete? Pues muy bien, mientras no hagas daño a nadie. En el fondo ¿a quién le importa cómo te sientes? Es una cuestión personal.

    Ése es un tema. Si el señor o señora en cuestión quiere ser una persona de sexo neutro, pues que le vaya bien. Me sacará de quicio, me moverá a risa o me importará un comino, pero ¿qué me importa cómo se sienta? ¿Podemos obligarlo a sentirse tal o cual?

    Otra cosa es que nos cueste concebir el caso en cuestión, que atenta contra todo lo que interpretamos como «normal». Normal, normal, lo que se dice normal, no es, y por eso salió en los periódicos y provoca algunas reflexiones.

    El genotipo (los cromosomas) determinan que nos vemos con un varón. El fenotipo (el cuerpo y el comportamiento), en cambio, no sé muy bien qué determinan. Ciertamente, mi vocación de taburete choca con mis genes, que no me permiten ser bajito con tres patas, pero puedo esconderme debajo de las mesas y dejar que la gente se siente encima de mí.

    En el caso de un registro necesario, ¿qué tendría que registrar la ley? ¿El genotipo o el fenotipo? Pues ¿para qué es necesario? El debate es ése. Los australianos han escogido el fenotipo, ellos sabrán por qué.

    ResponderEliminar