La capilla Contarelli (II)


Una moneda basta para iluminar el ciclo de San Mateo. ¡Qué barato resulta llenarse de asombro y admiración!

Los frescos del caballero de Arpino pasan desapercibidos. Los tres lienzos de Caravaggio se llevan todos los aplausos de la función. La justicia existe, al fin. Hace más de cuatrocientos años, el caballero de Arpino echó a Caravaggio de su taller porque le temía: tenía carácter y pintaba mejor que él. Lo abandonó, literalmente, aprovechando que estaba enfermo, casi moribundo. Fue a parar a un hospital que regentaba (San) Felipe Neri, y allí conoció al abate Crescenzi (albacea de la fortuna del cardenal Contarelli). El abate salvó la vida de Caravaggio.

Años después, el caballero de Arpino se vio forzado mediante sutilísimas argucias a renunciar al contrato de la capilla Contarelli. El cardenal del Monte ofreció a Caravaggio la oportunidad de su vida, aceptar el reto de pintar la capilla con la conversión y el martirio de San Mateo, y la escritura de su Evangelio. Contaba con el beneplácito del abate Crescenzi. Si triunfaba, el pájaro escaparía de la jaula de oro del palacio Madama de una vez y para siempre.

No fue fácil. Miquelangelo Merisi comenzó pintando El martirio de San Mateo. Las radiografías muestran que intentó imitar a su tocayo, Miquelangelo (Buonarroti), pero fracasó. Abandonó el cuadro, se entregó durante tres meses al vino, las mujeres, los chiquillos y la violencia, hasta que el cardenal del Monte lo recogió de la cuneta, le estiró de las orejas y le recomendó pintar como pintaba siempre, sin preocuparse por la opinión de los demás.

Pintó La conversión de San Mateo en muy poco tiempo, como le salió del alma. Sus amigos posaron para él, vestidos como criados de las casas del Monte y Giustiniani. Vemos a su querido Mario Minniti, pero también (posiblemente) al librero Gabrielli, a su amigo Orsi, pintor y marchante, a Onorio Longhi, arquitecto, poeta y espadachín, quizá a Trisegni, pintor... sus compañeros de juerga. También vemos a Matteo (San Mateo), mozo de la casa del Monte, un borracho notorio y viejo. El juego de luces aprovecha la iluminación natural de la capilla, no es ningún capricho. El cuadro está lleno de símbolos y metáforas. La mano del Cristo es la mano de Adán de La Creación de la Capilla Sixtina, un homenaje a Buonarroti. El conjunto es bellísimo.

Luego pintó El martirio de San Mateo, mucho más seguro de sí mismo, encima de su primer intento. Reprodujo una escena de violencia callejera en el interior de una iglesia, alrededor de la pila bautismal. Hay quien dice que el asesino de San Mateo es el mismo Rannuccio Tomassoni que Caravaggio mataría seis años después de un tajo en la entrepierna, pero me cuesta de creer. Es una escena aterradora. Gritos, pánico, todos abandonan al santo y nadie se ofrece a protegerlo de la locura homicida. Un ángel cae del cielo y entrega a Matteo, el viejo borracho y desquiciado, la palma del martirio. Entre los que huyen, Caravaggio se pinta a sí mismo con cara apenada y triste.

En 1600, los dos cuadros causaron sensación y dejaron anonadados a todos los pintores. El público se volvió loco y aplaudió a rabiar. Acudían a centenares a la capilla y el cabildo ingresó muchísimo en limosnas. Un año después, pintó San Mateo y el ángel, el cuadro que preside el altar. Por aquel entonces, Caravaggio ya se había instalado por su cuenta y había abandonado su residencia en el palacio Madama. Compartía lecho con otro amigo, un muchachín llamado Cecco, y se distanciaba de Minniti. Se había convertido en el pintor mejor pagado de Italia, y en el más pendenciero de todos.

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