Mucho puede hablarse del Gran Sitio de Viena, en 1683, y mucho ha influido en nuestras vidas. Quizá mucho más de lo que nos imaginamos. Los vieneses, por ejemplo, inventaron el croissant ese mismo año, por mucho que los franceses intenten quitarle importancia al asunto. Se comían la media luna por hacer rabiar a los turcos, de ahí esa forma tan característica. En Italia, al croissant se le llama cornetto, porque los italianos descubren en su forma peculiar el parecido a una cornamenta.
Volvamos a Viena. Cuando los polacos vencieron a los turcos, se hicieron con un montón de café. ¿Qué hacer con él? Un tal Kulczycki abrió la primera cafetería europea, pero los europeos consideraban que el café turco era un brebaje espantoso. Entonces, ¡aleluya!, apareció un predicador capuchino que pasaba por Viena, Marco d'Aviano, y nos alegró la existencia: invento el cappuccino.
Marco d'Aviano fue beatificado en 2003.
Sí, el cappuccino se inventó en Viena y la primera cafetería europea fue vienesa, pero los italianos se dan por satisfechos cuando señalan que Marco d'Aviano era italiano (¿de dónde, si no?) y cuando recuerdan que el Kulczycki cerró, pero el Florian, de Venecia, que abrió sus puertas en 1720, sigue abierto y es, ahora mismo, la cafetería más vieja de Europa. Toma, chincha y rabia.
Italia va más allá en la historia del café. Llegó la industrialización y con ella, el vapor. Con el vapor, Luigi Bezzera, empresario, que no soportaba que sus trabajadores perdieran el tiempo preparando y tomando café. ¡Qué ogro! Así que en 1901 inventó una máquina para hacer el café deprisa, deprisa (un café exprés o espresso), que funcionaba con vapor. Le salió el tiro por la culata, porque el espresso era un café muy bueno y sus trabajadores no hacía otra cosa que darle a la cafetera.
Harto, vendió la patente a Desiderio Pavoni. Al señor Pavoni tendrían que levantarle un monumento, porque modificó el invento y comercializó la cafetera exprés en bares y restaurantes. Esa inspiración ha alegrado el día a millones de personas de todo el mundo.
Fíjense en el prodigio tecnológico de una cafetera exprés. Primero, el café pasa por un molinillo de muelas (el de aspas no es capaz de moler el café tan finamente). Se coloca encima del filtro y el portafiltro se atornilla a la cafetera. Ahora sólo resta esperar que salga el café por las boquillas, y saldrá cuando pase agua caliente, a poco más de 90 ºC, a una presión de ocho a diez atmósferas (la presión es la clave, pues determinará la cremosidad del café) durante apenas veinte o treinta segundos. C'est voilà! Un'espresso!
Volvamos a Viena. Cuando los polacos vencieron a los turcos, se hicieron con un montón de café. ¿Qué hacer con él? Un tal Kulczycki abrió la primera cafetería europea, pero los europeos consideraban que el café turco era un brebaje espantoso. Entonces, ¡aleluya!, apareció un predicador capuchino que pasaba por Viena, Marco d'Aviano, y nos alegró la existencia: invento el cappuccino.
Marco d'Aviano fue beatificado en 2003.
Sí, el cappuccino se inventó en Viena y la primera cafetería europea fue vienesa, pero los italianos se dan por satisfechos cuando señalan que Marco d'Aviano era italiano (¿de dónde, si no?) y cuando recuerdan que el Kulczycki cerró, pero el Florian, de Venecia, que abrió sus puertas en 1720, sigue abierto y es, ahora mismo, la cafetería más vieja de Europa. Toma, chincha y rabia.
Italia va más allá en la historia del café. Llegó la industrialización y con ella, el vapor. Con el vapor, Luigi Bezzera, empresario, que no soportaba que sus trabajadores perdieran el tiempo preparando y tomando café. ¡Qué ogro! Así que en 1901 inventó una máquina para hacer el café deprisa, deprisa (un café exprés o espresso), que funcionaba con vapor. Le salió el tiro por la culata, porque el espresso era un café muy bueno y sus trabajadores no hacía otra cosa que darle a la cafetera.
Harto, vendió la patente a Desiderio Pavoni. Al señor Pavoni tendrían que levantarle un monumento, porque modificó el invento y comercializó la cafetera exprés en bares y restaurantes. Esa inspiración ha alegrado el día a millones de personas de todo el mundo.
Fíjense en el prodigio tecnológico de una cafetera exprés. Primero, el café pasa por un molinillo de muelas (el de aspas no es capaz de moler el café tan finamente). Se coloca encima del filtro y el portafiltro se atornilla a la cafetera. Ahora sólo resta esperar que salga el café por las boquillas, y saldrá cuando pase agua caliente, a poco más de 90 ºC, a una presión de ocho a diez atmósferas (la presión es la clave, pues determinará la cremosidad del café) durante apenas veinte o treinta segundos. C'est voilà! Un'espresso!
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