El primero de verdad (III)


Cuando se pensó seriamente en conquistar el espacio exterior, quedó pendiente el problema de enviar a alguien ahí arriba. Una persona, quiero decir. Pero así, a las bravas... ¿Podría resistir el empuje de un cohete? ¿Cómo reaccionaría ante la ingravidez? ¿Qué otros peligros, hasta el momento desconocidos, podría tener que afrontar? No quedaba más remedio que probar antes con animales.

Éste es Sam, un macaco que fue enviado al espacio por la NASA en 1961.

En los EE.UU. se optó por enviar primates al espacio exterior, porque, se decía, eran lo más parecido al ser humano que había a mano. Madrugaron, a la hora de meterlos en un cohete y dispararlos hacia lo alto. El 11 de junio de 1948, un macaco llamado Albert I fue disparado a bordo de una V-2 capturada a los alemanes. Murió asfixiado. Albert II, el 14 de junio de 1949, voló en otro cohete similar llegando a los 133 km de altura; fue el primer primate en llegar al espacio exterior. 

También se emplearon moscas de la fruta, en varios lanzamientos, para comprobar si la radiación del espacio exterior producía mutaciones. Con el mismo propósito u otros parecidos, americanos y soviéticos emplearon ratas, conejillos de indias, conejos y hasta tortugas. Sí, tortugas. Fueron los primeros seres vivos en orbitar la Luna, en un cohete soviético, a principios de los años sesenta, pero nos estamos adelantando. El fin de muchas de estas bestias fue trágico, desde el punto de vista de la bestia en cuestión, claro. 

Elegidos para la gloria.
Gozaron de fama y privilegios, estos chuchos.

Si a los americanos les dio por los primates, a los soviéticos, por los perros. Mejor dicho, y más específicamente, por las perras, porque las hembras de la especie eran (a decir de los científicos soviéticos) más dóciles y porque (a decir de los ingenieros) era más fácil diseñar un sistema para recoger la caca y el pipí del perro en situación de ingravidez si era hembra que si era macho.

Los perros cosmonautas soviéticos fueron protagonistas de cuentos para niños, series de dibujos animados, películas, documentales, sellos de correos, carteles de propaganda, portadas de revistas y periódicos, programas de televisión... En fin, una locura.

Visto en perspectiva, no fue una elección desafortunada. Eran perros callejeros, de raza indefinida. Era fácil obtenerlos y seleccionar los más idóneos, pues había muchos chuchos candidatos. Eran canes proletarios y soviéticos y salían gratis, no unos monos carísimos y raros, unos simios aristócratas, como los que empleaban los americanos. Eran, en definitiva, unos animales simpáticos y se convirtieron muy pronto en estrellas de la propaganda soviética. Salían en los sellos y eran protagonistas de portadas de los periódicos de todo el mundo, algo que los macacos y los chimpancés norteamericanos nunca lograrían. Seguro que todos están pensando en Laika, ¿verdad?

Pero hubo más perros que Laika. El programa espacial soviético trabajó con 57 perros, aunque no todos llegaron a viajar en un cohete. Algunos viajaron dos o más veces. Algunos no sobrevivieron. Algunos... ¡se escaparon!

Los primeros perros cosmonautas hacían vuelos suborbitales así vestidos.
Luego se fabricó una cápsula para ellos y se libraron de estas incomodidades.

Entre 1951 y 1956, los perros cosmonautas viajaron en cohetes R-1 (la versión soviética de la V-2 alemana) y alcanzaron alturas de unos 100 km o más. Viajaban entonces embutidos en un traje de presión (como el de los pilotos) y con escafandras de cristal acrílico. Entre 1957 y 1960, hubo once vuelos con perros en cohetes R-2, que llegaron a los 200 km de altura. En 1958, hubo tres vuelos perrunos que alcanzaron los 450 km de altura en cohetes R-5. En los cohetes R-2 y R-5 los chuchos viajaban en cabinas presurizadas, no disfrazados de cosmonautas, lo que fue un gran avance, pues permitía estandarizar el equipo y facilitar el entrenamiento del perro.

¿Sería un perro el primero en llegar a la luna?
(Pues, no, porque fueron unas tortugas).

En estos primeros vuelos suborbitales, hubo algún que otro incidente. Murieron algunos de los perros cosmonautas, por ejemplo, por asfixia, quemados en una explosión, al aterrizar sin paracaídas... y en el caso de Lisichka (explotó su cohete el 28 de julio de 1960) el ingeniero jefe Koroliov derramó algunas lágrimas, porque la había adoptado y ya era parte de su familia. Porque, también hay que decirlo, la conexión entre los perros cosmonautas y el equipo de técnicos de la carrera espacial era muy estrecha. Cuando una perrita cosmonauta finalizaba con éxito una misión, había bofetadas por llevársela a casa, donde viviría con sus amos un feliz retiro.

También en 1960, dos perritas, Damka y Krasavka, sobrevivieron a uno de los peores vuelos que se recuerdan: falló un propulsor, el cohete se desvió de su trayectoria, no funcionó el sistema de eyección para poner a salvo a la tripulación perruna y la cápsula se estrelló en medio de Siberia, después de un fallo de los paracaídas; tardaron dos días en encontrarla, con temperaturas de 45º bajo cero. Las dos perritas sobrevivieron, pero no sé si luego morderían a alguien. Yo lo hubiera hecho.

También hubo incidentes de otro tipo. Smelaya, una perrita inteligente, se escapó un día antes del lanzamiento (pies para qué os quiero), pero la pillaron y la llevaron de vuelta al cohete. Compartió vuelo con Malishka, otra perrita, y sobrevivió. Bolik, en cambio, tuvo más suerte que Smelaya. Tomó las de Villadiego y no lo volvieron a ver nunca más. Ahí os quedáis. Como faltaba menos de un día para el lanzamiento, capturaron a un perro vagabundo que en esos momentos estaba haciendo pis en una plataforma de lanzamiento y sin más miramientos lo embutieron dentro del cohete. Su nombre, ZIB, acrónimo en ruso de Sustituto del Extraviado Bolik. ¡Ni tiempo tuvieron para darle un nombre decente! ZIB sobrevivió, pero maldita la gracia que le hizo que lo enviaran al espacio sideral sin entrenamiento y sin avisar.

La celebérrima Laika.
Heroína o mártir, o ambas cosas a la vez.

Luego vino Laika. Su misión se preparó con prisas, por adelantarse de nuevo a los americanos. ¡Y lo consiguieron! El 3 de noviembre de 1957, consiguió orbitar la Tierra y fue el primer terrícola en conseguirlo. Pero... La misión sería sólo de ida, no estaba previsto su regreso. Esto no se dijo, por no quedar mal con el público, pero los técnicos de la misión arrastraron durante años un molesto sentimiento de culpa. Oficialmente, esta Heroína (perruna) de la Unión Soviética murió por falta de oxígeno. Años más tarde, en 2002, se supo la verdad: había muerto de un choque térmico y estrés, en una agonía que comenzó cinco horas después del lanzamiento. No hubo tiempo de diseñar un sistema de refrigeración para el satélite.

Belka y Strelka fueron famosísimas.
Hasta tuvieron una serie de dibujos animados propia.

Hubo más vuelos orbitales, protagonizados por perritas y más animales. En agosto de 1960, Belka, Strelka (ambas perritas), un conejo, cuarenta y dos ratones y dos ratas volaron en el Sputnik 5 ¡y sobrevivieron todos! Fue la primera vez que ocurrió esto en un vuelo orbital. Sin embargo, en diciembre de ese mismo año, Pchyolka, Mushka y algunos bichos más murieron desintegrados al estallar el cohete que cargaba con el Sputnik 6. El riesgo seguía siendo muy grande.

Entonces le tocó el turno a Chernushka, que viajaría en el Sputnik 9 junto con un ratón, una cobaya y un maniquí disfrazado de astronauta. Despegaría el 9 de marzo de 1961.

Ahora sí que llegamos al asunto del reloj.

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