El país donde florece el limonero



Una vez me preguntaron qué haría si tuviera muchísimo dinero. No lo pensé mucho. Dije que me iría a vivir a una villa toscana, donde cultivaría limones. Añadí lo de estudiar Historia del Arte en Italia, me parece, pero el asunto de los limones llamó la atención de mi interlocutor. ¡Luis! ¡Que en la Toscana no se plantan limones!, me dijo. Es tierra de viñas, si acaso. Como no me va el vino, no pensé más en ello.

Pero días después, mi interlocutor (que entonces vivía en Italia) volvió a tratar conmigo. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste, de largarte a la Toscana a plantar limones?, me preguntó, casi de inmediato. Pues he conocido a un príncipe italiano que se fue a vivir a la Toscana y tiene limoneros, me soltó. ¡Ahí queda eso! Primero, un príncipe, en una república, que es cosa digna de mención. Segundo, porque el tal príncipe, de rancio abolengo, se dedicó a plantar limoneros, como me hubiera gustado a mí.

Por eso, cuando Acantilado publicó El país donde florece el limonero, de Helena Attlee, graciosamente traducido por María Belmonte, me encontró predispuesto. Y sí, damas y caballeros, en la Toscana cultivan limones (y otros cítricos), aunque suele resguardarse en invierno en una limonaia, un invernadero especial para limones. Las macetas se sacan en primavera y en verano y se refugian en las limonaie en el otoño y durante todo el invierno. Es una costumbre que se inició durante el Renacimiento. El auge del Humanismo coincidió con una curiosidad por la ciencia y la botánica que impulsó el estudio sistemático de los cítricos y la colección de cítricos raros, dando paso a una especie de gabinete de curiosidades vegetal.

De eso y de muchas otras cosas he tenido noticias gracias al delicioso libro de la señora Attlee. Es magnífico. ¿Cómo es posible que un libro que habla del cultivo de los cítricos en Italia sea tan agradable, tan interesante, tan fascinante, como éste? Parecía que el tema no iba a dar mucho de sí. Pues, no. Uno se entera de la relación entre la mafia y las naranjas, de las fortunas que se hicieron en Sicilia gracias a los contratos de la Royal Navy, de recetas sabrosísimas y perfumes raros...

No creo que acabe plantando limones en la Toscana, pero seguro que exprimiré un par para hacerme una limonada tan pronto ponga fin a esta entrada de El cuaderno de Luis. Y como se me está haciendo la boca agua, no les diré nada más y nada menos que disfruten de esta lectura, que es absolutamente recomendable.

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