El manuscrito del jefe


Una de las maldiciones que sufre periódicamente un escritor o un lector profesional es lo que llamo el manuscrito del jefe. Se trata del amigo o más frecuentemente conocido que sabe a lo que te dedicas y te asalta un día con un manuscrito en la mano. 

¡Hay que huir de esa situación como de la peste!

Si se trata de un buen amigo, cuesta mantenerse neutral y distante, pero puede conseguirse. Entonces surge el problema. ¿Qué le digo yo si es malo a matar? Se ofenderá, casi seguro. En cualquier caso, le haré daño si se lo digo. Si es buena o muy buena (cosa estadísticamente harto improbable), ¿qué? El afectado podría ser yo, corroído por la envidia. O no, quizá yo sea de buena pasta.

Por alguna razón los lectores profesionales se mantienen en el anonimato. Sería bueno recordarlo.

La peor maldición de todas es una con la que me ha tocado lidiar recientemente. En efecto, el manuscrito del jefe. Literalmente. 

No puedes negarte a editar el texto y te pide que lo envíes a todos los agentes y editores que conoces. A poco de comenzar a leer, en la tercera línea de la primera página (¡y quedan trescientas más!) ya sabes que el mejor consejo de edición que puedes darle no es que lo vuelva a escribir todo, sino que no escriba más, por favor. ¡Qué horror! Es tan rematadamente malo que es imposible de editar. No se salva ni el título, por no hablar del argumento, las tramas, los protagonistas, la redacción... ¡la puntuación...!

Pues, eso, me tocó un manuscrito del jefe. Un horror. 

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