Diplodocus militaris


La Gran Guerra fue traumática. En primer y evidente lugar, por la matanza, la estúpida matanza que se llevó por delante a millones de personas en el infierno de las trincheras. Fue una guerra sucia, inútil, que dejó una huella profundísima en Occidente. La Segunda Guerra Mundial podría interpretarse como una segunda parte de esta matanza, inconclusa.

Pero también fue traumática a otra escala, llamémosla técnica. Las armas automáticas (principalmente, la ametralladora) combinadas con las trincheras y las alambradas, hacían que cualquier avance sobre el enemigo acabara en un atasco y una matanza. Los militares, educados en el élan de otros tiempos, no sabían cómo superar este problema. La ofensive à outrance (ofensiva a ultranza) de los generales franceses provocó una sangría obscena e inútil y lo mismo puede decirse de los demás ejércitos. La tecnología había convertido en obsoleta cualquier técnica militar al uso. Simplemente, los militares no sabían qué hacer para salir del atolladero y sacrificaban a miles de hombres en el altar de la estupidez, por nada.

Sin embargo, algunas mentes pensantes bien pronto comenzaron a buscar soluciones para romper este monumental obstáculo que era una línea de trincheras con alambradas y nidos de ametralladoras. Es ahora cuando comienza la historia del Diplodocus militaris, que responde a una de estas personas, el ingeniero Louis Boirault.


La primera máquina del ingeniero Boirault.

Louis Bourault comenzó a diseñar el Appareil Boirault núm. 1 (el nombre es original, reconozcámoslo) el mismo verano de 1914 y se presentó con sus planos bajo el brazo ante el Ministro de la Guerra francés en diciembre, cuando los frentes ya se habían estancado. Tengo la máquina capaz de abrirse paso entre las alambradas, dijo. El ministro lo miró de arriba abajo y lo envió al despacho de Paul Painlevé, subsecretario de Estado de Invenciones (sic). Ahí explicó Boirault su idea, Painlevé le dio el visto bueno y el 3 de enero de 1915 se dio la orden de fabricar un prototipo del Appareil Boiraulto núm. 1. El 19 del mismo mes, Painlevé creó una comisión para evaluarlo. Tanta celeridad sólo se explica por el apuro del momento, pienso.

Una manera de explicar cómo era la máquina de Boirault.

¿Cómo era el Appareil Boirault núm. 1? A ver cómo les explico... Imagínense una rueda de hámster, con el ratoncito dando vueltas y más vueltas en su interior. Si dejaran esa rueda en el suelo, comenzaría a caminar, impulsada por el hámster, que sigue dentro. Si fuera lo suficientemente grande y pesada, aplastaría todas las alambradas a su paso. 

La máquina de Boirault, vista desde delante.
Impresiona, ¿verdad?

A falta de una rueda enorme, Boirault ideó una especie de cadena de seis eslabones de 4 por 3 metros cada uno, una especie de raíles por los que correría el hámster..., perdón, un vehículo (vamos a llamarlo así) propulsado por un motor de gasolina de 80 caballos. Otra manera de verlo o imaginarlo es pensar en un tren que va poniendo la vía por la que circula delante de él a medida que avanza, y retirándola de donde ya ha pasado (para ponerla otra vez delante). No sé si me he explicado bien, pero en las fotografías que adjunto verán el trasto y quizá me comprendan mejor. 

La máquina era capaz de abrir caminos entre las alambradas.

Esta especie de oruga era capaz de avanzar a la prodigiosa velocidad de 3 km/h, si todo iba bien y el viento soplaba a favor. Pesaba unas treinta toneladas, medía ocho metros de largo, tres de ancho, cuatro de alto, hacía un ruido de mil demonios y era tripulado por dos hombres que, a buen seguro, pagarían por estar en cualquier otra parte si al enemigo le daba por disparar. La construyeron, la pusieron en marcha, la vieron aplastar alambradas y pasar por encima de trincheras y la comisión del subsecretario Painlevé concluyó que el cachivache era lento, frágil y no puede girar con facilidad (con dificultad creo que tampoco). Pese a las quejas del ingeniero Boirault, el 10 de junio de 1915 el proyecto fue oficialmente abandonado... por Painlevé y su comisión.

¿Creen que Boirault se rindió? Ah, eso es que no lo conocen. Insistió, insistió y volvió a insistir e introdujo mejoras en su prototipo. El Arma de Ingenieros se avino a probar la máquina mejorada el 4 de noviembre de 1915, sin importarle la opinión del subsecretario de Estado de Invenciones y su comisión. Se añadieron nueve toneladas de lastre a la máquina para simular condiciones de combate (¿un blindaje?) y se lanzó contra un obstáculo de ocho metros de ancho lleno de alambre de espino, seguido de un cráter de obús de cinco metros de diámetro y una trinchera de dos metros de ancho, ahí es nada. Lo atravesó todo a la apabullante velocidad de 1,6 km/h.

El siguiente 13 de noviembre se hizo otra prueba con el Appareil Boirault núm. 1 y se comprobo uno de sus puntos débiles: el cambio de rumbo. Pese a las modificaciones introducidas en el aparato, lo de cambiar de dirección era una asignatura pendiente. El cachivache entero tenía que ser levantado por una grúa (exterior) y suspendido en el aire se le hacía girar hasta un máximo de 45º a izquierda o derecha (a babor o estribor, si prefieren). El Arma de Ingenieros rechazó el vehículo para su uso militar por (cito) su visibilidad, ruido, vulnerabilidad, baja velocidad y falta de maniobrabilidad

No quedó por escrito, pero los militares que lo evaluaron no tardaron en bautizar al Appareil Boirault núm. 1 como Diplodocus militaris, demostrando que serían malos humoristas, pero buenos jueces, en opinión del teniente coronel André Duvignac, historiador. Grande, torpe, pesado... inútil.

La máquina número 2, al fondo. En primer plano, Boirault.

Suponemos que al ingeniero Boirault no le hizo ninguna gracia que se burlaran de su vehículo y no tardó en construir otro, mejor todavía. Esta vez, el compartimento del motor y la tripulación (tres hombres) estaba blindado y se movía por el interior de una oruga formada por seis enormes planchas de acero. Ah, que no se nos olvide: podía girar. Más exactamente, un sistema de dirección le permitía trazar una curva con un radio de 100 metros, que no es mucho girar, pero es girar, al fin y al cabo. Eso sí: rápido, rápido, lo que se dice rápido, el Appareil Boirault núm. 2 no era. Lanzado a todo gas alcanzaba 1 km/h, ahí es nada.

La prueba de la segunda máquina de Boirault, en agosto de 1916.

Como la Subsecretaría de Invenciones y el Arma de Ingenieros ya conocían a Boirault, el ingeniero probó con el Arma de Artillería. El 17 de agosto de 1916 comenzaron las pruebas. El 20 de agosto realizó una gran proeza: avanzó más de 1.500 metros por terreno llano a más o menos 1 km/h; luego atravesó una vía del ferrocarril, se abrió camino por unas alambradas; cruzó una trinchera de 1,5 m de ancho y otra de 1,8 m; luego superó cráteres de dos metros de diámetro... Pero el informe de los artilleros fue demoledor.

Primero, se metieron con su dirección. No es precisa, dijeron. Luego reconocieron sus virtudes: Esta máquina es capaz de aplastar todo lo que le pongan delante, pero no puede afirmarse que sea capaz de enfrentarse adecuadamente a alguna cosa designada como objetivo enemigo, a nada como un blocao o un nido de ametralladoras. En suma, que las pruebas no habían arrojado nada en claro (si podía servir para algo o para nada) y el proyecto fue finalmente abandonado. 

Quizá la mejor imagen de la máquina de Boirault núm. 2.
Como se ve, algo impresionante.

Es fácil reírse de las máquinas de Boirault y llamarlas diplodocus militaris, pero se adelantaron más de medio año al que se considera el prototipo del primer tanque moderno, el Little Willie, y demostraron que la solución técnica al problema de la guerra de trincheras pasaba por un navío terrestre, un vehículo acorazado capaz de atravesar esos malditos obstáculos. Mientras Boirault intentaba demostrar que sus vehículos eran capaces de todo eso y más, otros ingenieros franceses e ingleses adaptaban los tractores de orugas a las necesidades militares, y de ese trabajo nacerían los carros de combate que todos conocemos y que acabarían, muchos fracasos más tarde, con la guerra de trincheras.

1 comentario:

  1. Me ha parecido muy interesante. Lástima de burocracia. Creo que hubiera acortado esa guerra.

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