Caravaggio, cartones y dibujos (y IV)


¿Han visto alguna vez uno de esos teatrillos de juguete? Los niños más ingeniosos y manitas los fabrican con una caja de zapatos, pero hay algunos que son verdaderas obras de arte. Recrean el escenario en el que transcurre una obra de teatro. Los personajes son de cartón. Se recortan y se sitúan en uno u otro lugar, hasta componer la escena que uno quiere como quiere.

Pues eso, a mi entender, es lo que hacía Caravaggio.

Lo que sigue es de mi cosecha, aunque coincido en algunos aspectos con algunos caravaggistas. Sabemos que Caravaggio pintaba del natural y que no hacía bocetos previos. En sus primeros cuadros, eso no tiene demasiada importancia, porque aparece una figura, quizá dos o tres, y rara vez de cuerpo entero. La composición de la escena, la teatralidad de Caravaggio, está en el tema, en la elección de los modelos y en los adornos que añade (flores, frutas, un objeto de cristal...). 


Poco a poco se atreve a más. En uno de sus primeros encargos para el cardenal del Monte, pinta Los músicos, donde aparecen cuatro personajes. Observen con cuidado la pintura. El músico que sostiene el laúd, ¿cómo tiene las piernas? ¿Dónde habrá puesto su pierna izquierda? Literalmente, no tiene donde meterla. Por lo tanto, esa postura es forzada, no es real; es fruto de la composición. ¿Y cómo se hizo esa composición, sin un boceto previo? ¿Con cuatro modelos? No. Por dos razones. La primera, porque la posición del músico del laúd no es natural. La segunda, porque Caravaggio, en esa época, no podía permitirse cuatro modelos, tal cual.

Ahora piensen en cuatro cartones, uno por personaje, y jueguen con ellos. Vayan a colocarlos uno delante del otro. El primero, el que está delante de todos, es el músico que nos da la espalda, con una partitura en la mano. Detrás sitúen el cartón de un músico que afina su laúd. Detrás, un autorretrato de un jovencísimo Caravaggio (del que apenas asoma la cabeza). A la izquierda, detrás de todos ellos, un ángel que está recogiendo uva. 

Caravaggio es rico en algunos detalles (la uva, las partituras), pero trabajará siempre con una gran economía de medios.

No hace falta que los cartones estén dibujados al detalle. Con un simple boceto basta y sobra, porque lo que interesa es organizar la escena y los volúmenes, saber qué espacio ocupará cada personaje. Las famosas incisiones que Caravaggio hacía muchas de sus obras con un cuchillo o un estilete sobre la capa de imprimación podrían servir para recordar la posición de los cartones. Luego, uno a uno, irá pintando a los personajes, del natural, una vez ha resuelto la composición. Es, por así decirlo, una especie de collage, por poner otro simil.





Vean como Caravaggio va complicando las escenas.
De arriba abajo, Los jugadores de cartas, La cena de Emaús, El entierro de Cristo y Las siete obras de misericordia. Ahora examinen con cuidado cada una de ellas y prueben a dibujar ustedes los cartones que podría haber empleado el pintor para componer la escena. Es un juego muy interesante.

Por eso es tan interesante contemplar las obras en las que Caravaggio ya se atreve con escenas complejas y varios personajes relacionándose entre sí. Es un ejercicio muy recomendable buscar fallos en la perspectiva o en las proporciones de los personajes, que pueden ser forzados por la composición y que, por lo tanto, nos dan pistas sobre cómo combinó las masas y los espacios. (De cómo hizo ese collage, de cómo jugó con los cartones hasta dar con la solución.) 

También son útiles los cartones para estudiar el juego de luces, y para recordarnos que el escenario estará prácticamente vacío. Sólo la luz cayendo sobre los personajes en contraste con la oscuridad del fondo proporcionará volumen y profundidad. El recurso de los cartones permite recordar en qué lugar exacto está tal o cual personaje, algo que es también muy importante para trazar el juego de luces y sombras.


El Martirio de San Mateo, tal cual lo vemos y su radiografía. 
Observen que cada uno de los personajes pintados, en cualquiera de sus versiones, puede ser considerado independientemente de los demás. Sólo la composición final integra a todos los personajes. Esto es un punto a favor de mi teoría de los cartones.

Otro cuadro que merece la pena analizar desde esta perspectiva es el Martirio de San Mateo. Lo que hoy vemos es el tercer intento. Hubo dos anteriores. Uno, muy avanzado, con elementos arquitectónicos y personajes inspirados en el manierismo de Buonarroti. No le gustó nada y pintó encima un segundo intento, que apenas avanzó. Abandonó el cuadro, pintó la Conversión de San Mateo (de nuevo, fíjense en las piernas de los que están sentados en la mesa) y luego, con las ideas claras, volvió a atacar el Martirio. Esta vez, con éxito. En estos dos cuadros, Caravaggio aceptó que era Caravaggio y que tenía un estilo propio lo suficientemente sólido.

A lo que íbamos. Las radiografías del lienzo y la imagen definitiva nos permiten jugar con esta idea del teatrillo de cartones. Verán que no es descabellada y que tiene su lógica. Les invito a hacer la prueba, y a examinar otras obras de Caravaggio desde esta perspectiva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario