¡Ya ha empezado la temporada de Fórmula 1! En la otra punta del mundo, literalmente, en las antípodas, en Australia. En la otra punta del mundo también metafóricamente. Porque los bólidos son diferentes de arriba abajo a lo que eran. Aerodinámicamente, por ejemplo. Son de un feo espantoso, el pico de pato será eficiente en pista, pero hace daño a la vista, y lo digo en verso para que se entienda.
El motor es mucho más pequeño, pero viene con un turbocompresor y un motor eléctrico auxiliar mucho más potente. Tiene que durar más y consumir una tercera parte menos que el anterior. De hecho, las televisiones se mostraban muy preocupadas porque estos motores son mucho menos ruidosos que los del año pasado. En vez de hacer brooom brrrooom brrrooom, hacen como un zumbido, brrrzzzz brrrzzz... y no es lo mismo para el público, dicen. Parecen coches de juguete. Que no lo son, les aseguro que no.
La primera carrera ha demostrado que los motores Mercedes están muy bien y los demás motores, detrás. También, que los que hasta ahora ganaban todo lo que se les ponía por delante, ahora lo tendrán más complicado. Algunos novatos han dado la sorpresa y algunos campeones se han quedado en la cuneta. Sólo han acabado catorce coches, una escabechina.
Rosberg se ha llevado la carrera con su Mercedes y McLaren lo ha hecho muy bien, ha resucitado. En Ferrari juegan con dos gallitos en el gallinero, un riesgo tremendo; hoy han quedado quinto (Alonso) y séptimo (Raikkonen). Menos es nada, o sea que nada de quejarse y a por todas, que queda mucho campeonato por delante.
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