A rastras por las calles de Barcelona (I)


Decía de las grandes juergas que se han corrido en Barcelona y no fue de las menores la que nos hizo correr Carlos IV, rey. 

Digan lo que digan, los catalanes en general y los barceloneses en particular del siglo XVIII sentían una especial devoción por los reyes Borbones. La lista de festejos en su honor a lo largo del siglo es interminable. Se trata de festejos organizados por los gremios de la ciudad, que tenían que solicitar permiso a las autoridades para montar la juerga de turno. Tanta fiesta era vista con recelo, porque a la que corría el vino se montaban algaradas y follones y acababan algunos con los huesos rotos, pero ¡qué más daba! Las fiestas de las onomásticas de los reyes Borbones se celebraban todas con grandísimo boato en la ciudad.

Dos reyes y medio (ya verán por qué el medio) visitaron Barcelona en el siglo XVIII. 

Empezó el siglo con la visita de Felipe V a Barcelona.
La clase dirigente toda le juró fidelidad y el pueblo se echó a la calle para celebrarlo.

El primer rey que visitó Barcelona en el siglo XVIII fue Felipe V o Felipe de Anjou. Hacía más de un siglo que un rey de España no visitaba Cataluña y su recibimiento fue apoteósico, infinito. Los catalanes en general y los barceloneses en particular echaron el resto. La ciudad entera salió a la calle para celebrar la estancia del rey en la ciudad y la Diputación del General, que es la Generalidad, y las Cortes Catalanas, el Consejo de Ciento, etc., le juraron fidelidad eterna y todo lo demás. A cambio, el rey Felipe V juró respetar las leyes del reino y todos quedaron satisfechos. Venga el vino, que hay que celebrar, dijo uno después.

La juerga llegó a tal extremo que poco después de abandonar Barcelona el rey Felipe V, las Cortes Catalanas y tutti quanti juraron fidelidad al archiduque Carlos, que quería ser rey de España en lugar de Felipe V, en plan broma o con una curda como un piano, que en eso no se ponen de acuerdo los historiadores. No hay ni que decir que se montó la de Dios es Cristo y que Cataluña entró en la Guerra de Sucesión por la puerta grande. Holandeses, ingleses y austríacos alimentaron la guerra durante años aprovechando la ocasión y la guerra se alargó y recrudeció.

Otro visitante real de la ciudad de Barcelona, el archiduque Carlos.
La guerra hizo que la fiesta no fuera tan sonada.
Además, era austríaco.

Me atrevo a decir que el siguiente rey en visitar Barcelona fue precisamente el archiduque Carlos, pero rey, rey, lo que se dice rey de España, quizá lo fuera para unos catalanes, pero no para otros, de ahí que yo diga que fue medio rey de todos. El boato de la visita, que fue notable, se resintió por culpa de la guerra y porque don Carlos hablaba alemán y no pillaba lo que le decían. Él iba jurando que sí a todo y cuando la guerra se torció dijo aquello tan castizo del si te he visto, no me acuerdo y adiós, muy buenas, que me esperan en casa, me voy a por tabaco y ahora vuelvo y nos dejó a todos más colgados que un paraguas. 

Barcelona prosiguió la guerra por su cuenta, cuando ya no tenía sentido proseguirla, pues ya se habían firmado las paces entre Carlos y Felipe, pero nosotros, a lo nuestro, sin querer ver más allá de nuestro ombligo, algo catalanísimo. La juerga se había alargado demasiado y cuando la ciudad se rindió, finalmente, Felipe V, todavía resentido, suprimió todos aquellos estamentos medievales que le habían jurado fidelidad y que un año después se la habían jurado a su enemigo, procurando diez años de matanzas. ¿Quién no hubiera hecho lo mismo?

De hecho, los llamados Decretos de Nueva Planta los aplicó a Cataluña, pero también a Valencia, Aragón, Castilla, Mallorca y las Indias. Suprimió el latín como lengua oficial e impuso el castellano (de ahí que se llame también español y que creara en 1714 la Real Academia Española). Se abolieron las cortes en todos estos reinos, se prohibieron las milicias populares, se comenzó a aplicar el catastro sobre las propiedades rurales y urbanas y sobre las rentas, reorganizando y unificando el sistema fiscal de toda España, pero se mantuvo el derecho civil, penal y procesal de cada reino, aunque su administración territorial también se centralizó en corregidurías y capitanías generales (las provincias son un invento de mediados del siglo XIX).

En suma, después de tres o cuatro siglos de decadencia económica, cultural y social, Cataluña había vivido cincuenta años terribles. De Guatemala a Guatepeor. Dos guerras ferocísimas habían asolado el país, había perdido el Rosellón y se había suprimido el órgano de gobierno de sus clases dirigentes, que de un día al otro habían perdido toda su influencia. Quizá fuera esto último lo que animó de nuevo la economía del Principado, pues los catalanes se libraron de las servidumbres medievales de su organización política y social y en el siglo XVIII conocieron décadas de paz y prosperidad, algo a lo que no estaban precisamente acostumbrados.

De ahí que fueran tan devotos súbditos de los reyes Borbones tanto el pueblo como los gremios de la ciudad de Barcelona. En 1731, cuando Carlos, otro Carlos, el Carlos recién nombrado duque de Parma, viajó hacia Italia, lo hizo embarcando en Barcelona, donde los gremios de artesanos y comerciantes de la ciudad le montaron unos festejos que echaron para atrás a todo el mundo. En 1731, tan cerca de 1714 y ya salían los gremios a rendir pleitesía, encantados de conocerse unos y otros.

El tercer visitante real, Carlos III.
Visitó dos veces Barcelona y las dos se sintió muy querido y estimado por sus leales y fidelísimos súbditos catalanes.

¿Quién era ese Carlos, duque de Parma? El que pronto sería Carlos III, uno de los mejores reyes de la España moderna y el que trajo la más grande y sostenida prosperidad a Cataluña en cinco siglos, que es mucho decir. Lo nombraron rey de España cuando estaba en Italia y la primera ciudad que visitó fue Barcelona, pues desembarcó en ella en 1759. ¡Qué recibimiento! ¡Fue cosa de ver! El rey Carlos III afirmaría que nunca se había sentido tan arropado y tan querido como en Barcelona, y así está escrito. Los barceloneses presumían de ser los más fieles súbditos del rey y el rey los premió de muchas maneras. Una de ellas, abriendo el comercio con las Indias, lo que fue el acabóse para los negocios.

Después de Carlos III, que en Gloria esté, no nos visitó ningún otro rey en el siglo XVIII. El próximo en visitarnos sería Carlos IV, pero eso sería en 1802, y de eso hablaremos con más detalle, porque fue entonces cuando el pueblo de Barcelona se volvió loco y acabó arrastrando al rey por las calles de la ciudad, literalmente y como se verá. Lo nunca visto.

2 comentarios:

  1. Estás entrando en un terreno peligroso. Tus palabras amenazan la verdad oficialmente establecida e interiorizada, sin capacidad crítica (ni interés, todo sea dicho), por el populacho... Ya sabes cómo suele acabar esto.

    Por mi parte, debo felicitarte por una excelente entrada

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