Los tanques volantes soviéticos


En la aventura de los tanques volantes, llegamos a la Unión Soviética. Hemos visto que hay dos maneras de enfrentarse al problema. Una, ponerle alas (o rotores) a un tanque y echarlo a volar. Otra, meter el tanque dentro de un avión y llevarlo así de un sitio al otro. Los soviéticos probaron las dos maneras y fueron los que más tiempo y recursos dedicaron a la idea en el período de entreguerras.

Hay que señalar que el socialismo no se entiende sin el proletariado industrial y una determinada idea de progreso. Las imágenes de fábricas, altos hornos, infraestructuras enormes y cadenas de producción inacabables forman parte de la estética comunista. Los inventos, también. Además, los rusos bajo el zar Nicolás primero y los soviéticos bajo Lenin o Stalin después se encontraron con el mismo problema, las enormes distancias que tenían que cubrir sus ejércitos, y de ahí surgió con ganas el empleo de trenes blindados, automóviles blindados y grandes aeroplanos, al que pronto se sumó el carro de combate. 

Revolucionarios del Ejército Rojo sobre un tanque británico, c. 1920.

Cuando el Partido Comunista se hizo con el poder, dedicó muchos esfuerzos a tener una industria aeronáutica propia, y no menos esfuerzos a construir sus propios carros de combate. Iban a construir tanques y aviones como para cubrir cielo y tierra, ¡a miles!

La industria de carros de combate soviética tuvo dos fuentes de inspiración (llamémoslas así) occidentales. Una fue la línea de carros de combate inspirados por el diseño de la suspensión en particular y de todo el carro en general de la empresa británica Vickers. El carro de combate más famoso de esta línea durante la entreguerra fue el T-26, que combatió en la Guerra Civil Española, en Mongolia y durante los primeros meses de la Gran Guerra Patria (así llamaron los soviéticos a la Segunda Guerra Mundial). Era un carro estándar, comparable a cualquier otro en su época, mejor artillado, pero peor blindado que sus competidores.

Los diseños de Christie, sus tanques sobre cadenas que, en cuestión de pocos minutos, podían avanzar sobre ruedas, enamoraron a los diseñadores soviéticos. Parecía hecho que ni a propósito para enfrentarse al barro y a las grandes distancias de la Unión Soviética. En la Guerra Civil Española combatió el BT-5, un diseño de Christie contemporáneo al T-26, mucho, pero mucho más rápido, igual de artillado, muy mal blindado. Hubo más modelos BT y de ellos surgió el mejor carro de combate de la Segunda Guerra Mundial, el T-34.

Pero ya sabemos que Christie, aparte de diseñar la suspensión que lleva su nombre, lanzó la idea de los tanques volantes. Ahí se contagiaron los soviéticos y la idea gustó en las altas esferas. Se estudió el problema con suma atención.

Un Tupolev TB-3 con una tanqueta bajo la panza.
El sistema Burnelli parecía el más adecuado, por el momento.

La conclusión a la que llegaron los ingenieros soviéticos fue que todavía no habían diseñado un carro apto para el vuelo (sic) y que lo mejor sería probar con la manera de transportar un tanque existente bajo la panza de un avión, siguiendo el sistema propuesto por el ingeniero Burnelli (que trabajó con Christie desarrollando la idea del tanque volante en los EE.UU.).

Un Tupolev TB-3, en un vuelo de propaganda. En su día, un avión revolucionario.

Los ingenieros echaron mano a lo que tenían, un bombardero cuatrimotor, el Túpolev TB-3, el último de una larga línea de grandes aviones de bombardero que se había ya iniciado en época de los zares. Batió muchas marcas de vuelo o altura y resultó muy avanzado para su tiempo. El TB-3 se convirtió en el primer avión portaaviones en servicio e iba a ser también el primer avión que transportara un carro de combate para los grupos de asalto paracaidistas.

En 1932, en la panza de un TB-3 Zveno ya colgaba un blindado D-8.
La Unión Soviética fue pionera en el concepto de tanque volante.

Fíjense que el TB-3 comenzó a fabricarse en 1931, como descendiente directo del ANT-6. En 1932 ya estaba probándose su capacidad de despegar y aterrizar con un vehículo blindado en la panza, à la Burnelli, o con aeroplanos colgando bajo las alas, o justo encima. A estos prototipos los llamaron Zveno y comenzaron construyendo dos para las pruebas, que no fueron pocas. En lo que nos interesa, se empezó probando con las tanquetas T-27 (un diseño inspirado en las tanquetas Carden-Lloyd británicas) y con autoametralladoras D-8, por ser vehículos ligeros. Los Zveno despegaban y aterrizaban sin demasiados problemas.

Los Zveno también fueron los primeros aviones portaviones.

Pero pensemos un poco. Una cosa es transportar un vehículo de dos o tres toneladas de un aeropuerto a otro y otra muy distinta es depositarlo en la retaguardia enemiga, para que sirva de apoyo a los paracaidistas. En este caso, es dudoso que los cuatrimotores pudieran aterrizar, dejar el tanque y regresar por donde hubieran venido. ¿Tendrían un aeropuerto a su disposición? Seguramente, no. Lo propio sería dejar caer el carro de combate desde el aire.

Se acerca la hora de la verdad. Un T-37 anfibio esperando a ser arrojado desde el aire.

Por eso probaron con los paracaidas. Al parecer, sin demasiado éxito. Hasta que a alguien se le ocurrió una magnífica idea, que hace del Zveno portacarros una de las ideas más locas del período de entreguerras.

Una, dos y ¡tres! ¡Chaf!
Un T-37 es arrojado al agua en vuelo rasante.
Como comprenderán, el tanque va sin tripulantes, que se lanzarán aparte.

Rusia está llena de ríos, de lagos. ¿Por qué no arrojar un carro anfibio sobre un río? Nos ahorramos una pista de aterrizaje. Así que comenzaron a cargar en la panza de los bombarderos un pequeño tanque anfibio, el T-37, y probaron suerte arrojándolo sobre ríos o lagos, en vuelo rasante. Descubrieron dos cosas, que no hacía falta ser muy listo para descubrir. La primera, que el agua apenas amortigua el golpe y la segunda, que mejor arrojar el tanque sin la tripulación dentro, por su propio bien. Pero muchas de las tanquetas arrojadas así sobre un lago o un río seguían flotando después y eso hizo concebir esperanzas. 

El T-37 en invierno. No era gran cosa, pero fue el primer carro de combate aerotransportado de la historia, arrojándose (literalmente) sobre Besarabia, en 1940.

La verdad es que sabemos muy poco del desarrollo de este programa, dejando a un lado que las pruebas siguieron durante años. En 1940, la Unión Soviética ocupó Besarabia, que entonces pertenecía a Rumanía y que luego se incorporó a Moldavia. Todavía seguía vigente el acuerdo con la Alemania de Hitler que permitió la invasión de los países bálticos y el reparto de Polonia. Pues, en esa invasión, varios bombarderos TB-3 dejaron ir tanquetas T-37 anfibias no sobre un río, sino ¡sobre el suelo! Eso sí, con el cambio de marchas en punto muerto, para que pudieran rodar hasta detenerse al tocar tierra (sic). Sin paracaídas ni nada, a lo bruto. Muy ruso.

Descubrieron lo que ya sabían, que no hacía falta el enemigo para destruir los propios tanques y que la tripulación tenía que lanzarse aparte, en paracaídas, si querían contarlo. Las carencias del sistema quedaron en evidencia y no se volvió a repetir esta táctica, pero la aviación soviética se tomó en serio el desafío y en 1942 dijeron a los ingenieros de Antonov que diseñaran un tanque planeador. Preferían que el tanque planeara a meterlo dentro de un gran planeador, pues creían que si aterrizaba con sus propias alas podría desplegarse más deprisa y porque pensaron que los tanques planeadores serían más pequeños y difíciles de derribar (sic) que los grandes planeadores alemanes o aliados.

El T-60, otro candidato al aerotransporte.
Acabó volando con sus propias alas, ya verán.

Oleg Antonov puso manos a la obra y se fijó en el carro ligero T-60. Era algo más grande y potente que los T-37. Le fijó unas grandes alas de lona y madera, para convertirlo en un planeador biplano. Sería remolcado hasta el campo de batalla, aterrizaría por sus propios medios y se desprendería de las alas en un periquete. Se pensó (cómo no) en un Tupolev TB-3 para remolcarlo, o en un Petlyakov Pe-8, más moderno. Sería llamado Antonov A-40.

Imagen soviética de propaganda del Antonov A-40.
No he sabido encontrar fotografías de su único vuelo.

En cosa de pocos meses, en septiembre de 1942, un TB-3 despegó con uno de estos planeadores a rastras. De repente, el tanque planeador comenzó a oscilar arriba y abajo, tirando del aeroplano, y la tripulación del bombardero tuvo que soltarlo para no perder el control y estrellarse. Dicen que entonces el A-40 planeó suavemente... hasta chocar contra el suelo. El bombardero se salvó del destrozo y regresó a la base, temiendo lo peor. Porque a bordo del tanque volante iba el famoso piloto Sergei Nikolaevich Anokhin (o Anojin), un loco o un héroe, quién sabe. 

¿Creen que se mató? ¡Quiá! Salió del carro, desprendió las alas, lo puso en marcha y regresó a la base sobre las cadenas, en un viaje de ciento y pico kilómetros. Magullado y asustado, pero orgulloso por poder contarlo. ¡Había sido el primer (y hasta el momento, único) piloto de un tanque volante! 

Sergei Nikolaevich Anokhin, después de la guerra, ya tuerto, condecorado y honrado por su labor como piloto de pruebas, Héroe de la Unión Soviética y muchas más cosas. Hace muy poco se celebró el centenario de su nacimiento, pero ha pasado lamentablemente desapercibido.

Murió de viejo en 1986, después de grandísimas hazañas aeronáuticas y sin llegar a ser cosmonauta, aunque lo intentó. La culpa la tuvo un accidente de aviación en un vuelo de rutina en el que perdió un ojo. Sólo entre 1943 y 1945 probó más de 200 prototipos de planeadores y aeroplanos y al menos seis veces saltó en paracaídas de aeroplanos completamente desintegrados en pleno vuelo. ¡Tuvo que estrellarse en un vuelo facilito! Pero sobrevivió y más tarde, aunque tuerto, sería pionero en los vuelos de cazas a reacción. Luego sería Héroe de la Unión Soviética y coleccionaría condecoraciones. En 1959 fue considerado Piloto de Pruebas de Honor de la URSS. Y lo dicho, ha sido y sigue siendo el único piloto que ha volado en un tanque volante.

¿Qué fue del tanque volante? Como no podía volar a más de 160 km/h y no había remolcadores lo suficientemente potentes, se enterró la idea y ahí se quedó. Pero no del todo. En 1946, Oleg Antonov todavía seguía trabajando en un tanque planeador y corren rumores que en los años setenta hubo un vehículo blindado sobre orugas para infantería (el BMD-1) al que se le pusieron alas, pero se trata de rumores y no hay confirmación.

Así que el Antonov A-40 Krylya Tanka (o Tanque con alas), llamado también A-40 T o A-40 KT, ha sido el único tanque volante de la historia.

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