La vida del obispo Hipólito de Roma fue polémica. Hay quien dice que fue el primer antipapa de la historia y su biografía es más bien oscura. Quiero decir que sabemos muy poco de ella. Sabemos que Hipólito recibió una sólida formación en oratoria y teología y que considerándose filósofo, dedicó todos sus esfuerzos a combatir las ideas de la filosofía clásica y a poner a la fe por encima de cualquier razón.
Una imagen canónica de San Hipólito.
Aquí, como filósofo.
También, como la mayor parte de los filósofos cristianos, se enredó en disputas teológicas de gran calibre y no se cortó un pelo cuando acusó a Ceferino, Obispo de Roma (es decir, papa), de hereje. Entre otras cosas, porque Ceferino perdonó los pecados de opinión de algunos cristianos y les permitió volver al seno de la Iglesia. Y no, eso sí que no.
Hipólito, pues, dio un golpe de Estado en la Iglesia y se proclamó a sí mismo Obispo de Roma. El cisma de Hipólito fue resuelto por el emperador de Roma, Maximino, que no era cristiano. Se resolvió así: Capturó al papa Ponciano (Ceferino había muerto mientras tanto) y al antipapa Hipólito y los llevó a los dos al exilio. Obligados por las circunstancias, los dos renunciaron al cargo y así se escogió a un nuevo papa, que puso fin al cisma. Un final feliz.
No tan feliz. Ponciano e Hipólito, desprovistos del cargo los dos, abandonados a su suerte, murieron de asco y aburrimiento en Cerdeña, uno en compañía del otro, y por tal mérito declarados ambos mártires por la Santa Madre Iglesia.
No se rían. En los tiempos que corren, el martirio de Ponciano e Hipólito sería comparable al de encerrar juntos en una isla desierta a los señores Mas y Rajoy. Poca broma, pues.
Supuesto milagro de San Hipólito.
El boyero Pedro perdió la pierna en un accidente e Hipólito, oh, maravilla, se la volvió a poner en su sitio. ¿Un Hipólito médico?
En el Museo del Prado, una ilustración del suceso.
Pero ¡atención!
Resulta que en 1969 la Santa Madre Iglesia reconoció que se había confundido de Hipólito. En la lista de mártires habían apuntado los antiguos a un Hipólito... y resulta que eran dos. Lo menos.
Hipólito de Roma, el antipapa, murió aburrido en compañía de la murga de su principal adversario teológico. No es poco martirio, ése. Pero luego está Hipólito de Porto, cuidado.
Este Hipólito se llamaba Hippolytus y era contemporáneo del Hipólito filósofo y obispo. Era un soldado romano. En acto de servicio, le tocó custodiar a unos prisioneros cristianos y éstos, a base de darle la vara un día y otro y otro y otro..., consiguieron convencerlo y bautizarlo. ¡Pobre Hipólito!
En la ciudad de Méjico, donde veneran a Hipólito como santo patrón, dicen que Hipólito fue el soldado que custodió a San Lorenzo antes del martirio. San Lorenzo consiguió convencerlo y al ver morir asado a su maestro, Hipólito se descubrió cristiano y ahí lo pillaron.
En cualquier caso, Hipólito no fue considerado mártir por soportar el martirio de los predicadores o la murga de San Lorenzo, sino por algo menos elegante. Cuentan que el recién bautizado Hipólito asistió a los funerales de unos cristianos martirizados. Lo pillaron a él y a tantos otros. Fue condenado a una muerte atroz, despedazado por dos caballos salvajes a los que le ataron, que uno tiraba hacia un lado y el otro, hacia el otro. Otros insinúan que no fueron dos, sino cuatro, uno por extremidad. Da lo mismo, que duele igual.
Una de las muchas versiones del martirio de San Hipólito.
Pero el mártir no es el Hipólito soldado (fíjense en las ropas que le han quitado).
Así muerto, pasó al martirologio y tuvo la mala pata de morirse más o menos cuando Hipólito, el filósofo, se murió y así acabó confundido el mártir Hipólito de Porto con Hipólito de Roma. Hoy, corregido el entuerto, sabemos que el de Porto murió malamente, pero de forma rápida, y el de Roma, mala y tediosamente. Se agradece la aclaración.
¿He dicho aclaración? ¿He dicho que se ha corregido el entuerto? ¡Quiá!
No está tan claro, porque no pocos aseguran que el Hipólito obispo murió ¡arrastrado por caballos! Así, su martirio no consistió en vérselas con el otro obispo de Roma en su encierro durante años, sino en acabar con ese martirio optando a otro, más violento y aparatoso. A fin de cuentas, aseguran éstos, ambos Hipólitos bien podrían ser realmente uno solo, filósofo en vida y muerto por caballos para abreviar el padecimiento. El de Roma y el de Porto serían efectivamente el mismo.
Llegados a este punto, toca preguntarse por lo que queda de Hipólito, por si tal extremo aclara si eran dos o eran el mismo.
El de Roma fue enterrado, se asegura, en la Vía Tiburtina, en Roma misma, donde encontraron, en 1551, una escultura de un tipo sentado y barbado que podría ser él, Hipólito, aunque nadie puede asegurar tal extremo. De hecho, creen los expertos que la estatua es ¡de un tercer Hipólito! O de un tipo que se le parecía. Un Hipólito que no sería ni el de Roma ni el de Porto, en suma.
Porque pillando detalles de aquí y de allá descubrimos a un Hipólito soldado, a un Hipólito filósofo, a uno antipapa, a otro carcelero, a uno romano, a otro griego, al de más allá que pasaba por ahí, al de la estatua...
Qué follón.
¿Quedan restos de Hipólito, o de los Hipólitos? ¿Pistas arqueológicas?
Hipólito fue muy venerado en los primeros tiempos de la Iglesia como religión oficial de Roma. En Porto, en Milán, en Fossombrone, en Porto, en Ravenna, en Cartago y en varias iglesias españolas se lo veneraba con toda clase de lujos ya en el siglo V y todo el mundo decía que su Hipólito era el bueno y no el del vecino. Quizá (por no decir seguramente) algunos de los detalles biográficos de Hipólito, de algún Hipólito, de cualquiera de ellos, sean fruto de las tradiciones locales más que del recuerdo histórico. Es decir, que no podemos fiarnos un pelo de lo que dicen sus biógrafos.
En la Vía Tiburtina de Roma se venera su sepulcro. Ahí dicen que lo enterraron. Vale. Pero una lápida en la iglesia de San Lorenzo fuori le Mura del siglo XI asegura que Hipólito (algún Hipólito) está enterrado ahí y no en la Vía Tiburtina. Dicen lo mismo los monjes del monasterio del Santísimo Salvador en el Monte Letetano y los habitantes de Saint-Hippolite, en Alsacia, o de Saint Polten, en Austria. Todos tienen enterrados en su iglesia los restos de San Hipólito. ¿Cuántos Hipólitos hay? Yo cuento cinco. Cinco y suma y sigue.
Un (supuesto) pedazo de San Hipólito en la provincia de Barcelona.
Si todos los pedazos de Hipólito se juntaran, ¿cuántos Hipólitos saldrían?
Esté donde esté, no está todo. En Santa Maria in Cosmedin está (se dice) su brazo bajo el altar. Su (supuesto) cráneo fue utilizado para consagrar un altar en la iglesia de San Marcelo. También se veneran relicarios con trozos del santo en Chavignon, Francia, y en San Hipólito de Voltregá, cerquita de Barcelona (un buen pedazo de hueso en ambos casos).
Quien dijo que fue muerto arrastrado por caballos puso en manos de los fabricantes de reliquias una mina de oro. Pañuelos empapados con la sangre de San Hipólito vertida en el escenario del descuartizamiento en Roma, en Cerdeña o donde sea que se vertió corrieron arriba y abajo por toda la Edad Media.
Peor lo ponen los que aseguran que comparte sepultura con San Lorenzo, que murió asado a la parrilla justo antes del martirio del propio Hipólito, del Hipólito soldado, no del Hipólito filósofo o de otro Hipólito cualquiera. Como Lorenzo es también un santo veneradísimo y enterrado entero o a pedacitos en tantos lugares, y no pocos, la confusión está servida. Este pedacito de hueso ¿será de Hipólito o de Lorenzo? Si fuera de Hipólito, ¿de cuál de ellos?
El apasionante mundo de las reliquias... ¡Fascinante! Pero sigo sin saber si fueron uno, dos, tres o más Hipólitos. Me da que más de uno, pero en esas profundidades ya no entro.
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