La delgada línea roja


Aquí y allá se habla una y otra vez de la delgada línea roja. Es una expresión que se emplea para decir que hasta aquí hemos llegado, que no podemos permitirnos pasar de aquí. Lo que mucha gente no sabe es que se trata de una expresión de origen militar, que tuvo su origen en la batalla de Balaklava, el 25 de octubre de 1854, durante la Guerra de Crimea.

Balaklava era un puerto que abastecía a las fuerzas turcas, francesas y británicas en su particular guerra contra el imperio ruso. La defensa de este puerto (que no reunía ninguna de las características deseables para un puerto con tal misión) era vital  para sostener la guerra y la defensa de Balaklava, por lo tanto, una prioridad militar. Por eso, se construyeron una serie de reductos de artillería defendidos por los turcos y los británicos alrededor de la plaza. 

La batalla de Balaklava tuvo cuatro fases. De la primera no suelen hablar los británicos, porque los rusos los pillaron con los calzones bajados y tomaron los reductos con pasmosa facilidad, rompiendo la línea defensiva aliada. La segunda fase fue la delgada línea roja (de la que ahora hablaré); la tercera, la carga de la Brigada Pesada (caballería), que desbarató a la caballería rusa; la cuarta es quizá la más famosa, la carga de la Brigada Ligera, que se desbarató a sí misma en una carga heroica, que quiere decir inútil y sangrienta. Acabó como empezó.

La cuestión es que los rusos habían roto las líneas y la caballería rusa recibió una orden muy poco definida, una orden de ataque que tanto podía referirse al campamento militar, al puerto, a los almacenes de suministro o al primero que pilles por delante... Unos cuatro mil jinetes rusos decidieron, pues, avanzar hacia Balaklava, sin saber muy bien para qué, exactamente. Mientras, en el lado aliado cundió el pánico. La única fuerza entre Balaklava y la caballería rusa era el 93.º Regimiento, escocés (i.e., con faldita), a las órdenes de Colin Campbell, primer barón de Clyde. En total, unos quinientos hombres.

Representación idealizada de la delgada línea roja.
En verdad, ni siquiera vieron la cara a los rusos, que no llegaron a acercarse tanto.

El coronel se puso heroico y dijo que de ahí no se movía nadie, que no habría retirada posible y esas cosas que suelen decirse, regadas con palabrotas e improperios (que luego son convenientemente censurados en los libros de historia). En vez de formar a sus hombres en cuadro (la costumbre frente a la caballería), los hizo formar en línea de dos de fondo (la delgada línea roja). Si la caballería llegaba a tocar la línea, adiós, porque no podría resistir la carga. Pero (atención) los escoceses estaban armados con los nuevos fusiles Enfield de ánima rayada, que empleaban balas Minié, capaces de tirar con precisión a unos trescientos metros y de alcanzar distancias mucho mayores. Eso era algo que un antiguo mosquete no podía hacer.

No suele hablarse mucho de los turcos que se sumaron a las filas británicas, procedentes del campamento a sus espaldas y de los que habían sobrevivido al ataque de los reductos, que llegaban asustados y desarmados. Campell los sumó a la línea. Entonces, la caballería rusa los vio, ahí desafiantes, y enfiló hacia ellos. No toda ni muy decidida, pues creía que se enfrentaba a una distracción, sólo algunos escuadrones.

Hubo varias descargas cerradas. La primera, a 600 metros de distancia. La segunda, a unos 350 metros; la tercera, a unos 150, y ya no hubo más. Con los fusiles anteriores al Enfield, las descargas se hubieran iniciado a los 150 metros y sin tanta puntería. Fue suficiente, porque, aunque apenas produjeron bajas entre los rusos, sí que detuvieron su avance. Les pilló por sorpresa que pudieran disparar desde tan lejos. Fue entonces cuando, sin saber muy bien hacia dónde ir, se les echó encima la Brigada Pesada (unos mil quinientos hombres de la mejor caballería británica) y los desbarató del todo, con una carga de caballería de manual, casi perfecta.

Para disimular las torpezas del despliegue militar británico y sus errores en el campo de batalla, se cargaron las tintas en el heroísmo, que siempre queda bien. La Brigada Ligera, estúpidamente sacrificada, se llevó la palma, pero la expresión de la delgada línea roja (acuñada por un corresponsal de The Times, un tal Russell) tuvo mayor éxito. Su exageración del éxito y la fortuna de la delgada línea roja formada por el 93.º (y a los turcos, que les den) fue notable y así hasta hoy.

En cuanto a los turcos, merece contarse una anécdota. Los turcos que entonces había en el campamento corrieron a formar la línea junto con los escoceses, pero cuando vieron a la caballería rusa volverse hacia su posición, se lo pensaron mejor y entraron en pánico y comenzaron a abandonar la línea. Entonces salió del campamento la señora del oficial turco al mando, escoba en mano (sic), y pilló a su señor marido en plena retirada. Allá mismo, delante de todo el mundo, lo corrió a escobazos y le tiró de las orejas (sic) hasta que dio media vuelta y volvió a la línea. Con él, el resto de los turcos, que no paraban de ser insultados por tan brava mujer. 

Aunque los fusiles turcos no eran Enfield, se sumaron al ruido de las descargas y seguro que tal cantidad de pólvora provocó que los rusos se lo pensaran dos veces antes de seguir avanzando en esa dirección. Desgraciadamente, el nombre de tan feroz señora no ha quedado registrado en los libros de historia, pero sí su meritoria acción.


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