Escriben más que leen


Corre un chiste en el mundo de la edición que amaga una realidad muy cruel: la gente escribe más que lee

La cuestión es que en los últimos años el volumen de manuscritos que reciben editores y agentes literarios se ha disparado y llega a ser muy difícil, si no imposible, de gestionar. Y lo peor del asunto es que la inmensa mayoría de estos manuscritos son malos, malos a matar. ¡Por algo no se publican! 

Pero llegan a ser tan malos la mayoría que muchos lectores profesionales, agentes literarios y editores se preguntan con frecuencia si siempre ha sido así o si la calidad de los autores se está yendo a pique a ojos vista. La pregunta podría parecer tópica, pero la realidad de una mesa llena de manuscritos es la que es, muy triste.

En circunstancias normales, de cada cien manuscritos que recibe una editorial de autores que quieren ser publicados, menos de una décima parte merecen la atención de una lectura después de una rápida ojeada. Créanme que soy capaz de descartar un manuscrito en uno o dos minutos de lectura, con sobradas razones, además. A simple vista se comprueba que la calidad de la escritura no es publicable en la mayoría de los casos. 

Pero la lectura de estos afortunados manuscritos suele detenerse a la que uno lleva veinte páginas o poco más o poco menos. Con eso tiene más que suficiente para descartar a otros nueve de cada diez. Los pocos que sobreviven son leídos de arriba abajo y suelen merecer un informe de lectura. Si lo pasan con nota o con una observación que merezca el interés del editor, quizá (y digo quizá) pasen la prueba. 

Queda todavía la pregunta del millón: ¿se puede publicar? ¿En esta editorial? Porque, ésta es otra, se envían novelas de terror gótico a editoriales especializadas en novela romántica, o thrillers comerciales a sellos de excelencia literaria con mucha más frecuencia de lo debido. Eso, por un lado. Pero por el otro los pocos manuscritos que han llegado hasta el comité de edición, o hasta el editor que tiene que decidir si publicar eso o no publicarlo, no suelen ser buenos en su mayor parte. 

También tiene que evaluarse el proceso de edición, que sería, vamos a decirlo así, aunque no sea exactamente así, la corrección del texto original, que siempre necesita un pulido. La edición y corrección de textos es imprescindible, bien lo saben autores y editores. 

Para sorpresa de muchos editores, este trabajo posterior a la escritura del manuscrito cuenta con mucha resistencia por parte de los autores inéditos, que aseguran que sus manuscritos están todo lo bien que pueden estar. En fin, que tenemos un problema encima de la mesa.


Se aprovechan de ello quienes promocionan los libros autoeditados, sean en versión electrónica o en papel. Muchas veces cobran por algunos servicios precios desorbitados o proponen condiciones abusivas en los porcentajes de venta, pero la ilusión de publicar un libro facilita el abuso de estas prácticas y el autoengaño de creerse escritor. Venden ilusión y la cobran a buen precio. Luego la decepción la supera cada uno como puede, y no es poca. No sé si saben que la media de ejemplares vendidos de una autopublicación en formato electrónico es... ¡diez ejemplares! No digo más.

Nunca recomendaría a un amigo autopublicar. Nunca. De hecho, he insistido en algunos casos para que no autopublicaran su obra... sin éxito. Luego vienen largas sesiones preguntando por qué, por qué..., pero ¿cómo decirle a un amigo que su novela no era publicable sin ofenderle?

¿Por qué tanta gente cree que escribe bien cuando escribe lo que escribe? ¿Existe una única respuesta a todo esto? Es muy fácil escribir con tantos procesadores de texto y la gente escribe mucho más que antes en redes sociales, por ejemplo. También parece más fácil publicar. Antes enviabas los manuscritos en pesados paquetes por correo postal y ahora tienes el correo electrónico. Etcétera. 

Y sigue vigente, más que nunca, la pregunta: Toda esta gente, antes de escribir, ¿qué han leído? Y cómo lo han leído.

Sí les diré que un lector tiene ante sí una terrible papeleta a la hora de decirle a un tipo que ha escrito miles de palabras que son de horrible lectura y que más le hubiera valido invertir su tiempo en leer buenos libros. Porque algunos han estado meses, o años, dándole a un manuscrito que no vale ni el esfuerzo de ser leído. Es muy duro, muy muy duro, mucho más de lo que ustedes imaginan, decirle a alguien vaya mierda que has escrito, aunque algunas veces, obligado a leerla para tener que hacer un informe, te entran muchas ganas de ser cruel en tu evaluación. 

Es una cuestión que dejo sobre la mesa. No pretendo sentar cátedra. Sólo quiero que piensen en ella.

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