Don Salvador Cardús, sociólogo, que hasta hace poco era decano de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Barcelona, declaró en una entrevista (traduzco) que los políticos tendrán que hacer un esfuerzo para acomodarse a las exigencias del país.
¿Las exigencias del país? En cristiano, en suma y en resumen, quiere decir las ideas del señor Cardús.
El caballero en cuestión no es el único en sostener que tal o cual partido político, o la clase política en general, tendría que adaptarse a la opinión de los demás (i.e., la de uno mismo). Esa opinión será la de lo que unos llaman pueblo y otros, país. Ya me dirán quién es tal pueblo o país, primero, y cómo saben qué opina, después. Yo siempre he creído en la opinión de las personas tomadas una a una, pero no parece el caso.
Estos días de mal vivir abundan en sesudos tertulianos, de todo signo y condicion, que exigen a los políticos no que propongan soluciones concretas a problemas concretos, que podrán discutirse razonablemente después, no que expongan claramente sus preferencias y prioridades sociales, sino que ejerzan de veleta de la voluntad popular y alcen la voz en su nombre. Que el pueblo quiere ir para allí, para allí; que para allá, para allá; que no quiere ir a ninguna parte, quietos.
Porque si uno piensa otra cosa que no es lo que pienso yo, es que no piensa como tendría que pensar todo el mundo, sostienen. Ergo, no piensan como el pueblo. Mal asunto, si comenzamos así el debate.
Si tuviera que ser que uno sólo puede proponer lo que (me) gusta y no lo que cree que sería mejor, ¿qué diferencia podría haber entre izquierdas o derechas, entre lo social y lo nacional, entre el progresismo y el conservadurismo...? Con el tiempo, ninguna.
Como dijo Nietzsche, no sabrás si el rebaño te sigue o formas parte de él. Pero seguro que no serás el pastor, sino pasto de lobos, me permito añadir.
Llevan mas de un año calentando a la ciudadania
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