Ricardo III


Retrato de Ricardo III. El artista no pintó la chepa del rey.

El 22 de agosto de 1485, en Bosworth, moría un malvado rey, dicen las crónicas, Ricardo III. Era un malo malísimo ideal, cínico y deforme, pues siempre se han asociado fealdad y maldad en las baladas populares. Quizá no fuera tan malo. En todo caso, no fue peor que tantos otros reyes ingleses, tan aficionados a encerrar a sus enemigos en la Torre de Londres para decapitarlos después.

Ricardo III se enfrentaba a Henry Tudor, que luego sería Enrique VII. Como ganó la batalla, Enrique quedó como virtuoso, guapo y valiente en las baladas populares, aunque siguió empleando las instalaciones de la Torre de Londres a destajo.

Ricardo III se defendió de las tropas rebeldes con ocho mil hombres. Esperaba, además, el auxilio de Lord Stanley, que llevaba consigo tres mil hombres más. Enrique contaba con cinco mil hombres (entre los cuáles, mil quinientos franceses) y Fortuna entre sus filas. Cuando se encontraron en Bosworth, se libró una crudelísima batalla. En medio de la matanza, justo cuando había fracasado un ataque de la caballería de Ricardo, se presentó Lord Stanley y el que pasaba por amigo de Ricardo resultó serlo de Enrique. El malentendido le costó a Ricardo el trono y la vida.

Una visión romántica de la matanza de Bosworth.

Traduzco la escena de su muerte, tal como la escribió John Rous de Warwick en 1490, testigo presencial del suceso.

Sea, pues, y venga la verdad para no privar de crédito a quien lo merece, que, pese a ser canijo y debilucho de piernas, [Ricardo III] se comportó como un galante caballero y actuó con la distinción del mejor de sus campeones hasta su último aliento, que clamó: ¡Traición! ¡Traición! ¡Traición!

Rodeado de amigos muertos y enemigos vivos, herido varias veces, viéndose perdido y traicionado, empuñando una arma con desesperación y coraje, se defendió como pudo hasta que un mercenario le atravesó de lado a lado con una alabarda y lo dejó seco de una vez y para siempre.

¡Qué escena! El drama da mucho juego. ¿Han leído Ricardo III de Shakespeare? ¡Léanla!

El deforme y malvado Ricardo shakesperiano es uno de los mejores personajes literarios que se hayan visto nunca.

Sir Laurence Olivier interpretando Ricardo III.

Por tanto, ya que no resulto como galán para entretener estos finos y redichos días, he decidido actuar como villano y odiar los vacíos placeres de estos tiempos, dice, sólo empezar la obra. Más exactamente:

And therefore, since I cannot prove a lover
To entertain these fair well-spoken days,
I am determined to prove a villain,
And hate the idle pleasures of these days.

Cuando le acusan de matar a Eduardo, responde: Que me agradezca, pues, que le ayudara a subir [al Cielo], encajaba más en ese lugar que en la tierra. Acto tras acto, felonía tras felonía, el deforme rey Ricardo se come la escena. ¡Qué magnífico personaje! Morirá gritando: ¡Un caballo! ¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo! Seguro que habrán oído la frase.

Ahora resulta que han descubierto los restos de ese personaje de leyenda. Ha sido en Leicester, Inglaterra, en una prospección arqueológica al lado de un aparcamiento. De la tragedia a la comedia en un pispás.

El cadáver mostraba una escoliosis de la columna vertebral y varias lesiones traumáticas. Tenía una punta de flecha en la chepa y una lesión mortal en la base del cráneo. Por lo demás, la calavera estaba tan bien conservada que ha podido proporcionar muchísima información sobre su propietario. El ADN de los restos coincide con el ADN de los descendientes de la casa de York. ¡Es el rey Ricardo!

En Leicester han echado las campanas al vuelo y el señor alcalde ya ha dicho que los huesos de Ricardo III no abandonarán la ciudad si no es por encima de su cadáver. De hecho, ya está en marcha un museo para recordar la figura del malo shakesperiano en el que ya se ha invertido un millón de euros.

Según las crónicas de la época, los restos de Ricardo III fueron enterrados en los terrenos de la iglesia de Grey Friars, ésa que está justo al lado del aparcamiento. Antes, fueron expuestos a la vista del común durante veintidós días. En el fondo, tal fue una felonía más. Ahora, siglos después, el pobre y deforme Ricardo será la estrella de un museo de una ciudad de provincias. ¡Triste y fatal destino!

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