Los perros ya pueden viajar en metro



Entre privatización y privatización el Ayuntamiento de Barcelona, con el placet de la Generalidad de Cataluña, ha colado un permiso para que los perros puedan viajar en el metro. En puridad, los perros o cualquier otro animal de compañía, mientras sus propietarios no los lleven en las manos (sic). Por ejemplo, un caballo.


No se podrá viajar con ellos en hora punta, cuando juegue el Barça o cuando se organice alguna manifestación millonaria (dos o tres veces al año) y tendrán que ir debidamente embozados y sujetos por una correa (por una brida, en el caso de los caballos). Espero que no les dejen cagar y mear por los pasillos y los andenes del metro, como suelen hacer en la superficie. Ya sé que no es culpa de los chuchos, que es culpa de los amos, que son unos guarros, pero espero lo mismo, que no dejen sus recuerdos en los largos pasillos de las estaciones de enlace.

Antes sólo podían viajar los perros que realizaban una actividad profesional. Más exactamante, los perros lazarillos y los que trabajaban para los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado (ya saben, los que detectaban bombas, rescataban heridos o perseguían a los delincuentes). 

Los perros vigilantes de las compañías privadas de seguridad llevan una vida muy perra. Si no están enjaulados (sic), pasan unas 18 horas al día bajo tierra.

Como se privatizó la seguridad del metro, qué manía, también llevamos años viendo a los pulgosos de las compañías privadas de seguridad. Éstos son perros ciclotímicos. Sólo los he visto en dos estados: o los veo muertos de asco, apáticos y tristes, siempre sucios, o frenéticos, furiosos, ladrando a cualquier cosa que se mueva, ven p'aquí, desgraciao, que te vi a dar un muerdo... En su estado normal, nunca. Es así porque sufren una vida muy perra y las estancias subterráneas del metro no son lugar para perros. Si ya fastidian a las personas, imaginen ustedes a los nietos de un lobo.

Gracias al Ayuntamiento de Barcelona, qué guay, ahora podremos ver en el metro a los chuchos que se dedican a sus labores. A los caballos, quizá. Viajarán gratis, encima. Tendrán prohibido cagarse y mearse en las dependencias del metro y en los convoyes, pero me cago yo en el caso que van a hacer a las prohibiciones. Ya lo verán, es sólo cuestión de tiempo que pisen sin querer una mierda canina en el transbordo entre la línea roja y la verde o cualquier otra. 


A partir de ahora, los orgullosos propietarios de un chucho podrán pasear con él arriba y abajo de Barcelona y llevárselo a cagar a la otra punta de la ciudad en vez de dejarlo defecar en el portal de casa. Los miembros de un club hípico podrán transitar lo mismo, siempre que declaren que sus monturas son animales de compañía.

Lo que me sorprende... No, no me sorprende, la verdad. Estaba previsto que la medida fuera alabada como una medida superchachi, guay del Paraguay, hasta europea, fíjense. ¡Europea! ¡Que en Barcelona somos mu modernos y mu europeos! Lo que hagan en Europa con sus perros me importa bien poco sabiendo que los índices de violencia machista, suicidios y alcoholismo de esos bárbaros del norte son varias veces más altos que los nuestros. Nos podrán enseñar a fabricar automóviles, pero ¿urbanidad?

Lo que es yo, permítanme ser mediterráneo. Prefiero que los perros viajen a pie. Pobrecitos. Todo el día encerrados en casa y cuando salen a la calle, embutidos en el metro. Cuánta crueldad, hay que ser bestia.


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