El Museo de Orsay (I)


El gran reloj de la estación preside la exposición.

Cuenta la leyenda (con visos de ser cierta) que cuando Victor Laloux (un arquitecto decimonónico) ponía a punto la estación ferroviaria de la Gare d'Orsay le dijeron que el edificio era tan lujoso que no parecía una instalación ferroviaria, sino un museo ¡Palabra premonitorias, ésas! Se inauguró a tiempo para la Exposición Universal de 1900.

Sí, en efecto, parecía más un museo que una estación de ferrocarril.

En 1939, la Segunda Guerra Mundial puso fin al uso de este edificio como estación de ferrocarril y en los años que siguieron nadie supo muy bien qué hacer con él. En los años setenta, el edificio estaba en un estado casi ruinoso, pero las autoridades decidieron construir en él un museo público. En 1986, nueve años después de tomada la decisión y después de cinco años de obras, François Mitterrand inauguró el Museo de Orsay (Musée d'Orsay en francés).

Pasarelas en los niveles superiores de la estación/museo.

Gae Aulenti, una gran arquitecta, trabajó en la remodelación interior del edificio y su disposición museística hasta 1985 (el exterior y algunos edificios anexos los realizó otro despacho de arquitectura). Acto seguido, la señora Aulenti remodeló el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataluña), en Barcelona, siguiendo un discurso arquitectónico muy parecido, por no decir el mismo. Que quede entre nosotros: creo que el Museo de Orsay le salió mucho mejor, desde el punto de vista estético y funcional, y que el MNAC le salió rana. Se le había agotado el discurso, vamos a decirlo así. Vistos los dos espacios, el del Museo de Orsay es el más satisfactorio, con diferencia. Ahora bien, esto que digo es una opinión personal. Si la comparten, bien; si no, también.

El restaurante del museo.
Preparen la cartera.

El Museo de Orsay guarda una impresionante colección de obras de arte que van de la Revolución de 1848 al estallido de la Gran Guerra, en 1914. Aunque este noviembre las salas impresionistas estaban cerradas por remodelación, seguían exhibiéndose muchas de sus mejores obras en otras salas. La visita cundió muchísimo y valió la pena, sin dudarlo. Y eso que (he de confesarlo) el Museo de Orsay no estaba entre las visitas que tenía previstas. Pero al final lo visité y ¡cuánto me alegro!

Unas esculturas de Rembrandt Bugatti en una de las salas del museo.

Es un museo muy apreciado por sus visitantes. Eso se debe, en parte, a que su colección parece (sólo parece) más fácil que las que pueden verse en el Museo del Louvre o en el Centro Pompidou (de arte contemporáneo). Pero cualquier aficionado al Arte quedará de una pieza al contemplar su deslumbrante colección. De fácil, nada. Si acaso, magnífica.

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