La Tumba de Napoleón


Vista de la tumba de Napoleón desde el nivel de la iglesia del Domo.

Era una suerte de obligación que en mi viaje a París pasara por los Inválidos a rendir mis respetos a Napoleón Bonaparte. 

La inscripción que recuerda una línea del testamento de Napoleón.

Como todo el mundo sabe o debería saber, Napoleón murió en la isla de Santa Elena el 5 de mayo de 1821. Ahí fue también enterrado, en un lugar casi idílico, a la sombra de unos sauces llorones, cerca de un manantial, en un lugar llamado Valle del Geranio. Pero por muy idílico que fuera el sitio, el testamento de Napoleón decía bien claro lo siguiente: Quiero que mis cenizas reposen a orillas del Sena, en medio del pueblo francés que tanto amé. Si lo prefieren en francés, dijo: Je désire que mes cendres reposent sur les bords de la Seine au milieu de ce poble Français que j'ai tant aimé.

Esta frase preside la entrada a la cripta donde está enterrado.

Nos recibe el águila imperial.
Al fondo, al final del pasillo, nos espera el Emperador.

En 1840, el Reino Unido cedió ante la insistencia del rey francés Luis Felipe de Orleans (Felipe I de Francia) y el navío de línea La Belle Poule trajo de vuelta a Francia los restos del Emperador. Su llegada a París fue lo nunca visto y los relatos de la época hablan de un millón de personas que se echó a la calle. Un millón de entonces no es un millón de ahora, les aviso, y aunque no fueran un millón, sí que fue una muchedumbre innumerable que aguantó impertérrita y en silencio (un silencio escalofriante, según algunos testigos) la comitiva del entierro. Era un 15 de diciembre, llovía aguanieve y hacía mucho frío. Pero durante horas y horas el pueblo de París ocupó la explanada de los Inválidos y llenó las calles de la ciudad para rendir los respetos a quien fuera su antiguo tirano. En la comitiva, el anciano mariscal Moncey (el último de los mariscales de Napoleón todavía con vida) no podía aguantarse las lágrimas y a lo largo de todo el recorrido presentaron armas numerosos veteranos de la Grande Armée con sus viejos, ajados, miserables y gloriosos uniformes.

La gran pompa del retorno del cuerpo de Napoleón.
Al fondo, los Inválidos.
(De un grabado de la época).

Poca gente sabe que lo enterraron en una tumba de mentira, porque la tumba de verdad todavía no había sido ni comenzada. Reposó durante años en un trampantojo de escayola pintada simulando mármol mientras Visconti, un prestigioso arquitecto, iniciaba unas obras de enjundia en la iglesia del Domo, cavando un profundo agujero para la cripta. No vio acabadas las obras y no fue hasta el 2 de abril de 1861 que pudo enterrarse, al fin, al Emperador con la pompa prevista (bajo el reinado de su sobrino Luis Napoleón, Napoleón III, un tipo mediocre cargado de ínfulas). 

La tumba de Napoleón ocupa una cripta a cielo abierto, justo bajo la linterna de la cúpula de la iglesia del Domo, rodeada por una galería que permite rodearla.

La tumba está labrada en bloques de cuarcita roja y reposa sobre un pedestal de granito verde de los Vosgos. El adorno del lugar es impresionante. En el suelo, una corona de laurel e inscripciones con las grandes victorias de las campañas napoleónicas. Rodea la tumba un atrio y doce Victorias, al modo de cariátides, esculpidas por Pradier, presentan sus respetos al finado y representan (eso dicen) sus campañas militares. 

La Legión de Honor, en uno de los bajorrelieves que adornan la galería.

En ese atrio o galería que rodea la tumba, en la cripta propiamente dicha, diez bajorrelieves esculpidas por un tal Simart representan a Napoleón con los atributos de un César (casi diría que los de un dios Júpiter) y sus principales acciones de gobierno, en diez ámbitos. Éstos son (espero no perder la cuenta): la pacificación de la nación (que, después de la Revolución, estaba un tanto excitada), la centralización (y racionalización) administrativa, la creación del Consejo de Estado, la redacción del Código Civil, el Concordato con la Iglesia (en tiempos de Napoleón III, el laicismo iba dejándose de lado), la creación de la Universidad imperial y las escuelas politécnicas, el Tribunal de Cuentas, que perseguía la corrupción y defendía el buen uso de las finanzas públicas, el Código Mercantil, las grandes obras del Imperio (carreteras, canales, edificios, etc.) y finalmente la instauración de la Legión de Honor. Quien fuera que ideó estos bajorrelieves no tenía en la mente la noción de la modestia, pues, aunque estas cosas que hizo Napoleón fueron (quizá) positivas, la glosa es tan exagerada que a ratos roza lo cómico.

La capillita donde reposa el Rey de Roma.

En esta galería existe una pequeña capilla con los restos del Rey de Roma, el desafortunado hijo de Napoleón. La capillita está adornada con una estatua de Napoleón Emperador, dos águilas imperiales, el nombre de tantas batallas, mosaicos, etcétera. El dato que no suele mencionarse es que el cuerpo del Rey de Roma llegó a París en 1940 como regalo de Hitler. Antes, el desgraciado hijo de Napoleón reposaba en Viena. 


Bajo la tumba del Emperador, una rosa roja. Me dijeron que no le faltan flores.

La Legión de Honor, en el pasillo que lleva hasta la tumba.

En el largo pasillo que lleva hasta esa galería se encuentra la entrada a otra cripta que acoge a militares caídos en otras guerras, incluyendo la de 1870, la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial. En esa cripta y tanto en la iglesia del Domo como en la catedral de San Luis de los Inválidos reposan generales y mariscales que acompañaron a Napoleón en sus campañas. La lista es inacabable: Duroc, Hautpoul, Exelmans, Bessières, Lobau, Lasalle, etc. Pocos honores hay mayores en Francia para un militar que ser enterrado en los Inválidos (o en el Panteón, si acaso).

El suelo de este pasillo, además, está decorado con el águila imperial y la Legión de Honor. En las paredes, dos bajorrelieves ilustran el viaje del cuerpo del Emperador hasta llegar a París, y en uno de ellos puede verse llorando al mariscal Moncey al lado de quien fuera su comandante.

La tumba de José Bonaparte.

No es el único Bonaparte enterrado en la iglesia del Domo. En una de las capillas laterales está la tumba de José Bonaparte, que fuera rey de España por breve tiempo, y muy contestado por sus súbditos. Que no les gustara, lo entiendo. Que prefirieran a Fernando VII, en cambio, no.

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