Giani Stuparich era un autor triestrino, de esa parte del mundo por la que se han dado siempre de bofetadas los austríacos, los italianos y los eslavos. Pero no es de esto de lo que queríamos hablar, sino de un relato breve, cuento por extensión, novela por estructura, que se llama La isla (L’isola, en original), editado por Minúscula y traducido por J.A. González Sainz. La isla fue finalista del Premi Llibreter en 2008. Ganó Botchan, de Natsume Soseki, un clásico de la narrativa contemporánea japonesa, otro libro magnífico.
Minúscula edita libros preciosos y La isla es uno de ellos. A decir de los stuparichianos, es su mejor relato; en mi opinión, es un relato bellísimo, escrito con una precisión y una simplicidad que pone los pelos de punta. Lo he leído en español y en italiano. Puedo asegurar que la traducción es excelente. Me ha conmovido tanto la primera como la segunda vez.
La isla es la historia de un viaje. De un viaje y mucho más. Un padre ruega a su hijo que le acompañe unos días. Quiere visitar la isla donde nació, donde se hizo hombre y de donde partió para comerse el mundo. Vuelve débil y enfermo al paisaje de su juventud; un cáncer lo está matando. Éste es el argumento de La isla, que narra unos pocos días entre el viaje de ida y el de vuelta. Stuparich adopta ahora el punto de vista del padre y luego el del hijo, y pasa del uno al otro con naturalidad. Así, el contraste entre la vida y la muerte, entre la plenitud y la decadencia, es más acusado, o más nítido, como el cielo azul de la costa de Istria.
Minúscula edita libros preciosos y La isla es uno de ellos. A decir de los stuparichianos, es su mejor relato; en mi opinión, es un relato bellísimo, escrito con una precisión y una simplicidad que pone los pelos de punta. Lo he leído en español y en italiano. Puedo asegurar que la traducción es excelente. Me ha conmovido tanto la primera como la segunda vez.
La isla es la historia de un viaje. De un viaje y mucho más. Un padre ruega a su hijo que le acompañe unos días. Quiere visitar la isla donde nació, donde se hizo hombre y de donde partió para comerse el mundo. Vuelve débil y enfermo al paisaje de su juventud; un cáncer lo está matando. Éste es el argumento de La isla, que narra unos pocos días entre el viaje de ida y el de vuelta. Stuparich adopta ahora el punto de vista del padre y luego el del hijo, y pasa del uno al otro con naturalidad. Así, el contraste entre la vida y la muerte, entre la plenitud y la decadencia, es más acusado, o más nítido, como el cielo azul de la costa de Istria.
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