Satiricón


De su autor, Cayo Petronio Árbitro (Petronio para los amigos), sabemos realmente poco. Unos dicen que fue cortesano de Nerón, y que es el Petronio que describen los Anales de Tácito, pero no hay nada seguro. Me gustaría que fuera ese Petronio, al que todos tomaban por inepto y vividor hasta que, enfrentándose a una responsabilidad pública, mostró unas aptitudes que causaron asombro, revelándose como un funcionario ejemplar y eficacísimo. Las envidias de los cortesanos y la avaricia de Nerón pusieron fin a la vida de Petronio.

Fuera este Petronio u otro cualquiera, el Satiricón es un clásico de la literatura latina, que RBA publica en edición económica y de bolsillo, cosa que agradecemos muchísimo. Lo traduce Lisardo Rubio Fernández y es el mismo texto que publica Gredos con tapa dura y señorial.

El Satiricón es una novela fragmentaria. Es decir, para que nos entendamos, que se conserva a trozos. Se han perdido páginas enteras y tenemos que reconstruir el argumento. No importa. El texto es burlesco, satírico hasta el cinismo o la burla escatológica, no respeta a nada ni a nadie. Es una novela de pícaros escrita por una persona extremadamente culta y gamberra. Describe con insultante precisión la vida del vulgo, burlándose de todo lo establecido mostrándolo tal y como es. El banquete de Trimalción, sus páginas más celebradas, son una burla del nuevo rico que no conoce igual. Gitón, por mentar otro personaje notable, objeto del deseo de unos y otros, vende su culo al mejor postor sin ninguna vergüenza, y se apropia de hembras ajenas con el mismo desparpajo. Los protagonistas se cepillan niños, niñas, sacerdotisas vírgenes, mujeres casadas, los unos a los otros y hasta caen diosas en sus abrazos, con una afición que no conoce límites, y la carcajada (burda y grosera) siempre acechando en estos lances. Leer el Satiricón es anticiparse a la picaresca del Siglo de Oro, que le debe mucho, y vemos pasar criados espabilados, caballeros aparentes, ladrones descarados y Celestinas que nos recuerdan a Quevedo, Cervantes y Rojas.

El texto está lleno de episodios hilarantes, irreverentes y absolutamente desquiciados, pero también de repentinos apuntes de poesía y filosofía. Es Roma en estado puro, pero no la de mármol, sino la de los romanos. Si le gusta Roma, léala.

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