Se llamaba Economía, y sus autores eran dos, los señores Samuelson y Nordhaus, pero todo el mundo lo conocía como el Samuelson. Si lo decía el Samuelson, iba a misa. Además, podías leer el Samuelson y entender lo que te estaba diciendo, lo que en Economía es poco más o menos un milagro. Allá está el Samuelson, en un lugar de honor en mi biblioteca, el tocho de la asignatura de Economía, el librito que resultó ser tan o más apasionante que algunos libros de ensayo o filosofía que luego pasaron por mis manos, con más fama que contenido.
Luego resultó que Samuelson era un economista famoso, Paul Samuelson, uno de esos profesores norteamericanos que dejan huella en sus alumnos, y también en los gobiernos, comprometido con la ciencia y el rigor científico, pero también con sus ideas, que defendía con vigor y muchos argumentos, sólidos en su mayoría. Su aportación a la analítica económica, compuesta a partes iguales de genio y figura, de una imaginación desbordante y un método riguroso, ha sido enorme, a decir de los entendidos. Se llevó a casa un premio Nobel, el de Economía. Nos devolvió mucho más que eso.
Era un economista neoclásico, un profesor de la vieja escuela, un bastardo keynesiano, en boca de sus adversarios neoliberales. Samuelson tampoco se andaba con chiquitas, y sus artículos tiraban con bala contra Hayek y Friedmann, que se lamían las heridas con infinita precaución. Samuelson entendía la Economía como un instrumento dedicado a una mejor y más justa distribución de la riqueza. En el fondo, la Economía de Samuelson advierte que la figura del ser humano pasa por delante de cualquier ecuación, y se acerca a las teorías políticas de Rawls, por ejemplo.
Esto da mucho que pensar. Samuelson pertenece a una generación de intelectuales americanos ante la que uno sólo puede quitarse el sombrero. Filósofos y economistas, no se andaron por las ramas de la epistemología heideggeriana, ni deconstruyeron mundos ilusorios como Derrida, ni andaban liando las palabras como Habermas. Se enfrentaron a problemas reales con modestia, pragmatismo y buenas intenciones, se atrevieron a cantarle las cuarenta a los presidentes de su país y cuando hubo que hacerlo, se arremangaron y trabajaron con el Gobierno. Estos caballeros dan mil vueltas al intelectual típico de la vieja Europa, gilipollas y pedante. ¡Cuánto tendríamos que aprender de las universidades americanas...!
Samuelson ha sido un sabio prudente, de los que prefiere equivocarse y aprender a tener siempre razón. Esté uno de acuerdo con él o no lo esté, no importa, porque amigos así los quisieramos todos, y adversarios tan provechosos, también. Cuánto daría yo por tener un Samuelson en casa... y gente que supiera escucharlo. Me consuelo ojeando mi Samuelson y busco en él el consuelo de las ciencias sociales bien entendidas, como tienen que ser.
In Memoriam, Paul Samuelson (15 de mayo de 1915, 13 de diciembre de 2009).
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