Para leer al anochecer


Impedimenta es una de esas pequeñas editoriales que nos alegran la vida y la lectura. Ha publicado recientemente Para leer al anochecer (Historias de fantasmas), del señor don Charles Dickens, que en gloria esté y Dios bendiga. Traducen los cuentos y fragmentos del libro Marian Womack y Enrique Gil-Delgado.

El señor Dickens es uno de los mejores escritores que parió madre de los últimos tres o cuatro siglos, y eso es mucho decir. No descubro nada nuevo. En este acopio de relatos y fragmentos de relatos que tienen tanto que ver con lo fantasmagórico y sobrenatural, conocemos un Dickens alejado de sus grandes obras, que escribe por entregas y sin demasiado cuidado, pero que aún así, como quien no quiere la cosa, nos regala con páginas magníficas y algunos relatos sencillamente brillantes. El guardavías, por ejemplo, o La casa encantada. Es un Dickens, permítaseme decirlo, menor, pero ya quisieran algunos estas minucias para sí.

Pese al título, no todos los relatos son espeluznantes, porque Dickens sabe reírse de sí mismo y de los demás, y merece una mención especial y notoria Pálpitos confirmados, un relato que tendrían que publicar los círculos escépticos, para regocijo del personal. Como Dickens es Dickens, las descripciones de situaciones y personajes pueden llegar a ser irónicas hasta lo indecible incluso en medio de abracadabrantes historias de asesinatos, espíritus y conjuros.

Eso me recuerda que los grandes escritores son todos humoristas. Dickens nos hace reír en David Copperfield; El Quijote es un libro que levanta carcajadas; Kipling juega con nosotros, alegre y despreocupado; Flaubert, tan serio que parece, se ríe del personal una página sí y otra también; hasta Crimen y Castigo es una humorada, según se mire. Desconfiad, amigos míos, de los escritores que se lo toman todo muy en serio. Quien no ría conmigo, que deje este libro, dijo Nietzsche, porque, y esto lo digo yo, la risa es el oxígeno del alma.

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