A los catalanes nos place muchísimo la polémica sobre asuntos completamente estúpidos. En la historia queda el recuerdo del caso de los calcetines de rombos, el suceso del pájaro gigante que anidaba en la avenida Meridiana, etc. La última polémica es un tanto recurrente, pues tiene que ver con las banderas que la gente cuelga en los balcones, esta vez por celebrar la visita del Santo Padre.
De un tiempo a esta parte, los ciudadanos adornan sus balcones con banderas amarillas con rayas rojas; unas banderas llevan dos rayas rojas paralelas, más bien gruesas, en los extremos del trapo; en otras se cuentan cuatro rayas, aproximadamente paralelas, que van de un lado al otro del mantel. A ojo, sin entrar en detalles, la superficie de rojo y amarillo de ambas banderas es la misma, y cuentan los libros de historia que un rey de Nápoles convirtió las cuatro bandas en dos para identificar a los buques de su marina que, también es casualidad, llevaban la misma bandera que la flota enemiga.
Aparte del rojo y del amarillo, también se ven otras combinaciones de colores: azul y granate, blanco y azul, blanco y amarillo (éstos parecen ser los colores del Vaticano), etc. También se exponen lemas al público: Benvingut, No et volem, Se alquila, Se traspasa o Se vende son los más comunes. Puestos a celebrar la visita de Benito XVI, he colgado la bandera de Ferrari con el scudetto, pero, ahora que pienso, esto puede causar una polémica teológica (el papa es alemán y va con Mercedes) y ahora mismo la retiro.
La polémica está servida, pero fíjense cómo nuestra clase política la lía para que no descubramos cuál es el fondo del asunto, qué intríngulis amaga esta exposición de trapos y pendones. Mientras los políticos discuten sobre cuántas rayas y de qué color se ven aquí o allá, lo verdaderamente importante pasa por alto, se oculta tras el blablablá del aparato de propaganda. Les invito a observar algo verdaderamente preocupante, a saber:
La sociedad catalana está profundamente dividida entre aquéllos que cuelgan los trapos con las rayas en posición vertical y aquéllos que los cuelgan con las rayas en posición horizontal. Son dos posturas radicales, irreconciliables, y preocupan enormemente. ¿Qué razones asisten a los verticales? ¿Qué argumentos exponen los horizontales? ¿Cómo podemos reconciliar ambas posturas? ¿En qué acabará todo esto?
Seguiremos informando.
De un tiempo a esta parte, los ciudadanos adornan sus balcones con banderas amarillas con rayas rojas; unas banderas llevan dos rayas rojas paralelas, más bien gruesas, en los extremos del trapo; en otras se cuentan cuatro rayas, aproximadamente paralelas, que van de un lado al otro del mantel. A ojo, sin entrar en detalles, la superficie de rojo y amarillo de ambas banderas es la misma, y cuentan los libros de historia que un rey de Nápoles convirtió las cuatro bandas en dos para identificar a los buques de su marina que, también es casualidad, llevaban la misma bandera que la flota enemiga.
Aparte del rojo y del amarillo, también se ven otras combinaciones de colores: azul y granate, blanco y azul, blanco y amarillo (éstos parecen ser los colores del Vaticano), etc. También se exponen lemas al público: Benvingut, No et volem, Se alquila, Se traspasa o Se vende son los más comunes. Puestos a celebrar la visita de Benito XVI, he colgado la bandera de Ferrari con el scudetto, pero, ahora que pienso, esto puede causar una polémica teológica (el papa es alemán y va con Mercedes) y ahora mismo la retiro.
La polémica está servida, pero fíjense cómo nuestra clase política la lía para que no descubramos cuál es el fondo del asunto, qué intríngulis amaga esta exposición de trapos y pendones. Mientras los políticos discuten sobre cuántas rayas y de qué color se ven aquí o allá, lo verdaderamente importante pasa por alto, se oculta tras el blablablá del aparato de propaganda. Les invito a observar algo verdaderamente preocupante, a saber:
La sociedad catalana está profundamente dividida entre aquéllos que cuelgan los trapos con las rayas en posición vertical y aquéllos que los cuelgan con las rayas en posición horizontal. Son dos posturas radicales, irreconciliables, y preocupan enormemente. ¿Qué razones asisten a los verticales? ¿Qué argumentos exponen los horizontales? ¿Cómo podemos reconciliar ambas posturas? ¿En qué acabará todo esto?
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