Tiene su guasa, toda la historia tiene un fondo de guasa.
Reinaba Alfonso XIII y los barceloneses se pusieron de acuerdo para levantar un monumento a la Primera República. Así, como suena. Era un obelisco rodeado de farolas de hierro forjado, un horror modernista y decadente que fue el hazmerreír de la ciudad. Primo de Rivera puso peros a la finalización del monumento republicano, porque era hombre poco dado a humoradas, y no fue hasta la Segunda República que el monumento se acabó como se pudo. Descartadas las farolas (el Modernismo había pasado a mejor vida), racionalizado el conjunto, que no embellecido, se decidió coronar el falo pétreo con la escultura de una señora desnuda (la República), y que cada uno concluya lo que quiera. Se convocó un concurso. Lo ganó Josep Viladomat y lo perdió su eterno adversario, Frederic Marés. Allá en lo alto, la República de Viladomat alzaba la mano con los laureles de la victoria, las hierbas de Apolo, mirando hacia el futuro o más exactamente, hacia el este.
Dos años más tarde, España se fue a tomar viento y estalló la Guerra Civil. En febrero de 1939, las tropas franquistas entraban en Barcelona. La República de Viladomat corrió a refugiarse en los almacenes municipales, donde pasaría muchos años en compañía de otros monumentos caídos en desgracia. (Paréntesis: un día tendrían que hacerle un homenaje al encargado de estos almacenes, que tantos monumentos rescató de la barbarie fascista.) Un aguilucho la sustituyó en lo alto, pero duró poco. En los años cuarenta, una Niké, una Victoria, se asentó en la base del obelisco para celebrar la victoria del Régimen (o la derrota de la República, como prefieran).
¿Quién era esa Niké? ¿De dónde procedía? Prosigue la guasa, porque era, ni más ni menos, que la República de Marés, ésa que había quedado segunda detrás de la República de Viladomat. Eso sí, como corrían mojigaterías públicas, el escultor le tapó las vergüenzas y acudió a un truco de la escultura sagrada grecorromana: le puso una pequeña Niké en la mano. La señora siguió alzando el ramito de laurel, porque el laurel sirve tanto para un roto como para un descosido: celebra la República, celebra la Victoria, honra a Apolo y sirve para un estofado. En resumen, de República a Niké en un pispás. ¿No tiene guasa que durante treinta y tantos años de franquismo se celebrara la victoria fascista con una República disfrazada?
Luego vino la Transición y la Niké pasó a ser una señora que pasaba por ahí. Seamos sinceros: nadie sabía quién era. Hasta que este domingo la retiraron los munícipes. Un puñado de ciudadanos con banderas tricolores e insignias de las Brigadas Internacionales jalearon la derrota de la Victoria que había sido republicana, fascista y monárquica, por este orden. Los periódicos han afirmado que el alcalde ha retirado el último vestigio franquista de la ciudad. La Niké de Marés, dicen, irá a parar al Museo de Historia de la Ciudad, porque es una escultura de cierto mérito. La República de Viladomat hace ya tiempo que se exhibe en la plaza de Llucmajor, donde confunden el gorro frigio republicano con la barretina de los paisanos del lugar. Queda el lápiz solo y feo, mustio, desprovisto de significado, que ha conocido dos novias y se ha quedado para vestir santos.
Reinaba Alfonso XIII y los barceloneses se pusieron de acuerdo para levantar un monumento a la Primera República. Así, como suena. Era un obelisco rodeado de farolas de hierro forjado, un horror modernista y decadente que fue el hazmerreír de la ciudad. Primo de Rivera puso peros a la finalización del monumento republicano, porque era hombre poco dado a humoradas, y no fue hasta la Segunda República que el monumento se acabó como se pudo. Descartadas las farolas (el Modernismo había pasado a mejor vida), racionalizado el conjunto, que no embellecido, se decidió coronar el falo pétreo con la escultura de una señora desnuda (la República), y que cada uno concluya lo que quiera. Se convocó un concurso. Lo ganó Josep Viladomat y lo perdió su eterno adversario, Frederic Marés. Allá en lo alto, la República de Viladomat alzaba la mano con los laureles de la victoria, las hierbas de Apolo, mirando hacia el futuro o más exactamente, hacia el este.
Dos años más tarde, España se fue a tomar viento y estalló la Guerra Civil. En febrero de 1939, las tropas franquistas entraban en Barcelona. La República de Viladomat corrió a refugiarse en los almacenes municipales, donde pasaría muchos años en compañía de otros monumentos caídos en desgracia. (Paréntesis: un día tendrían que hacerle un homenaje al encargado de estos almacenes, que tantos monumentos rescató de la barbarie fascista.) Un aguilucho la sustituyó en lo alto, pero duró poco. En los años cuarenta, una Niké, una Victoria, se asentó en la base del obelisco para celebrar la victoria del Régimen (o la derrota de la República, como prefieran).
¿Quién era esa Niké? ¿De dónde procedía? Prosigue la guasa, porque era, ni más ni menos, que la República de Marés, ésa que había quedado segunda detrás de la República de Viladomat. Eso sí, como corrían mojigaterías públicas, el escultor le tapó las vergüenzas y acudió a un truco de la escultura sagrada grecorromana: le puso una pequeña Niké en la mano. La señora siguió alzando el ramito de laurel, porque el laurel sirve tanto para un roto como para un descosido: celebra la República, celebra la Victoria, honra a Apolo y sirve para un estofado. En resumen, de República a Niké en un pispás. ¿No tiene guasa que durante treinta y tantos años de franquismo se celebrara la victoria fascista con una República disfrazada?
Luego vino la Transición y la Niké pasó a ser una señora que pasaba por ahí. Seamos sinceros: nadie sabía quién era. Hasta que este domingo la retiraron los munícipes. Un puñado de ciudadanos con banderas tricolores e insignias de las Brigadas Internacionales jalearon la derrota de la Victoria que había sido republicana, fascista y monárquica, por este orden. Los periódicos han afirmado que el alcalde ha retirado el último vestigio franquista de la ciudad. La Niké de Marés, dicen, irá a parar al Museo de Historia de la Ciudad, porque es una escultura de cierto mérito. La República de Viladomat hace ya tiempo que se exhibe en la plaza de Llucmajor, donde confunden el gorro frigio republicano con la barretina de los paisanos del lugar. Queda el lápiz solo y feo, mustio, desprovisto de significado, que ha conocido dos novias y se ha quedado para vestir santos.
A mi todas estas actuaciones me parecen pensadas para distraer la atención, como retirar estatuas de Franco, de Lenín o de La Moños. Por mi parte, las dejaría todas pues todas son parte de la Historia.
ResponderEliminarMuy buena tu entrada, por cierto