Editorial Crítica ha publicado Ardenas 1944 de Antony Beevor este año que acaba. Quien haya leído alguno de los anteriores libros de Beevor sabrá qué le espera: una buena documentación, amor por el detalle, la atención debida al soldado raso o al civil que se ve atrapado en una batalla y un trabajo excelente, fácil de leer, que nos acerca, en este caso, a una de las grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial.
Es un libro de historia cercano y prescinde de análisis sesudos. Se entiende lo que dice y lo dice muy bien. También las deja ir y sorprende a más de uno.
Narra los padecimientos de los habitantes de los pueblecitos arrasados por las bombas, cuando nadie se acuerda de los civiles en estas cruentas batallas. Las historias de los soldados y sus temores y miserias son las protagonistas. También relata, con detalle, las intrigas entre oficiales del Alto Mando, tanto da aliado como alemán, aunque las del bando aliado hacen que uno se lleve las manos a la cabeza porque sabía de algunas tonterías, pero no que fueran tantas tonterías ni de tan gran calibre.
Como novedad, Beevor carga contra el general Bradley y lo deja de vuelta y media, cuando es un tipo que nunca había llamado demasiado la atención. Retrata a Patton, a medio camino entre un imbécil y un psicópata (aunque fuera buen general), presenta a Montgomery como un tipo impresentable, seguramente enfermo (literalmente) de soberbia, al general Hodges como un incompetente... No les va mejor a los alemanes, por cierto. La bravuconada de Goering destrozando su fuerza aérea en un día es para enmarcarla y la estupidez de los generales de las SS no va a la zaga.
Decir que la batalla de las Ardenas fue una apuesta arriesgada es exagerar. Nunca tuvo opciones de éxito. Lo de llegar a Amberes después de romper el frente era una idea absurda, propia del fanático y enfermizo cerebro de Adolf Hitler. Pero sí que pudo haber sido una severa derrota aliada. El ataque consiguió el efecto sorpresa, cierto, pero la sorpresa también se la llevaron los alemanes ante la inesperada resistencia de los soldados americanos. No supieron detenerse a tiempo. Mejor dicho, Hitler les obligó a continuar, pese a todas las advertencias. La sorpresa inicial se convirtió en una batalla enquistada que no podía ganarse y de ahí a la completa derrota alemana, un paso.
Como bien dice Beevor, y tantos otros han dicho, la batalla de las Ardenas sólo sirvió para perder la reserva de tropas acorazadas de Alemania, justo antes de la gran, y última, ofensiva soviética de principios de 1945. No sólo fue una derrota, sino que fue un gran error estratégico.
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