El prisionero de Zenda (la novela... y las películas)


Un libro para disfrutar y dejarse llevar por la aventura.

No había leído El prisionero de Zenda, aunque había visto las películas. En plural. Al menos, las dos más famosas, la de John Cromwell, protagonizada por Ronald Colman, Douglas Fairbanks Jr. y Madeleine Carroll, de los años treinta, y la de Richard Thorpe, protagonizada por Stewart Granger, James Mason y Deborah Kerr. Ésta, la segunda, es probablemente la más famosa, y también la más kistch. También existe una versión en cine mudo, de 1922, muy interesante. 


Los carteles de las dos películas.
Cualquiera de las dos merece verse. 
La segunda es más kistch, quedan avisados.

En mi modesta opinión, en las películas la función se la lleva el malvado Rupert de Hentzau. James Mason es un Rupert de Hentzau magnífico, pero yo prefiero al descarado Douglas Fairbanks Jr., más alegre y semejante al Rupert de Hentzau de la novela. Pero no pienso sentar cátedra, porque esto va por gustos y cada uno elige al malo al que mejor se acomoda. Cualquiera de los dos es notable. 

Por supuesto, ambas películas se cierran con el enfrentamiento a vida o muerte de Rudolf Rassendyll y Rupert de Hentzau, sable en mano. La escena es tan famosa que ha sido imitada en numerosas películas y en una de ellas, La carrera del siglo (The Great Race, 1965), la esgrima entre Tony Curtiss y Ross Martin es tan buena que no tiene nada que envidiar a ninguna otra. ¡A lo que íbamos! Son cuatro o cinco minutos de sablazos arriba y abajo que Granger y Mason pasan con muy buena nota, superando a Colman y Fairbanks Jr., que no pelean tan bien (aunque crean escuela). En la novela, el enfrentamiento entre Rassendyll y Hentzau no es exactamente así como se ve en las películas, aunque no será menos emocionante, y no diré más. No pienso quejarme por ello.

El duelo, en 1937. La imagen de las sombras dándose sablazos, un clásico.

El duelo, en 1952. Una de las mejores escenas de esgrima de Hollywood.

El duelo, en 1965. Con florete y sable, y una magnífica esgrima.

La novela... No la había leído. No sé por qué. Quizá porque no se publicaba. La compré hace unos días, publicada al fin por DeBolsillo y Zenda (www.zendalibros.com), con un prólogo de Arturo Pérez-Reverte que, como no podía ser menos, reivindica el placer de una lectura divertida, entretenida... Y eso es lo que es El prisionero de Zenda, una novela para disfrutar. He de reconocer que me arrimé a la novela esperando tropezar con un texto mediocre, prescindible, pero ¡cuánto me equivoqué! ¡Me lo he pasado en grande leyéndola! Me he divertido mucho. Oh, vale, no es un Flaubert, ni un Joyce, pero tiene todo lo que ha de tener para pasar un buen rato y vivir aventuras, sable en mano. Ya no se escriben novelas así, hemos perdido la inocencia y la frescura, hasta el descaro, de El prisionero de Zenda. Qué lástima, ¿verdad?

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