La selección negativa



En un reciente artículo, el periodista Guillem Martínez se refería a los políticos que nos han tocado en suerte tanto en Cataluña como en el conjunto de España y empleaba la expresión selección negativa. Viene a decir, más o menos, que la selección natural de los gobernantes no permite sobrevivir al mejor, sino al más inepto, al más nefasto, al más fanático, al más servil, al más cínico, al personaje con menos escrúpulos, al más mentiroso... o a aquél que reúna en sí todas estas características, en diversa proporción y bien mezcladas. Si se da un proceso de selección negativa, lo mejor de cada casa asume el mando, y así nos va.

Los procesos de selección negativa se dan en la empresa como se dan en la política, y no faltan ejemplos. En la empresa pública, más todavía, especialmente cuando la política que nos gobierna entra en una espiral semejante. Hoy, me remito a la apabullante evidencia, vivimos en una espiral alocada e imparable de selección negativa en el mundo de la política catalana y española; quienes ayer eran lerdos, torpes y bastante inútiles hoy nos parecen grandes estadistas, y no porque el tiempo pasado nos ofrezca una nueva perspectiva de los acontecimientos, sino porque el presente nos golpea en la cara con personajes que superan, con creces, la tontería, torpeza e inutilidad de sus antecesores. ¡Qué locura!

El autor de La sociedad abierta y sus enemigos.

La selección negativa no es ninguna novedad. Popper, en La sociedad abierta y sus enemigos, después de descartar cualquier otro sistema político y optar por la democracia liberal, ya nos advertía de sus peligros. El principal de ellos, y no es baladí, es que no gobernarán los mejores, sino personajes mediocres. Una mediocridad que ha de entenderse como normalidad; es decir, personajes que no son ni demasiado buenos ni demasiado malos, sino del montón. Es verdad que podemos tener puntería y escoger a un buen gobernante, pero también que nos salga malo. 

Es por eso que una democracia liberal cuenta con poderes separados y leyes que, al menos en teoría, limitan el daño que pueda hacer un tonto al mando de la nave. En última instancia, afirma Popper, la democracia, el voto, no servirá para escoger a un gobernante bueno, sino para echar a uno malo sin tener que recurrir a la violencia. Más o menos dice esto, pero queda claro el peligro: a la que la sociedad se torna menos abierta, más fácil es que buscando el Gobierno de los Mejores entren a formar parte de él personajes fruto de una selección negativa. Sin embargo, si se cumplen las reglas del juego y todo el mundo hace lo que hay que hacer, la selección negativa no lo tendrá fácil.

El remedio está en el pueblo, palabro que queda feo según cómo se use. En los ciudadanos, mejor. Porque son ellos los que han de decir ¡basta! al mal gobierno. Pero ya hemos visto y seguimos viendo que, en Cataluña, y también en el resto de España, el discurso público deriva con enorme facilidad hacia el despropósito, el fanatismo y el desprecio por las reglas del juego o la simple pérdida del sentido del ridículo y la vergüenza. Lo vivido estos últimos años es fácilmente calificable de esperpento y locura colectiva y nos da mucho en qué pensar, porque a uno le asalta la idea de la virtù maquiavélica hecha cisco.

El autor de los Comentarios a la primera década de Tito Livio.

Sí, Maquiavelo hablaba de la virtù del pueblo. No es exactamente virtud, sino algo más que eso, pero se resumía en un pueblo vigilante y comprometido con la república, capaz de asumir responsabilidades y defender sus derechos. También nos advirtió de la corrupción de un pueblo. Ésa, la corrupción, venía tanto de una mortal diferencia entre ricos y pobres, que reventaba cualquier oportunidad de igualdad de derechos y deberes, como de una corrupción moral, que provocaba una dejación de los deberes, un olvido de la responsabilidad, una distancia con el Estado (república), pero, sobre todo, un desprecio por las reglas del juego en el gobierno de todos, que eran la puerta de entrada de fanatismos, divisiones... Esa corrupción maquiavélica es, ni más ni menos, que una espiral de selección negativa.

Por lo tanto, ya ven, el problema viene de lejos y se da con relativa frecuencia. ¿Cómo se supera? Malas noticias: a veces no se supera y se va todo al carajo. Buenas noticias: también puede superarse. La clave está en la gente. Si el PP hace lo que hace y le votan... Si los catalanes, en vez de preguntar por las listas de espera en los hospitales o los recortes sociales que llevamos sufriendo desde hace ocho años, seguimos pensando en los colores de un trapo llamado bandera... Si dejamos que unos y otros nos arrastren hacia posiciones cerradas, fanáticas, basadas en la fe y no en la razón... En fin, qué les voy a contar. Si nos plantamos y pedimos que se ocupen del gobierno o si nos dejamos arrastrar por la locura es la clave.

Sartre ya nos recordó que la libertad es muy jodida, duele, implica un sacrificio constante, y que por eso es tan fácil dejar que los demás piensen por ti. Y, claro, luego pasa lo que pasa.

Finalmente, no he podido resistir la tentación de citar a Nietzsche.

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