José Luis de Juan escribió por primera vez El apicultor de Bonaparte en 1996 y su obra obtuvo el premio Juan March. La ha vuelto a publicar en 2017, cuidadosamente revisada y revisitada por el autor, y esta reedición la ha publicado la editorial Minúscula. Es una pequeña obra de arte (y digo pequeña porque es una novela breve, de ciento y pico páginas). Podríamos decir que es un pequeño mecanismo de relojería, preciso, perfecto, que gira alrededor de símbolos y matices, finísimo. La obra contiene ficción histórica y (voy a llamarla así) mítica, deliciosamente combinada. Genera escenas sutilmente surrealistas y otras simplemente bellas. He de añadir que el trato que se le da a Bonaparte es magnífico, desde un punto de vista literario.
El protagonista es un apicultor de la isla de Elba que oculta cuidadosamente a sus vecinos sus lecturas ilustradas (Rousseau, Diderot, etc.) y que un día descubre una relación entre su admirado Napoleón y las costumbres de las abejas. Napoleón, el segundo protagonista, sabe del apicultor por una misiva que recibió hace años y que le impresionó sobremanera, y no diré por qué. A partir de aquí, se va tejiendo un encuentro entre el Napoleón exiliado y el apicultor de Elba del que no diré nada más, excepto que es fenomenal.
La obra es una pequeña maravilla, no puedo decir más.
Abejas bordadas en un manto imperial de Bonaparte.
Las abejas eran uno de los símbolos del Primer Imperio.
Mencionaré, a título anecdótico, que el autor comete dos anacronismos en la obra. En 1814 no había vapores entre Elba y la península italiana y el aluminio era un metal tan caro como rarísimo, por lo que una rejilla de aluminio para un traje de apicultor... Pero, ¿qué más da? Sólo un tipo tan raro y picajoso como yo se fija en estas cosas, y es por defecto de fábrica. Defecto que El apicultor de Bonaparte no tiene, ni de fábrica ni de nada. Es una obra redonda, se mire como se mire. Y ya está.
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