La canalla puritana


Es portada de todos los diarios, ha salido por televisión y se comenta en la radio. Fulanito de Tal, un tipo famoso por ser de los mejores en su oficio (pongamos, por ser un jugador de golf), anuncia en una rueda de prensa que se arrepiente de haber puesto los cuernos a su señora y pide perdón a la nación, al mundo entero, por ser crápula y pendón.

Creemos que somos tolerantes y modernos, decimos que respetamos al prójimo, y afirmamos que allá cada uno con su vida, pero de eso, nada. Fulanito de Tal se ha visto obligado a humillarse en público, a colocarse delante de una muchedumbre morbosa el sambenito de follón y calavera, a exponer vergonzosamente a la chusma un asunto que no incumbe a nadie más que a él mismo y señora. La canalla aplaude el circo y se recrea en la dolosa penitencia. Disfrutan del poder joder a alguien de por vida. Es obsceno.

El resultado huele que apesta. Hemos presenciado una orgía de hipocresía, la convulsión de un onanismo puritano y colectivo que demuestra lo mucho que todavía nos falta para asumir qué es la libertad y la persona. La peste de la canalla puritana nos recuerda que tantos siglos nos ha costado conseguir un poquito de libertad como minutos nos costará perderla, si es que no la hemos perdido ya. A la televisión me remito, donde la audiencia, esa oclocracia repugnante, reina sobre el personal.

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