Puf, se esfumó

Una idea para intentar reducir el impacto de los gases de efecto invernadero antropogénicos (ya me entienden) es el comercio de emisiones. ¿Cómo funciona? Simplifiquemos. Un servidor de usted está autorizado a emitir tantas toneladas equivalentes de CO2 al año. Si ahorro energía, emitiré tantas menos. El comercio consiste en vender el derecho a emitir el CO2 equivalente que finalmente no he emitido. Alguno que tenga que emitir más CO2 equivalente del que ha sido autorizado a emitir necesitará esos derechos y me los comprará. El mercado fijará el precio del derecho de emisión de una tonelada equivalente de CO2.

En teoría, quien ahorre energía tendrá un ingreso extra, y quien gaste más de la cuenta, un gasto extra. Así funciona el asunto, que es muchísimo más complejo, como podrán suponer, y que malvive sometido a toda clase de críticas: quién reparte los derechos, cómo se reparten, cómo se regula el mercado de derechos de emisión, etc. En Europa, pionera de este mercado, las trampas detectadas se cuentan por docenas y las evasiones de impuestos, por miles de millones de euros. Vender humo es complicado, siempre lo ha sido.

Pues sepan ustedes que el mercado de derechos de emisiones europeos se ha ido al cuerno. Unos cacos se han colado en el sistema informático que lo regulaba y han robado, no sé exactamente cómo, treinta millones de euros, millón más, millón menos. El mercado lleva una semana cerrado, por evitar males mayores, y nadie sabe qué hacer. Los expertos denuncian que los piratas informáticos se movían como Pedro por su casa en este mercado virtual. En fin, c'est la vie! La cuestión es que unos vendían humo, otros compraban humo y el dinero, puf, se esfumó en medio de la humareda.

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