Aniversario en ruinas


Don Santiago Rusiñol nació el 25 de febrero de 1861, hace 150 años. Una ocasión así merecía echar una cana al aire y reproducir una de esas fiestas modernistas que le hicieron tan famoso, una de esas juergas con artistas, modelos y señoritas que fuman, ya me entienden. A ser posible, en su cuartel general, en Sitges, en una casa que se convirtió en un capricho ella misma, en una pequeña obra de arte, el Cau Ferrat.

Lamentablemente, Cataluña ya no es lo que era. Hace años que un iconoclasta está mal visto, y creemos que un intelectual es un señor que una vez leyó un libro (uno que creemos que no entendió) y que ahora se apunta a todas las tertulias de radio y televisión, donde sienta cátedra se hable de lo que se hable, a fuerza de repetir tópicos y lemas de poca consistencia por fuera y huecos por dentro. Hace ya mucho tiempo que las voces disidentes son silenciadas y se promueve la obediencia subvencionada. La Casa Nostra exige omertà, silencio. Chist, que no se diga que el emperador pasea desnudo por la calle. Por lo tanto, a callar y sólo cuando se toque a rebato, grítese como parte de la sociedad civil lo que diga el pagano.

Además, qué quieren que les diga, vivimos tiempos puritanos y una juerga flamenca sería muy mal vista. Ése es el meollo del asunto. El vicio nefando de nuestros dirigentes pertenece a la esfera privada y ya no se exhiben las amantes en el Liceo. Las habitaciones forradas de espejos del apartamento del señor Montull, ése que compró con dinero del Palau de la Música y que prestaba a reconocidos líderes patrios para sus cosas, merecerían un reportaje periodístico de ésos que se leen con risas y cachondeo, pero no ha merecido ni dos líneas en la prensa nacional. Qué lástima, qué quieren que les diga.

Por lo tanto, no existe, ni puede existir, nada parecido a una juerga modernista en Cataluña. Pasó a la historia. Lo último remotamente parecido fue el movimiento literario de la Barcelona de los años setenta. Generaciones de política cultural, pujolismo y estupidez han conseguido acabar con ese fuego crítico y librepensante y ahora los intelectuales son la voz de su amo. Ladran la mar de bien cuando se discuten asuntos insustanciales, pero callan cuando se cuestiona la Casa Nostra y su ideario, no vayan a quedarse sin hueso.

Me he ido de madre. Al fin y al cabo, la juerga modernista no puede celebrarse porque los líderes patrios han cogido el Cau Ferrat y lo están dejando que no lo va a reconocer ni don Santiago el día que se levante de la tumba, ni la madre que lo parió. Éste será un aniversario en ruinas; quizá mejor, ruinoso. Ese destrozo arquitectónico hubiera merecido una auca satírica de las buenas, una de ésas que publicaba el Cu-Cut y que hubiera dejado a parir a todos, del primer arquitecto al último munícipe. Pero ¿qué voces se alzan hoy en día contra el desaguisado? Esas que se ocultan tras el silencio oficial, que goza de sí mismo. Que existan esas voces como ruido de fondo es lo único que nos hace concebir alguna esperanza.

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