Ganar, no gana, pero es bonito.
La Fórmula 1 es el máximo exponente de la tecnología automovilística y aeroespacial, dicen, y los equipos que participan emplean masivamente computadoras y programas de simulación, electrónica de la buena, materiales cerámicos y plásticos novísimos, y un largo etcétera de refinamientos tecnológicos. En pocas palabras, los coches pueden averiarse en el momento menos pensado.
Es lo que les ha pasado a los Ferrari en el Gran Premio de Bahréin. Los ferraristas nos frotábamos las manos. El coche va muy bien en los entrenamientos y el ritmo en carrera es magnífico. Sólo Lotus parece que aguanta lo mismo en carrera, así que vamos a por todas. La salida es buena, se lucha por la primera posición y... ¿Qué pasa? ¿Qué ocurre?
En la trasera del automóvil hay un alerón trasero móvil. En algunas zonas del circuito y cuando se pretende adelantar, se permite ponerlo en posición horizontal. Se reduce drásticamente la resistencia al aire y el coche gana en velocidad punta. Es el DRS. Pues va el Ferrari de Alonso, pone el DRS y cuando toca quitarlo, se atasca. Es más, se pone del revés. Así no se puede correr, es peligroso. Entra en boxes. En un alarde de alta tecnología, un mecánico de Ferrari se acerca al alerón y ¡paf! lo pone en su sitio dándole de golpes a mano desnuda. Ahí va eso, tecnología de primera especial.
Ha repetido la operación en el primer cambio de neumáticos, porque la reparación no ha ido lo bien que esperaba. De nuevo, unos golpecitos y andando. Desgraciadamente, el mal ya estaba hecho y el DRS no podía moverse, atascado no se sabe por qué, y el otro Ferrari, el de Massa, va y pincha dos veces la misma rueda trasera y acaba décimoquinto, o por ahí. Con la aerodinámica tocada y más paradas en boxes que los demás, suerte que Alonso ha entrado octavo. En fin, empezó todo muy bien y ha acabado mal.
Vettel, con un Red Bull, ha ganado sin obstáculos y los dos Lotus, detrás, con fuerza y ganas. ¡Otra vez será!
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