El asedio de Troya



Galaxia Gutenberg publica El asedio de Troya, de Theodor Kallifatides, traducido por Neila García, y es una pequeña maravilla. El autor encuentra una manera interesante y elegante de narrarnos La Ilíada de manera amena y simple. Los que la hemos leído y disfrutado, no disfrutaremos menos; los que no la han leído, quizá encuentren ahora un motivo para hacerlo.

Todo transcurre en un pueblecito de Grecia, al final de la Segunda Guerra Mundial. Está todavía ocupado por los alemanes y recibe la visita de los bombarderos aliados de vez en cuando. En una de estas incursiones, la nueva maestra comienza a narrar la historia del asedio de Troya a sus pocos alumnos, entre los cuáles está el narrador. Pedazo a pedazo, la Ilíada se combina con los sucesos en el pueblo... y hasta ahí puedo leer.

Muy bien escrita, muy bien resuelta, fácil de leer y emocionante. No sé qué más quieren.

La normalidad se nos echará encima


Queridos lectores:

Metrópoli Abierta ha tenido a bien publicar otro artículo con mi firma, titulado La normalidad se nos echará encima. Tengo que reconocer que lo tuve que escribir dos veces. La primera vez me dejé ir, enfadado, y en la segunda versión preferí contenerme. Hay cosas sobre las que no me gusta escribir, porque me pone de mal humor.

Sant Jordi en casita




Los mil y un fantasmas



Editorial Valdemar publica, traducidos por Mauro Armiño, varios relatos del inefable y único Alexandre (para mí todavía Alejandro) Dumas, con el título Los mil y un fantasmas. Lo he leído y disfrutado en grado superlativo, porque algunas de sus páginas responden a lo que uno espera del mejor Dumas, y dicho esto, ¿qué más puedo decir?

Dumas es hiperbólico, superlativo, romántico, exagerado... Es incapaz de ir al grano y cuando por fin va, zas, chin, pum, resuelve el asunto en un par de líneas contundentes. ¿Y qué? ¡Es Dumas! Es su manera de proceder y uno no espera menos. 

Esta vez, Dumas nos obsequia con una serie de relatos de terror (la mayoría) o fantásticos (algunos). Así que aparecen fantasmas, maldiciones, crueles asesinatos y, en los primeros cuentos, abundan las decapitaciones. La narración es fascinante y uno se deja llevar por ella, aunque parece que Dumas se entretenga en largos prefacios que no sabemos si llevarán a parte alguna, pero ésa es su magia, su marca de fábrica, y cuando por fin nos vemos metidos en la historia...

Disfruten, que para eso estamos.

No están a nuestra altura


Seré muy breve. Echando un vistazo a mi alrededor, observo que la mayoría de la gente hace lo que tiene que hacer para superar la epidemia. Unos, quietecitos en casa; otros, trabajando por sueldos de miseria en un supermercado o como auxiliar en un hospital, por ejemplo. La mayoría contemplan el futuro con prevención, con miedo, porque la economía se les está yendo abajo. Pero arriman el hombro, cada uno a su manera. 

En cambio, echo un vistazo hacia arriba y contemplo a los responsables de la cosa pública y lo único que confirmo es que no están a nuestra altura. No dan la talla. Unos son escandalosamente ineptos; otros son miserables; y aunque no todos son así, el resultado final es decepcionante. Tal cual. 

Es triste, es así.

De confinamiento a confinamiento


La ISS, hogar de astronautas y cosmonautas.

El pasado 17 de abril, Andrew Morgan, Jessica Meir, ambos de la NASA, y Oleg Skriposhka , ruso, aterrizaron a bordo de una cápsula Soyuz MS-15 en las estepas de Kazajistán, poco más o menos que a las once y cuarto de la mañana, hora local. Como suele ser habitual, se transmitieron los aplausos y los mensajes de bienvenida desde el centro de control: ¡Buen aterrizaje! ¡Bienvenidos a casa!

Los dos astronautas y el cosmonauta (recuerden: los rusos son cosmonautas) se habían pasado nueve meses, nueve, en la ISS o Espación Espacial Internacional. Allí habían hecho lo que suelen hacer los astronautas y los cosmonautas en el espacio: experimentos, trabajos de mantenimiento, ejercicio (para intentar paliar los efectos de la falta de gravedad) y aguantar con paciencia y resignación el tener que pasarse días, días y más días en una lata de sardinas orbitando el planeta Tierra. 

Los goces de un astronauta (como los de un cosmonauta) son muchos, pero no son pocos los inconvenientes y el día del regreso se vive con gozo y nerviosismo. Más cuando uno se ha pasado nueve meses y pico flotando en el espacio. ¡Qué ganas de respirar aire fresco! De abrazar a la gente, de mirar a lo lejos (no desde arriba). También qué experiencia el volver a pesar, el sentirse débil, incluso el miedo escénico. Pero, por lo general, el regreso es bienvenido.

Pero ¡cuánto ha cambiado el mundo en estos nueve meses! 

La astronauta Meir a punto de regresar a casa. (NASA).

El procedimiento estandarizado de recoger a los astronautas (y cosmonautas) y llevarlos de vuelta a casa se ha visto gravemente alterado por la epidemia de covid-19. Los miembros del centro de mando y todos los que tenían que vérselas con los viajeros del espacio fueron sometidos a toda clase de pruebas y controles. El regreso a casa de cada uno no se hizo por el conducto habitual, sino dando muchos rodeos. Los astronautas (y el cosmonauta) estoy seguro que pondrían un poco cara de pasmo.

De regreso del espacio, se someten a una cuarentena, por si acaso. En esta ocasión, la cuarentena se ha alargado dos semanas más y, además, los astronautas (y el cosmonauta) se someterán a un confinamiento un poco más estricto. Pinta de tal manera todo el procedimiento que la astronauta Meir ha declarado que se siente más aislada ahora que cuando estaba ahí arriba, en una entrevista que le hicieron hace un par de días.

Todos quieren abrazar a sus familias, no van a querer, pero contemplan la situación con extrañeza. Más o menos como todos, ¿no?

Han venido para quedarse



Si hace unos días pude ver los primeros vencejos, de paso hacia sus segundas residencias, hoy ha amanecido y han venido para quedarse unos meses. Así que, cuando me he asomado al balcón, me he llevado una pequeña alegría. En casa celebrábamos esta fecha, y permanece la impresión de esa agradable novedad.

Nosotros cumplimos


Queridos lectores:

Aquí les dejo un artículo que ha tenido a bien publicar Metrópoli Abierta. Se titula Nosotros cumplimos y plantea el problema de la inactividad de algunos de nuestros líderes, más preocupados de la cosa nacional que de otra cosa, en claro contraste con la reacción popular de compromiso y sacrificio ante la epidemia.

La ristra de Empédocles



Queridos lectores:

He publicado en Twitter otra #RistraDeTuits sobre un filósofo presocrático griego, Empédocles de Agrigento, que, según algunas fuentes, tuvo una muerte en verdad curiosa. 

Aprovecho para recordarles que esta historia se narra de manera semejante en el capítulo Bajo el volcán del primer volumen de la Historia torcida de la Filosofía, valga la cuña publicitaria.

Aquí les dejo el enlace:

Espero que les guste.

#ApagónCultural



Nos ha caído encima una gorda y cuando salgamos de ésta tendremos que recuperarnos de un duro golpe. Toda la economía se habrá resentido por meses de inactividad, una caída del comercio internacional y previsibles problemas financieros. Es posible que el consumo privado disminuya y tarde en recuperarse y quizá sea el momento de promover el gasto público, como sostenía Keynes. 

Uno de los sectores que saldrá más malparado es el de la cultura, así, en general. Cine, teatro, música, literatura... Los cines y las salas de teatro o conciertos es posible que no puedan abrirse en unos meses, por razones evidentes, porque durante un tiempo será aconsejable evitar las concentraciones de personas. El libro ha perdido las mejores ventas del año, las que van del Sant Jordi a la Feria del Libro de Madrid, Navidad aparte. La caída en picado del turismo dejará a los museos sin la mayor parte de los ingresos anuales. Etcétera.

El sector cultural contribuye a la economía de la nación de formas muy diversas. Directamente, como una actividad económica más. Pero quizá su contribución más importante no sea fácil de cuantificar. Un ambiente cultural abierto, rico, dinámico y diverso facilita la transmisión de ideas, alimenta la innovación, aviva el espíritu crítico y el respeto por el punto de vista del prójimo; es un incentivo para una sociedad más interesante, donde es más agradable vivir y donde intercambiar opiniones es más fácil y provechoso, y eso es tan bueno para la economía como para todo lo demás. La cultura no cura ni el odio ni el fanatismo, tampoco es un remedio para la estupidez y no nos hace mejores, como suele creerse, pero una sociedad con mejor y más fácil acceso a la cultura es una sociedad mucho mejor, sin duda, y será capaz de superar mejor tales enfermedades.

Por desgracia, la cultura ha sido y sigue siendo muy maltratada estos últimos años. Tanto la alta cultura, presente en museos y teatros de ópera, por ejemplo, como la promoción de la cultura de base, como podrían ser las campañas de promoción de la lectura o la facilidad de acceso a eventos culturales. La restauración y preservación del patrimonio, la creación artística, la simple difusión de tan inmensa riqueza cultural hace tiempo que no cuenta con un presupuesto digno, y lo dicho vale tanto para el Gobierno del Estado como para el de mi Comunidad Autónoma (y el de cualquier otra) y el de la mayoría de ayuntamientos.

Cuando el otro día salió el señor ministro de Cultura y Deportes, don José Manuel Rodríguez Uribes, para hablar de las medidas previstas para intentar salvar los muebles de la cultura... creo que habló de fútbol, o como un entrenador de fútbol, no sé. No se especificó ninguna medida en concreto. Nada. Cuando todo el sector está en un punto crítico, nada es mucho... y no precisamente bueno. 

Por eso me sumo a una iniciativa un tanto extraña, el #ApagónCultural, que tendrá lugar hoy, 10 de abril, y mañana. Consiste en no hablar de cultura en las redes sociales, o hablar de ella para denunciar el maltrato que sufre. ¿Será eficaz? Pues no creo, la verdad. Pero ahí voy. 

Ah, no se preocupen: no faltarán dineros para el fútbol.

Lo que he visto estos días


En primer lugar, tienen que considerar que lo que yo haya visto o vivido es irrelevante en relación al conjunto. Quiero decir que es un dato en medio de una estadística. Aunque el dato en sí sea interesante, no tenemos que perder de vista que puede ser una excepción o parte de la norma, no sé si me explico. De todos modos, creo que ilustra bastante bien algunas de las cosas que han ocurrido y siguen ocurriendo en relación con la epidemia que nos ha caído encima.

Tengo un trabajo de media jornada que me permite poder trabajar en lo que de verdad me gusta. No hará falta que les jure que el trabajo de leer y escribir no da para mucho; además, es irregular y estacional; pero es el que se me da mejor. Así que un trabajo que me permite un fijo al mes, suficiente para ir tirando, y que me permite trabajar de lo otro, es un regalo. Trabajo para poder trabajar.

Trabajo, ya lo he dicho, a media jornada en una fundación que ejerce la tutela judicial de ancianos que no pueden valerse por sí mismos. Me encargo de muchas tareas administrativas relacionadas con la gestión de sus bienes, por ejemplo, pero quince días al mes me encargo del servicio de urgencias. Esos días voy con un teléfono a todas partes y si un anciano es ingresado en un hospital por la razón que sea tengo que organizar su acompañamiento, avisar a sus familiares, preguntar a los médicos, etcétera. También pueden avisarme en caso de defunción de alguna de las personas tuteladas. Entonces tengo que encargarme de su entierro en vez de su acompañamiento.

Como habrán podido imaginar, estos días han sido moviditos.

Los números por delante. En diez días perdimos al diez por ciento de las personas tuteladas por nuestra fundación, todas de la provincia de Barcelona. A ojo, dos terceras partes, si no más, de las residencias en las que viven han tenido o tienen casos de covid-19 entre los residentes. En una de ellas habían fallecido una docena de residentes hace una semana; en otra, seis; en la de más allá, tres... En fin, un no parar. Y lo que no sabemos.

Me quedó grabada la conversación con un médico a cargo de una residencia. No tenían habitaciones libres para aislar a los casos sospechosos, y eran sospechosos porque no tenían (ni esperaban) las pruebas que podrían confirmarlo. Tenían que aislar a los ancianos en habitaciones dobles, con una cortina entre ambos pacientes como única medida. No les llegaba ni material ni ayuda ni personal del exterior, ni siquiera indicaciones sobre cómo comportarse ante la epidemia. Los teléfonos de contacto con la Generalidad no respondían. Etcétera. El hombre estaba desesperado, porque se le escapaba todo de las manos.

Los que están al pie del cañón se comportan de modo ejemplar: médicos, enfermeras, empleados de pompas fúnebres... Pero el caos es notable en la organización o, mejor dicho, desorganización, de las consejerías encargadas de la salud y los asuntos sociales. Lo que es peor es que, además, sea más importante para muchos marcar distancias con el resto del país y defender la bandera (propia) que no coordinarse y actuar unidos cuando la necesidad aprieta. Lo que están haciendo con las residencias no tiene nombre, como no lo tiene lo que antes hicieron con la sanidad pública.

¿Creen que esto les pasará factura? Lamentablemente, creo que no.

Yo no lo resistiré


No, no... ¡otra vez no...!

Dicen que hay canciones que se asocian con un momento histórico concreto y de ahí su fama. Unos señalan ¡A las barricadas! y otros Lily Marleen, pero también están las grandes canciones del pop de los años 60, que sirven tanto para recordar la guerra del Vietnam (eso, en gran parte gracias a las películas) como la revolución hippie o el mayo del 68. 

Pues ahora, con la que nos está cayendo, se nos pone hasta en la sopa una canción que había sido representante de la España del desarrollismo, una del Duo Dinámico. Se trata (en efecto, lo han adivinado) de Resistiré. Versionada de mil maneras, edulcorada con exceso de cursilería, quiere convertirse en himno, aunque también corren por ahí versiones jocosas, si no directamente gamberras. 

Pues, miren, no somos héroes por quedarnos en casa, pero quizá lo seamos por escuchar tantas veces el maldito Resistiré y no reventar en el proceso.

Diario de un joven médico



No había oído hablar de Bulgákov hasta que todo el mundo comenzó a recomendarme El maestro y Margarita, que todavía no he leído. Pero sí que he leído un pequeño libro de relatos que podría leerse  todos juntos como una novela, publicado por Alianza Editorial y traducido por S. Casanova, Diario de un joven médico

El protagonista es un médico recién licenciado que se convierte en médico rural. Su destino es un hospital aislado en medio de una estepa, a kilómetros de la más próxima ciudad de provincias. A su cargo un puñado de enfermeras y comadronas y una población inculta y pobre, en esos años de la Gran Guerra inmediatamente anteriores y posteriores a la Revolución Rusa. No es éste el lugar para explicar lo que sucede, pero se puede imaginar: la inseguridad del novato ante sus primeras intervenciones quirúrgicas de urgencia, partos a horas y en lugares intempestivos, la soledad, la inmensa soledad en medio del invierno ruso...

La prosa de Bulgákov es brillante. En algún momento recuerda a los grandes rusos del siglo XIX, pero ¡no podía ser de otra manera! Aunque lleva consigo el aire de la novedad. 

Es un libro muy recomendable.

La ristra de la casa del filósofo


Llevaba tiempo intentando publicar esta historia en Twitter, en una #RistraDeTuits, pero no sé muy bien por qué no había manera de que el público la escogiera. Al final, sin embargo, lo he conseguido.

No sé si sabrán que la formación de Wittgenstein fue técnica antes que filosófica. Tenía un título de ingeniero aeronáutico en el bolsillo. Aprovechando esta faceta técnica, su hermana Gretl intentó sacarlo de su ostracismo y de una profunda depresión poniéndole a trabajar en su nueva casa, en Viena. La Wittgenstein Haus es un hito en la historia de la arquitectura... y de la filosofía. Pues cuántos filósofos y cuántos arquitectos han pasado horas examinando la casa intentando relacionar la lógica y la esencia del Tractatus con ese edificio.

Éste es el enlace:

El primer vencejo del año



Anuncio con gran placer el avistamiento del primer vencejo del año desde mi balcón, a las 1015 h. del 6 de abril de 2020. 

La primavera es ya irreversible.

Mal humor y buen humor


Queridos lectores:

A medias cabreado por las recientes actuaciones de Torra et Co., que causarían vergüenza ajena si no causaran muertes, comencé a escribir este artículo para Metrópoli Abierta. A medio artículo, sin embargo, he intentado mirar hacia otra parte, porque el mal humor es malo para el cuerpo. Por eso el artículo se titula Mal humor y buen humor. Espero que les guste o les dé en qué pensar.

A lo lejos / A l'horitzó




En inglés se titula In the Distance y es la primera novela de un escritor y editor nacido en Argentina, criado en Suecia, que ha estudiado en el Reino Unido y que ahora trabaja en los EE.UU. He leído la obra en catalán, por recomendación de mi librería de guardia (La Caixa d'Eines), traducida por Josefina Caball, titulada A l'horitzó (En el horizonte) y publicada por Edicions del Periscopi. En castellano la publica Editorial Impedimenta, traducida por Jon Bilbao, titulada como A lo lejos.

Es un western. Magnífico, eso sí, y en cierto modo atípico. Håkan y su hermano mayor, Linus, dos campesinos suecos, deciden probar fortuna viajando a los EE.UU. a mediados del siglo XIX. Pero, en una escala del viaje, Håkan se equivoca de barco y navega hasta San Francisco. Cuando se da cuenta del error, decide iniciar un viaje hacia el este (que no hacia el oeste) para reunirse con su hermano, que supone en Nueva York. Y así se inicia la aventura, el eterno vagar de Håkan por los desiertos, las inacabables llanuras, los bosques y las montañas de ese territorio indómito. No diré ni por qué ni cómo, pero Håkan se convertirá en una leyenda y acarreará a sus espaldas la fama que lo señala entre los hombres. 

Podría decirse que es un western crepuscular, pero es una expresión tan sobada que no vale. Yo más bien diría que es un western de verdad, y como tal, trágico y profundamente ligado con el paisaje. En éste no hay sitio para el humor, pero sí para la introspección y para darle vueltas a la condición humana. Está magníficamente escrito, aunque no es un libro de aventuras al uso. No es para todos los públicos, pero los buenos lectores apreciarán una novela muy buena. Muy recomendable.