Qué nervios


Aquí me tienen, esperando. Esta semana, la imprenta enviará el libro al distribuidor. Quizá pueda cómo ha quedado en papel, pero no lo sé. En cualquier caso, son dos semanas hasta que, oficialmente, salga a la venta mi Historia torcida de la filosofía.

No puedo evitar las invocaciones a la Santa Paciencia. No parece que me haga mucho caso.

Mientras tanto, envío dibujitos y consignas a mi cuenta de Twitter. Debo de ser considerado ya, a estas alturas, un pesado de consideración. ¡Y eso que todavía no ha salido! Pero ya falta menos, cada vez menos...

Carrera de comisarios (Gran Premio de México 2016)


Hay días... En fin, que en México hubo sarao. En la delantera, como siempre, los dos Mercedes-Benz. Hay una cierta emoción por ver cuál gana. Parece que Rosberg puede llevarse el Campeonato de Pilotos, pero Hamilton no se vende fácil y planta cara. Ayer ganó, pero Rosberg quedó segundo. Si se repite esto mismo en las dos carreras que quedan, Rosberg sale campeón. Así está el patio.

Detrás, como decía, hubo sarao. Ferrari y Red Bull se enfrentan a cara de perro, porque ahora mismo Red Bull parece que va mejor que Ferrari. En pista hubo sus más y sus menos. Uno quiere adelantar y el otro se defiende yendo de un lado al otro más veces de las permitidas o se salta la chicane y sigue recto por donde hay curvas. Saltaron los comisarios y aplicaron el reglamento, siempre tan polémico. 

Un Red Bull se saltó la chicane cuando el Ferrari de Vettel lo estaba pasando y quedó tercero. La maniobra fue a menos de un kilómetro del final. Lo penalizaron con cinco segundos y el Ferrari quedó tercero justo a tiempo para subir al podio. Tres horas después, lo penalizaron con diez segundos... y quedó quinto. Por lo visto, no se había dejado adelantar cambiando el rumbo más veces de las permitidas, lo que se considera conducción peligrosa (sic). Al final, tercera y cuarta posición para Red Bull (en orden invertido a su paso por meta) y quinta y sexta para Ferrari. Un mal día. Lo es siempre que quien corre es el comisario.

La Santa Sandalia y otros recuerdos de la Virgen


La arqueta de Santa María de las Avellanas.

Hace un año, el Departamento de Cultura de la Generalidad de Cataluña pujó en una subasta para conseguir hacerse con una arqueta tardomedieval. Se trata de una caja ricamente decorada, con la forma de un pequeño arcón, con escenas amatorias. Entiéndase bien, amatorias, que no eróticas. Es decir, de amor cortés: un trovador que canta a su amada bajo el balcón, a la luz de la luna, por ejemplo. Lo que pase después del recital es harina de otro costal. Solían regalarlas los novios a las novias el día de su boda y servían para que ellas guardaran la dote en su interior. Eran, pues, un objeto propio de familias acomodadas, en su mayoría nobles.

La arqueta en cuestión es de madera policromada y tiene un forro interior de tela azul con estrellitas blancas, como tantos otros forros de la época. La arqueta fue donada a la Iglesia en el lejano siglo XV. Eso solía ser habitual y muchas de estas arquetas acabaron donadas a tal o cual parroquia para que guardaran en ellas la reliquia de algún santo. De ahí el interés de la arqueta de la que estamos hablando, de la reliquia que guardó durante siglos.

Unos expertos afirman que la arqueta es el producto de una escuela de artesanos italianos. Otros, de aquí, dicen que no, que los artesanos eran de Barcelona. Sean de aquí o de allá, la arqueta es un objeto de diseño de la época. La fabricaron a principios del siglo XV. 

La Generalidad de Cataluña pagó por ella 10.994 euros y la guarda en el Museo de Lleida. Tuvo una oportunidad de conseguirla y la aprovechó, porque el precio conseguido fue un buen precio. 

A los que no podemos gastar mucho en caprichos, nos parecerá caro, que son casi once mil euros por una pieza de anticuario, pero piensen en cuánto nos costó a todos enviar a una directora adjunta de la Oficina de Antifraude de Cataluña a la China, para que diera una conferencia de quince minutos (15) en inglés, que leyó con claras muestras de no saber inglés (incluso, de no saber leer) y que nos podríamos haber ahorrado todos perfectamente, sin menoscabo para nadie y preservando el buen nombre de nuestras instituciones, que después de ésa quedó tocado. Entre nosotros, prefiero que se gasten el dinero en una arqueta, aunque con el asunto de la China había para más de una.

En fin, que la arqueta despertó el interés de la Generalidad de Cataluña, ¿y saben por qué? Porque, atención, no cabe ninguna duda de que esa arqueta fue la que preservó la Santa Sandalia de Bellpuig. ¡Ahí queda eso!

El monasterio de Santa Maria (de Bellpuig) de les Avellanes.
Hoy, seminario y noviciado de los hermanos maristas.

En 1166, se fundó una comunidad de monjes de la regla de San Agustín con la ayuda financiera del conde de Urgel Ermengol VII. Ese mismo año, con el patrocinio económico de Guillem d'Anglesola y un abad de Casadieu, Occitania, otra comunidad se estableció en Bellpuig, Lérida. Ambas comunidades se fusionaron al morir el abad occitano, en 1180, y con la protección del conde de Urgel se convirtieron en grandes propietarios. La orden de Bellpuig se extendió y llegó a tener propiedades incluso en Mallorca, haciendo gala del voto de pobreza que siempre los distinguió.

Suerte hubo que entre finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX, los abades del monasterio dedicaran sus esfuerzos a recopilar, copiar, clasificar y conservar los manuscritos relacionados con la historia del monasterio. Gracias a eso, no se perdieron. Porque la orden abandonó el monasterio en 1835, siendo sustituida por el Cister, que descuidó los papeles. Un banquero, Agustí Santesmasses, adquirió el monasterio a finales de siglo. En 1894, vendió los sarcófagos de los condes de Urgel Ermengol VII y Dolça, su mujer, a un museo de Nueva York. Perpetrado el saqueo, el monasterio regresó a la Iglesia y hoy es seminario y noviciado de los hermanos maristas, que han abierto, además, un negocio de hostelería en sus instalaciones.

Los sarcófagos vendidos a un museo de Nueva York en 1894.
Ermengol VII, conde de Urgel, ahí lo tienen, fue el que trajo la Santa Sandalia.
La había conseguido saqueando Constantinopla, en las Cruzadas.

Antes de todo eso, en 1204, el monasterio recibió un presente del conde de Urgel. Por lo visto, el tal Ermengol había estado en el saqueo de Constantinopla, haciendo de cruzado, y regresó con (atención) las sandalias de la Virgen María bajo el brazo. Cercano el fin de sus días y buscando aliviar sus penas en el Purgatorio, cedió la reliquia al convento. ¡Menuda reliquia! ¡Las sandalias de la Virgen! Eso dicen los monjes del siglo XIII.

Sin embargo, los monjes del siglo XV dicen que las sandalias de la Virgen llegaron al monasterio como presente de otro conde de Urgel, Pere, y su mujer, Margarida de Montferrat (que hoy sería Montserrat). Quizá el primer presente fuera sólo en usufructo, qué sé yo. La cuestión es que la Santa Sandalia (ahora sólo se menciona una, no el par) fue a parar entonces a la arqueta que el año pasado compró la Generalidad de Cataluña, y de ahí su importancia.

La relación entre la Santa Sandalia y la arqueta está documentada y se sabe que permaneció en el monasterio hasta la desamortización de Mendizábal. Entonces, un obispo ordenó llevarla al Seminario de la Seu d'Urgell y ahí estaba cuando estalló la Guerra Civil, cuando lo saquearon. De la arqueta tenemos noticia, pero de la Santa Sandalia no se ha vuelto a saber. ¿Existe todavía? ¿La conserva alguien en su poder? Eso quieren creer algunos.

También fue víctima de la Guerra Civil otra reliquia leridana interesantísima, el Santo Trapo, que era, ¡ojo!, ¡el pañal del Niño Jesús! Ahí hizo sus caquitas y sus pises, pero del Santo Trapo apenas queda un hilo en manos privadas. El resto... Adiós.

Reconstrucción actualizada de la Santa Sandalia.
Sólo tenemos de ella una somera descripción.

Aunque no existe ni fotografía ni dibujo de la Santa Sandalia, se describió como una chinela, con suela y empeine. Una zapatilla de andar por casa, vamos. Señalaban las crónicas que estaba como nueva. Quizá fuera nueva, ahora que pienso, porque el mercado de las reliquias tan pronto se animaron las Cruzadas provocó una gran demanda de objetos sagrados.

De ese período medieval surgen muchísimas reliquias relacionadas con la Virgen María. De hecho, se conocen no menos de nueve zapatos de la Virgen en Europa. ¡Nueve! La (desaparecida) Santa Sandalia no sería única, sino que compartiría zapatero con botines, chapines, chinelas, alpargatas, zapatos abotinados, zuecos... siempre a la moda (medieval) del momento. Si eso ha sobrevivido hasta ahora, ¿cuántos zapatos tendría la Virgen en vida? ¿Los guardaba todos? ¡Menudo armario! 


El Santo Cíngulo o Santo Cinturón de la Virgen María.
Arriba, la reliquia que conserva la Iglesia Ortodoxa, en su arqueta.
Abajo, la reliquia que conserva la Iglesia Católica, en una urna.

También se conservan otras piezas de ropa en los relicarios europeos. El Santo Cíngulo, por ejemplo, un cinturón de pelo de camello que se conserva en Prato, en la Toscana, que tejió a ella misma (dicen) y con el que ascendió al Cielo (pues, atención, ascendió en cuerpo y alma... y vestida). El cinturón regresó a la Tierra cuando Santo Tomás (el escéptico) fue llevado al Cielo para que viera a la Virgen, para que creyera de una vez que ella también había ascendido. Como Tomás era como era, siempre pidiendo pruebas, le pidió una pieza de ropa a la Virgen para que, a su vuelta, pudiera demostrar su viaje al Cielo y su presencia ahí arriba. La Virgen le entregó el Santo Cíngulo. Ahí lo tienen, que hizo el viaje de ida y vuelta, de la Tierra al Cielo y viceversa. Pero... ¿el Santo Cíngulo toscano es el bueno? En Grecia también tienen un Santo Cíngulo, pero ése es ortodoxo, y es veneradísimo. Quizá tuviera más de un cíngulo.

El velo de la Virgen María también da para muchas reliquias y trocitos del velo se veneran aquí y allá. A decir de algunos entendidos, es una de las reliquias más frecuentes en la cristiandad, junto con las astillas de la Santa Cruz. En Sevilla, una hermandad de nazarenos tiene un Santo Hilo (del Velo de la Virgen María). En San Pedro en el Vaticano hay más Santos Hilos. De hecho, se venera el Maphorion o Santo Velo (entero, enterito) en la catedral de Chartres, y no es el único. En Notre-Dame, París, dicen guardar la Santa Camisa, la que llevaba la Virgen cuando bajó el ángel del Cielo y le anunció que estaba embarazada. También hay un Santo Manto. Ya hemos hablado de su calzado... Un vestuario al completo.

Aunque la Virgen María ascendió en cuerpo y alma (y vestida) al Cielo, no fue toda ella. Se dejó trocitos aquí abajo. Pelos, por ejemplo. En Sangüesa se venera un Santo Pelo de la Virgen María y en el Vaticano, otro. 


La Santa Leche. 
Arriba, la de Murcia. Abajo, la de Oviedo.

En la catedral de Oviedo conservan la Santa Leche, afirmando ser leche de la Virgen María. Tal cual. ¡También en Murcia! Si sólo fuera eso... A unos pasos de la Iglesia de la Natividad, en Belén, está la llamada Gruta de la Leche, donde también conservan lo que dicen que es leche de la Virgen María, con la que amamantó a Jesús antes de partir hacia Egipto. Cuenta la leyenda que le dio tanta leche al Niño que una parte se derramó y ésa es la que se conserva en todas partes. He estado ahí, en la Gruta de la Leche, y dejando a un lado el asunto de la lactancia, es un sitio impresionante.

Me cuentan que se muestran o llegaron a mostrarse al público la lengua, el hígado y el corazón de la Virgen. ¡Por Dios...! Qué morbosa crueldad... La despedazaron. O alguien fue despedazado para alimentar el negocio de las reliquias. No hay más.

Finalmente, que yo sepa, existe lo menos un brazo de la Virgen María en un relicario que se conserva en los Museos de Florencia. Son (me parece) los huesos del antebrazo y alguno de la muñeca. Si el relicario contiene una reliqua auténtica, la Virgen ascendió manca al Cielo, porque se dejó el brazo abajo. Si no, algún artesano medieval tomó el pelo a los nobles toscanos, que pagaron una buena cantidad por el recuerdo. Lo segundo es lo más pausible, por si no caían en ello.

He visto ese brazo junto al himen intacto (sic) de Santa Úrsula, la oreja de Isaías, el profeta, la nariz de San No Sé Quién y qué sé yo. Una carnicería. Ha sido la única vez que me he mareado en un museo, contemplando el despiece del santoral y su reparto en urnas y vitrinas. Quedé impresionado.

Principal de los Libros publica la Historia torcida de la filosofía



Como hoy mismo anuncia el sitio web de Principal de los Libros, sale a la venta la Historia torcida de la filosofía el día 16 de noviembre, aunque ya puedes encargarla hoy mismo en tu librería de guardia.

Espero que te guste.

Ver en:


Historia torcida de la filosofía, texto de la contracubierta



Los paratextos, en argot editorial, son los textos que acompañan a un libro. Son muchos más de los que uno imagina: el texto de un boletín editorial, que anuncia novedades; una nota de prensa; textos publicitarios; los textos de la faja de un libro... Normalmente, el autor no mete baza en estos asuntos, que dependen del editor y su equipo.

Uno de los paratextos más importantes es el texto de la contracubierta. Piensen, queridos lectores, en lo primero que hacen al entrar en una librería. Pasean por entre las mesas de novedades, simulando una profunda atención y conocimientos literarios. De repente, una cubierta les llama la atención. Puede ser por el color, por el título, por la ilustración... Un mundo, el de las cubiertas. Alargan la mano, levantan el libro hasta sus ojos... y le dan la vuelta para ver qué dice la contracubierta. Ahí mismo se decide si el libro interesa o no interesa. Una jugada de riesgo.

La cubierta.

Les regalo con un avance del texto de la contracubierta de la Historia torcida de la filosofía, que saldrá a la venta en noviembre, si Dios quiere y el destino no lo impide, si Fortuna nos sonríe y si todo va como tiene que ir. Dice así:

La historia de la Filosofía más mordaz y divertida que jamás has leído.

¿Hay alguien más chiflado que un filósofo? Llega el esperado retorno de la hilarante serie de culto
Historia Torcida. El libro que tienes en tus manos es la historia de la Filosofía más irreverente e
ingeniosa.

Luis Soravilla nos presenta en este primer volumen un desternillante paseo por la historia y las aportaciones de ilustres y peculiares pensadores, desde la Antigua Grecia hasta el nacimiento de las
primeras universidades, en su incansable trabajo por encontrar explicaciones a cual más absurda sobre el ser, de dónde venimos y a dónde vamos (si se acaba el vino).

Camina de la mano de estos intelectuales en su gesta por intentar descifrar el sentido de la vida… ¡y procura no tropezar tanto como ellos!

El acorazado de hormigón


Los restos de Fort Drum, en la isla El Fraile, Filipinas.

Todavía pueden verse sus restos en la bahía de Manila, en la isla de Corregidor, Filipinas. Lo que queda del fortín todavía se alza ahí en medio, como un centinela de otros tiempos, que está ahí para vigilar que no nos olvidemos de él. Lo que antes fue un fortín impresionante es ahora poco más que una ruina llena de óxido y escombros, pero también de recuerdos e historia. Unos la conocen como isla El Fraile, que era su nombre original; otros hablan de Fort Drum; en más de una ocasión, se la menta como el acorazado de hormigón (the Concrete Battleship, en inglés). Porque, en efecto, se construyó imitando en todo a un moderno (en aquel entonces, moderno) acorazado.

Durante el mandato del primer presidente Roosevelt, William H. Taft, Secretario de Guerra (ahora diríamos de Defensa, pero entonces no estaban para eufemismos) hizo caso de la Oficina de Fortificaciones y de su olfato. Aunque acababa de firmar un acuerdo con Japón en el que éste prometía no interesarse ni entonces ni nunca en las Filipinas, su victoria sobre el Imperio Ruso en 1905 pronosticaba que ese desinterés iba a durar relativamente poco. Japón se había convertido en una gran potencia regional y tarde o temprano miraría hacia el Pacífico, con ganas de echarle el guante. 

La Oficina de Fortificaciones había recomendado fortificar los territorios que habían quedado bajo la administración de los Estados Unidos después de la Guerra de Cuba (y de las Filipinas), donde los españoles recibimos una patada en el lugar preciso donde la espalda pierde su casto nombre. Por lo tanto, se elaboraron planes para fortificar las bahías de Manila y Subic. La isla El Fraile sería fortificada como parte de esa defensa, como centro fortificado de control y activación de las minas explosivas repartidas por la bahía.

La isla El Fraile antes de ser fortificada. Un peñasco.

La isla El Fraile era poco más que un peñasco y el fortín previsto, no muy grande. Pero los ingenieros militares no tardaron en ver que con las minas no habría suficiente (años más tarde, la guerra demostró que tenían razón). Las defensas de la bahía necesitaban ser reforzadas y la isla El Fraile iba ahora para emplazamiento de artillería pesada. Los ingenieros propusieron instalar dos torretas, cada una con dos cañones de 12 pulgadas (305 mm), un estándar de la marina de guerra. Pero el Departamento de Guerra quiso los nuevos cañones de 14 pulgadas (356 mm), que iban a ser instalados en los acorazados de la clase New York, el primero de los cuáles sería comisionado en 1910. Es decir, quiso lo último y más potente de su arsenal.

Esquema del fuerte y sus instalaciones.

La construcción del fortín comenzó en abril de 1909 y la construcción llevó cinco largos años. Los ingenieros diseñaron un fortín realmente curioso y espectacular. La isla desapareció bajo toneladas de hormigón y planchas de acero blindado. Nació una isla artificial con forma de acorazado, un gigantesco buque de guerra inmóvil, puro cemento, dispuesto a plantar cara a quien quisiera meter las narices en la bahía sin permiso. 

Los ingenieros imitaron en todo la silueta de un acorazado: las dos torretas, la artillería secundaria, la torre-mástil de los acorazados americanos de esa época (tan característica y única), etcétera. Hasta en sus dimensiones parecía un buque de guerra: 110 metros de largo, 44 de ancho y una altura de 12 metros sobre el nivel del mar durante la marea baja. Su blindaje (vamos a llamarlo así) era impresionante: el techo del fortín tenía un grosor de más de seis metros y el de sus paredes oscilaba entre los siete y los once metros. Ningún cañón naval conocido podía atravesar tanto hormigón reforzado, además, con planchas acorazadas.

La artillería principal de Fort Drum.
Los cañones de 14 pulgadas M1909 en una torreta a medida.

Los cañones modelo M1909 de 14 pulgadas se instalaron en dos torretas hechas a medida para el blocao, que se bautizaron Marshall y Wilson. Fueron instaladas en 1916 y tenían un blindaje de 16 pulgadas (unos 40 cm de acero). La torreta inferior tenía un campo de tiro de 240º y la posterior, algo más elevada, un arco completo de 360º. Estaban controladas eléctricamente y su punto débil eran los periscopios y telémetros de puntería, que, según los informes militares que se hicieron años más tarde, estaban insuficientemente blindados. Podían lanzar sus obuses a unos 18 km de distancia, porque sus cañones sólo podían elevarse hasta los 15º.

Las instalaciones para la tropa eran superiores a la media.
Podía alojar a unos 250 hombres.

Como armamento secundario, dos torretas de dos cañones cada una, de 6 pulgadas (152 mm), a babor y estribor... perdón, en el lado norte y el lado sur, las baterías McCray y Roberts, respectivamente. Su blindaje era también considerable: casi dos metros de hormigón y una plancha de acero blindado de 15 cm. El alcance de estas piezas también estaba limitado a unos 10 km porque no podían elevarse a más de 12º. 

Años más tarde, se instalaron unos viejos cañones de 3 pulgadas (76,2 mm) M1906 para defenderse de embarcaciones ligeras, justo a tiempo para defenderse de los ataques japoneses. Fueron disparados el 13 de enero de 1942 con el hormigón todavía fresco (había sido vertido hacía apenas un día) y sin ajustar sus miras de puntería, pero lograron su objetivo y las lanchas japonesas no volvieron a acercarse a la fortificación. Fue la primera batería de artillería de los Estados Unidos en disparar contra el enemigo en la Segunda Guerra Mundial.

Fort Drum contaba además con piezas antiaéreas móviles de 3 pulgadas (76,2 mm), que se instalaban en la cubierta (sic) según fuera menester, y ametralladoras pesadas (12,7 mm, refrigeradas por aire), focos, equipos de radio, teléfono, generadores eléctricos... Podía alojar a unas 250 personas (tripulantes, podríamos decir) y disponía de víveres y municiones para aguantar lo que le echaran.

El fuerte, recién acabado.

Fue bautizado Fort Drum en honor a un héroe de la guerra entre México y los Estados Unidos y en diciembre de 1941 se vio metido de lleno en la Segunda Guerra Mundial. Ese mes, disparó algunas veces contra aviones enemigos (japoneses), sin resultado. Sólo venían de visita. Lo peor estaba por venir.

El mediodía del 29 de diciembre de 1941 Corregidor fue atacada por unos sesenta bombarderos bimotores japoneses, que venían acompañados por un número indeterminado de bombarderos en picado (al menos, nueve de ellos biplanos). Así, hasta el 6 de enero. Aunque algunas fortificaciones sufrieron de lo lindo, Fort Drum no fue atacado. Siguió un mes de calma, con la única excepción que hemos narrado antes. El 13 de enero de 1942 un buque de guerra japonés se arrimó demasiado a Fort Drum y recibió una buena bienvenida.

El 6 de febrero de 1942, Fort Drum fue atacado por la artillería japonesa durante tres horas y media (recordemos: los japoneses estaban invadiendo las Filipinas). Los obuses japoneses de 105 mm casi no hicieron daño y recibieron la respuesta de las piezas de 3 y 6 pulgadas del fuerte. En los días que siguieron, las grandes torretas de 14 pulgadas abrieron fuego un par de veces contra objetivos en tierra, causando mucho daño y conmoción.

El obús Tipo 45 japonés, de 240 mm.
Esta pieza de sitio podía arrojar proyectiles de 200 kg de peso a 11 km de distancia.

El 17 de marzo el asunto se puso serio. Lo menos seis piezas de sitio japonesas de 240 mm abrieron fuego contra Fort Drum y Fort Frank (una fortificación vecina). Aunque dañaron a una de las baterías de 6 pulgadas, no pudieron con las de 14 pulgadas, aun recibiendo varios impactos directos (!). Eso sí, todo lo que había en cubierta quedó arrasado. Sin artillería antiaérea disponible, los aviadores japoneses creyeron que había llegado su momento. Lanzaron un demoledor ataque en el que arrojaron centenares de bombas (literalmente), pero sólo acertaron dos veces (dos), sin resultados aparentes.

En los días que siguieron, las baterías de Fort Drum dispararon contra los japoneses haciendo mucho daño. En mayo, las baterías de 14 pulgadas encuadraron una concentración de infantería y provocaron tres mil bajas entre los japoneses. ¡Tres mil...! También desbarataron y destrozaron una flotilla de lanchas japonesas que se creía fuera del alcance de sus cañones. Efectivamente, estaban fuera del alcance... teórico. Día tras día, los cañones de Fort Drum decían la suya y no dejaban indiferentes.

Pero las Filipinas habían caído y el 6 de mayo de 1942 el comandante de Fort Drum recibió la orden del Alto Mando de destruir las armas del fuerte y rendirse a mediodía. En veinte minutos, todas las armas de la fortificación fueron saboteadas. Durante un año, los soldados de Fort Drum siguieron en la isla, hasta que, poco a poco, fueron repartidos por los campos de prisioneros japoneses en las Filipinas.

Todavía pueden verse los impactos en el blindaje de la batería secundaria.
Aquí se registraron los únicos heridos de la guarnición.

Dice mucho del fuerte que ningún soldado americano murió por culpa de los proyectiles enemigos. Hubo cinco heridos, cierto, pero sólo uno necesitó ser hospitalizado, y no fue herido por la metralla enemiga, sino porque se le cayó encima del pie un telémetro, que también es mala suerte. 

La fortificación había sido alcanzada por no menos de 593 proyectiles de todo tipo. De éstos, unos 100 de 105 mm, cinco bombas de aviación de 50 kg, dos de 500 kg... La mitad de esos impactos, fueron de obuses de 240 mm. Una de las torretas principales resultó abollada (cito el informe oficial) y otra, sufrió una grieta de un metro de largo y 15 cm de ancho, pero su interior no sufrió daño alguno. Fort Drum aguantó cinco meses, negando el uso de la bahía a la flota japonesa, que perdió doce buques por su culpa. ¡No está mal!

Una vez capturada por los japoneses, éstos intentaron ponerla en funcionamiento, pero el sabotaje había sido completo y tuvieron que conformarse con instalar armamento de pequeño calibre. Cuando los estadounidenses regresaron a las Filipinas, Fort Drum fue bombardeado durante días por tierra, mar y aire, hasta que el 13 de abril de 1945 desembarcó la compañía F del 151.º Regimiento de Infantería y un destacamento de ingenieros. Los japoneses, atrincherados dentro del fuerte, esperaban a verlas venir, pero los soldados americanos no pensaban entrar a por ellos. 

Los ingenieros hicieron lo que habían hecho antes con otras fortificaciones alrededor de Manila: echaron diésel y gasolina (dos partes de diésel y una de gasolina) por los conductos de ventilación y luego cargas de demolición y bombas incendiarias. En total, 11.500 litros de combustible más los explosivos. Los soldados abandonaron la isla y media hora después reventó todo. El fuego hizo detonar la munición almacenada en su interior. El fuerte estuvo ardiendo varios días. Una vez se apagó el incendio, tuvieron que esperar dos semanas a que se enfriara lo suficiente como para poder entrar a ver qué había quedado. No sobrevivió ni un japonés, no sé ni por qué lo digo.

Hoy, Fort Drum aloja un faro y es víctima de los chatarreros, que pillan todo el hierro que pueden de los restos del fortín. Los cañones de 14 pulgadas siguen todavía ahí, oxidados, desafiando al fantasma del enemigo.

Se nos caen las ruedas (Gran Premio de los EE.UU. 2016)



Este fin de semana, el Circo ha visitado los EE.UU. Allá siempre han visto la Fórmula 1 como algo raro y complicado. Los estadounidenses se lo pasan mejor con carreras de automóviles simples y espectaculares, sin refinamientos (aparentes). Por eso, la tecnología de los bólidos europeos (venga la cursiva) es más refinada que la de los bólidos locales, pero la emoción y el espectáculo que proporcionan es, ahora mismo, harina de otro costal. 

Ni que decir tiene que ganó un Mercedes-Benz, seguido de un Mercedes-Benz, lo que viene siendo habitual. Red Bull hizo por colarse entre los dos, pero no respondía tan bien como hubieran querido con los neumáticos blandos. Ferrari, detrás. Con mala fortuna. Atornillaron mal una de las ruedas del Ferrari de Raikkonen, que tuvo que abandonar porque se le caía la rueda, literalmente. El otro Ferrari quedó cuarto. Esto va de mal en peor, pero el ánimo de un ferrarista no decae... o eso dice, para disimular.

Los camiones de las Flechas de Plata


En otra parte de El cuaderno de Luis (aquí) ya hablé de los camiones carrozados por Bartoletti que emplearon Ferrari y Maserati en los felices y emocionantes años cincuenta. Pero también dije que, en este asunto, Mercedes-Benz merecía un trato especial y aparte. Ahora viene. 

Después de haber sido ingeniero jefe en Austro-Daimler, Ferdinand Porsche entró a trabajar en Daimler-Motoren-Gesellschaft (fabricante de los Mercedes) en 1923 como director técnico. En 1924, Daimles y Benz se fusionarían y en 1926 comenzaron a fabricar automóviles con una sola marca, Mercedes-Benz. Mientras tanto, Porsche se metió de lleno en la competición, para llevar a Mercedes a lo más alto. Había triunfado en la legendaria Targa Florio con el Austro-Daimler Sascha (un automóvil revolucionario en muchos aspectos) y ahora se había propuestro triunfar con Mercedes. 

El 27 de abril de 1924, un Mercedes PP (sobrealimentado) diseñado por Porsche ganó la carrera. Con el compresor, el automóvil daba 126 CV (sin él, 68 CV). El motor diseñado por Porsche podía ir a 4.500 rpm y contaba con un cambio de marchas de cuatro velocidades, que le permitía alcanzar los 120 km/h. La victoria de este automóvil hizo que la Technische Hochschule von Stuttgart (el Instituto de Tecnología de Stuttgart) concediera a Porsche el título de doctor ingeniero, que bien merecido lo tenía y que siempre le acompañó a todas partes a partir de entonces. 

Ese mismo año, quiso redondear su éxito diseñando el primer Mercedes de carreras de ocho cilindros, el Mercedes Monza. Daba 170 CV a 7.000 rpm y podía alcanzar los 180 km/h con un motor con compresor de dos litros. En 1924 no ganó en Monza, pero siguió compitiendo y ganó el Gran Premio de Alemania en 1926. Fue un gran automóvil.

También fue el primer automóvil de carreras que no llegó al circuito por su propio pie. Porsche hizo caso a Alfred Neubauer y Christian Werner, sus dos ingenieros de competición, que le propusieron construir un vehículo para transportar los automóviles de carreras de los talleres de Mercedes al circuito. Hasta entonces, los pilotos (o los mecánicos) conducían el coche de carreras de un sitio al otro y el automóvil se exponía a averías, accidentes o multas. Muchos pilotos de la época competían después de haber conducido como locos toda una noche para llegar a tiempo al circuito y las máquinas, en más de una ocasión, llegaban muy forzadas. Porsche creyó que ésa era una buena idea y puso manos a la obra.


El Spezialtransporter für Rennwagen diseñado para el Mercedes Monza.
El Mercedes Monza y su transporte tenían prácticamente la misma potencia.

Nació el primer transporte especializado de automóviles de carrera, un transporte rápido, además, porque Porsche dedujo que sería muy útil un vehículo capaz de ir y volver del taller de Mercedes lo más deprisa posible. Podrían arreglar una avería en Stuttgart y competir en Monza (pongamos por caso) al día siguiente. Se escogió el Mercedes 24/100/140 K, un automóvil de lujo, de gran tamaño, con un motor con compresor de 6,2 litros, seis cilindros, casi tantos caballos como el automóvil de carreras que llevaba a cuestas y capaz de alcanzar (¡atención!) los 155 km/h. El vehículo causó sensación y los mecánicos condujeron loca y velozmente con los automóviles de carreras a cuestas en más de una ocasión.

El equipo Mercedes-Benz en 1934. 
Las Flechas de Plata y sus camiones azules Lo 2000.

Pasó el tiempo, llegaron los años treinta, Porsche pasó a liderar el diseño de los Auto-Union de carreras y Mercedes-Benz siguió en la cima de la competición. Fue la primera época de las Flechas de Plata, donde los alemanes resultaron imbatibles. Manfred von Brauchitsch, Rudolf Caracciola o Hermann Lang lo ganaban todo con sus W 25, W 125, W 154 y W 165, pero los transportes que empleaba Mercedes-Benz ya no eran rápidos, sino convencionales.

El equipo Mercedes-Benz camino del Gran Premio de Alemania.
Las Flechas de Plata se exhibían con gran alarde de propaganda.
En la época, la cantidad de medios a disposición de los alemanes era impresionante.

El color del equipo de competición de Mercedes-Benz era el azul, aunque los automóviles corrían en los circuitos con un color gris claro metalizado (plata, para los amigos, el color de Alemania). Eso explica que los camiones del equipo fueran todos azules, muy llamativos. Pero por lo demás no eran nada del otro mundo, porque se basaban en el modelo Lo 2000 (1934), Lo 2500 (1935) o Lo 2750 (1936), que tenía un motor de cinco litros y daba no más de 70 CV. También se empleó, posteriormente, el Lo 3750, que no mejoró demasiado las prestaciones. ¡Se acabó correr para llegar a las carreras! Lento, pero seguro, decían ahora los ingenieros de competición.

Un Lo 2750 del equipo de competición de Mercedes-Benz.
Reconstruido, más que restaurado. Observen su color azul.

Llegó la guerra, todo se fue al carajo y poco después se produjo eso que llaman el milagro alemán. En los años cincuenta, resucitaron las Flechas de Plata. Ahora eran los Mercedes-Benz, porque Auto-Union se había retirado de la competición. De repente, los alemanes se tornaron imbatibles y lo siguieron siendo hasta que en un desgraciado accidente en Le Mans un Mercedes-Benz se llevó por delante centenares de personas, matando a más de ochenta. Mercedes-Benz se retiró de la competición y no ha vuelto (arrasando, de nuevo) hasta hace muy poco.

Parte del equipo Mercedes-Benz en 1955.
Delante, el Spezialschnelltransporter für Rennwagen.

En esa época breve y brillantísima, el equipo de Mercedes-Benz diseñó (cito) un transporte superrápido para automóviles de carreras. La idea de los ingenieros de Mercedes de 1924 había regresado y dio como resultado uno de los transportes más raros, curiosos, bonitos (según se mire) y espectaculares (eso sí) de todos los tiempos, la Maravilla Azul, por lo del color azul del equipo. En la puerta se leía Mercedes-Benz Rennabteilung (Departamento de Competición) y el vehículo se llamó Spezialschnelltransporter für Rennwagen, o Transporte Rápido Especial para Automóviles de Competición. Pero si van por ahí y hablan del Rennwagen o simplemente del Renn, ya sabrán de qué va el asunto, aunque no sea correcto.

El chasis era del modelo 300 S, aquí en versión descapotable.

La idea era la de siempre, ir y volver de los circuitos a la mayor velocidad posible, para reparar un vehículo accidentado, para introducir mejoras en otro, etcétera. Se basaron en el chasis de un automóvil de lujo de 1954, el 300 S, y lo más llamativo de su diseño fue la cabina adelantada del camión, que lo hacía extremadamente bajo y extraño. Gran parte de esa cabina estaba construida con partes de otro automóvil de Mercedes-Benz, el 180, y su motor provenía de un deportivo de leyenda, el 300 SL. Era un motor de tres litros, seis cilindros, que daba 192 CV a 5.500 rpm. El camión, con el automóvil a cuestas, podía alcanzar los 170 km/h.

En el Gran Premio de Alemania, 1955.

En Mónaco, descargando el monoplaza.

A poco de retirarse de la competición, en 1957.

Mercedes-Benz utilizó camiones más convencionales para transportar sus automóviles de competición, pero éste llamó siempre la atención allá donde fue. Cuando Mercedes-Benz se retiró de la competición, los camiones especiales fueron empleados para transportar prototipos en las pruebas de carretera. En 1967, se dieron de baja... y se desguazaron. No quedó nada de ellos.


Una magnífica reconstrucción a partir de los planos originales.
El tapizado a cuadros de Mercedes-Benz, que no falte.

Por eso, el Spezialschnelltransporter für Rennwagen que puede verse en el museo de Mercedes-Benz en Stuttgart y algún otro que hay por ahí no son originales restaurados, sino reconstrucciones. (Lo mismo puede decirse de los camiones que transportaron las Flechas de Plata en los años treinta.) Cierto que algunas piezas son originales, pero no las originales del camión. En los talleres de Mercedes-Benz Classics tardaron siete años en reconstruirlo, siete, que se dice pronto, y lo dieron por terminado en 2001.

El Spezialschnelltransporter für Rennwagen tuvo imitadores en los EE.UU. en los años sesenta.
Aquí el Cheetah del equipo de Dean Moon, que ha sido restaurado hace unos años.

La alopecia de los egipcios


Cuando uno escribe una historia de la filosofía (torcida o no), escribe sin querer una historia del pensamiento humano. Como hemos pensado mucho desde que nos pusimos a caminar sobre dos piernas, hay mucho que decir y no cabe todo en un volumen, pero tampoco en dos, tres o un millón de ellos. Por lo tanto, me vi obligado a no tratar algunos asuntos que, sin embargo, tienen muchísimo interés.

Uno de estos asuntos es el de la aparición de la lógica científica entre los griegos. Es decir, ese momento en que un autor decidió no hacer caso del mito y ceñirse a sus observaciones sobre el mundo, que lo llevarían a elaborar teorías y experimentos capaces de comprobarlas.

Uno de los primeros griegos en dejar atrás el mito fue un historiador, Herodoto.

Herodoto, preocupado por la alopecia.

Entre tantas historias como escribió, Herodoto presta atención a detalles que nos muestran los primeros intentos de estudiar el mundo desde la lógica científica, aunque entonces no la llamaban así. Si leemos el Libro III de su Historia, nos enfrentaremos a una cuestión de mucha enjundia que merece un estudio serio y una profunda reflexión.

La cuestión es: ¿Por qué los varones egipcios rara vez son calvos? ¿Por qué en Egipto hay menos calvos que en Grecia o Persia?

Herodoto hizo esa observación cuando visitó el país de las pirámides y no dando con una respuesta, se acercó a los sacerdotes, que le explicaron por qué. 

Desde la más tierna infancia, le dijeron, los varones egipcios se afeitan la cabeza y la exponen al sol. Así, el pelo surge vigoroso y bien ventilado. En cambio, los persas se tapan la cabeza con bonetes, turbantes, tiaras, sombreros, pañuelos o lo que sea menester, y los cabellos, privados de la luz del sol, fenecen, como fenecerían las plantas privadas del aire libre. Anotó la teoría, que le pareció creíble.

Los varones egipcios, observó Herodoto, rara vez eran calvos.

Otra anécdota le proporcionó más información sobre el asunto de la alopecia. Cuando visitó el antiguo campo de batalla de Pelusia, fue testigo de un curioso experimento. Cuando uno daba con el cráneo de uno de los soldados caídos en la batalla, dice Herodoto, bastaba con arrojarle un pedrusco para saber si era persa o egipcio. Los cráneos persas se rompían con facilidad; en cambio, las piedras rebotaban en los cráneos egipcios. Eso le dijeron, y eso le mostraron.

Los egipcios, peludos.

Sumó dos y dos y relacionó la dureza del cráneo con el escaso números de calvos. Aventuró que tendría un mismo origen, la exposición al sol. A decir de Herodoto, el sol no sólo hace crecer los cabellos rasurados como hace crecer las plantas podadas, sino que, además, su calor contribuyen a cocer y endurecer el hueso que hay debajo. Los persas, que no exponen sus testas al sol, no tendrán unos cráneos tan cocidos, sino más endebles. Además, se volverán calvos por no dar aire ni luz a sus cabellos. C'est voilà!

Pero no se conformó con elaborar su teoría de acuerdo a lo que le habían contado los egipcios. Corrió a visitar otros campos de batalla donde los persas del rey Darío habían caído ante los etíopes. Se lió a pedruscos con los cráneos y comprobó, en efecto, que se rompían fácilmente. Cuando escribió su Historia, la teoría de los cráneos egipcios cocidos al sol había sido verificada experimentalmente por él mismo.

La teoría de cocido craneal herodotiana ha sido refutada por los dermatólogos modernos, pero no deja de ser significativo que sea el primer planteamiento científico serio del método científico registrado en un libro. Recuerdo, además, que las conclusiones de Herodoto sobre la alopecia se consideraron válidas hasta nuestro siglo XIX, que no es moco de pavo, y todavía hay quien cree en ellas.

San Mateo, 26, 52


En el Evangelio según San Mateo, en el capítulo 26, versículo 52, se puede leer: 
Jesús le dijo: "Guarda tu espada, porque el que a hierro mata a hierro muere".

Más en:
También les será útil conocer los antecedentes en:
y saber de otros implicados en:

Aquí lo dejo. Aunque hay para dar y repartir, seguir sería hacer leña del árbol caído.

Historia torcida (e ilustrada) de la filosofía


¿Les he dicho que mi libro tendrá dibujitos?
Los tendrá.

Detrás de la Historia torcida de la filosofía


En noviembre, el primer volumen de mi Historia torcida de la filosofía verá la luz. 

He dicho mi, pero quizá debería decir nuestra. Porque un libro, cualquier libro, es una obra colectiva.

A ver, yo soy el autor. Lo he escrito yo. Faltaría. Soy responsable de todas y cada una de las letras que aparecen en el texto. Hasta de las faltas de ortografía, ya puestos, porque escribo con el corrector desconectado. Nada me da más rabia que una máquina me corrija cuando escribo.

Sí, yo soy el autor, pero hay mucha gente detrás de un libro.

Tengo, por ejemplo, a Piluca, mi agente (de la agencia literaria Página Tres, www.paginatres.es), que negoció las condiciones de mi contrato y que va por ahí con mis manuscritos bajo el brazo, para ver si alguien quiere publicarme. Que tenga fe en mí y en mis obras es algo que todavía me produce asombro. Mi primer libro se publicó gracias a la agencia literaria de Antonia Kerrigan, que también confió en mí y a la que le estoy muy agradecido desde entonces. Luego salté a la agencia de Lola Gulias (hoy editora en Planeta) y aquí me tienen, con Piluca, hoy mismo. A todas, lo digo de corazón, gracias.

Luego está Joan Eloi Roca, editor de Principal de los Libros (www.principaldeloslibros.com) que me llamó un día y me hizo una propuesta deshonesta. Luis, tienes que escribirme un libro, me dijo. ¿Quién? ¿Yo?, respondí, azorado. Si no sabes cómo escribo, añadí. No conseguí convencerle de mi poca valía. Él, erre que erre, quería que yo le escribiera un libro y al final cedí y me vi envuelto en la aventura de tener que escribírselo. Ya lo sé, ya lo sé, los cursos de promoción personal dicen que no seguí el mejor camino para conseguir un trabajo... pero así fue, así comenzó un libro en clave de humor sobre la historia de la filosofía. Eso fue a principios de verano del año pasado.

Joan Eloi es un tipo fenomenal, con sus más y sus menos, como todo el mundo. Me dejó a mi aire. Haz lo que quieras, vino a decir. La Historia torcida de la filosofía sería un título de una colección de historias torcidas y había de tener el tono de esa colección. Ése era el único condicionante y los demás, los que yo me puse a mí mismo.


Un año más tarde, el primer manuscrito de Historia torcida de la filosofía estaba en manos del equipo de Principal de los Libros. Algunas escenas provocaron la risa de los lectores (era lo que pretendía), pero el libro necesitaba pasar por un proceso llamado editing. Todos los libros, sin excepción, pasan por un editing. En ese proceso, el editor llama al autor, sostiene con él una charla y el autor regresa a casa con el manuscrito bajo el brazo y el rabo entre las piernas. El manuscrito asoma lleno de sugerencias, correcciones, supresiones, añadidos, anotaciones y demás señales de todo tipo, en color rojo, para que se vean y duelan más. 


Empleo un tono tragicómico, pero quiero señalar que el público cree que el autor escribe un libro y ya está, y no es así. El trabajo no acaba ahí. El libro es sometido a un durísimo examen (el editing) y ahí se ve si un editor es bueno o no lo es, si el autor puede o no puede con el libro. En el mejor de los mundos posibles, el editor propone u observa, el autor toma nota, regresa al texto y lo devuelve mucho mejor de como estaba. En el peor, el editor tendrá que arremangarse él mismo y escribir lo que el autor no puede o no sabe.


En este caso, la edición fue doble. Por un lado, Joan Eloi Roca; por el otro, Javier Traité, autor de otras historias torcidas y director de la colección. Este último, como ha pasado por mis apuros siendo autor él mismo, contempla la obra desde otra perspectiva, también necesaria. De los dos he aprendido mucho y los dos me han ayudado a mejorar el texto. A mejorarlo mucho, añado. En eso he pasado todo el verano, hasta llegar a principios del otoño, a darle vueltas (con entera libertad) a lo que me habían dicho, a lo que habían observado y a lo que habían propuesto. ¿Qué puedo decir? Que les debo mucho, que les estoy muy agradecido y que espero no haberlos defraudado.

Este impresentable soy yo mismo mismamente.

Vale. El texto ya está. El trabajo del autor se reduce, ahora, a dar el visto bueno a las galeradas (que siempre hay que revisar con suma atención, háganme caso los autores) y a comentar la portada (que me pareció perfecta). Lo de la fotografía para la solapa fue un problema, porque no suelo, ni suelen, fotografiarme, tan feo soy, pero dimos con una fotografía en la sala de armas que cumplía con el expediente y quedaba muy bien en el contexto de una historia torcida. Al verme ahí con el sable, supongo que los críticos se lo pensarán dos veces antes de hablar mal de mi libro. (Vana ilusión, ¿verdad?)


Ahora viene una parte más complicada, la promoción. Hay que hablar del libro, hay que darlo a conocer, hay que darme a conocer... A mí, precisamente. En fin, todo por la patria y un porcentaje de las ventas... Hoy están todos en Frankfurt, mi agente, mis editores... Unos comprando y otros, vendiéndome. Frankfurt es la feria de ganado de los escritores, a tanto el manuscrito, por si no lo sabían. Cuando regresen, nos vamos a poner en serio con eso de la promoción.

Luego están los amigos y conocidos. Cuándo sale, dónde será la presentación, si les firmaré un ejemplar (pues, claro que sí), etcétera. Tengo que decir que sin el apoyo de algunos de ellos, yo no estaría escribiendo, y lo digo sabiendo que no son conscientes del daño tan grande que han hecho al mundo de las letras. Lo siento.

Por lo tanto, resta mucho que agradecer a todos. Joan Eloi, Claudia, Elena, Cristina, Javier... de Principal de los Libros; Piluca, mi agente; mis amigos y conocidos; los que fueron mis profesores de filosofía, que cuando salga el libro y lo lean se estirarán de los pelos... En fin, va por todos ustedes. Gracias.

Después de este rollo, si no me compran el libro pillo un berrinche. Así lo digo.


¡Ya tengo el título!



Aquí lo tienen. Es un título despampanante. Dice que he superado con éxito un curso on-line sobre los principios básicos de la homeopatía, expedido por una multinacional (iba a decir farmacéutica, pero no) que se forra vendiendo bolitas de azúcar a precio de oro, literalmente, que se llama Boiron. 

Detrás de este negocio también aparecen médicos y farmacéuticos que o bien son unos ignorantes o bien unos canallas, sin descartarse que puedan ser a la vez una cosa y la otra. Si creen que la homeopatía cura, malo; si no se lo creen, pero engañan al público para sacarse unas perras, malo también, si no peor. Algo parecido podríamos decir de las autoridades que no molestan ni impiden el engaño o de los tipos que, sin preparación científica ni técnica de ninguna clase, se meten a recetar bolitas de azúcar a personas que quizá necesitarían atención médica. Las bolitas de azúcar son inofensivas en sí mismas, pero si uno reparte bolitas de azúcar en vez de un medicamento necesario, pueden ser muy peligrosas.

Ya les adelanto que este diploma que ven ahí arriba, tan impresionante, es falso, tan falso como sostener que la homeopatía es una medicina científica. No. La homeopatía no se asienta sobre hechos comprobados y sometidos a refutación, sino sobre afirmaciones que no han podido comprobarse y que han sido sobrada, constante y repetidamente refutadas. Uno me dijo que es una medicina basada en creencias, no en hechos, como tantas otras. También podríamos hablar de la medicina estampitalógica, ya puestos: si te duele el riñón, estampita a San Dimas; si el duodeno, estampita a Santa Úrsula,; etcétera. Depende de cómo se defina medicina, vale, aunque me da repelús decir que la homeopatía es medicina.

Este diploma viene a sustituir uno que perdí, también expedido por Boiron, prácticamente idéntico a éste, que me autorizaba a recetar bolitas de azúcar... quiero decir, perdón, remedios homeopáticos. Se obtenía después de pasar un curso on-line, que entonces comenzaba a ponerse de moda. Uno entraba en un web de Boiron, pasaba unas cuantas páginas leyendo tonterías sobre lo similar que cura lo semejante y pasaba a un examen tipo test de diez preguntas. Todo gratuito. Pasé de leer los apuntes de Boiron y fuí directo al examen final. En un cuarto de hora había impreso mi diploma, muy parecido a éste. Saqué un diez sobre diez en el examen. Fue genial. Todavía me estoy riendo.

Un diez sobre diez... No me apunto méritos. Una persona cualquiera habría sido capaz de superar mi nota.

En la oficina donde trabajaba entonces había una compañera que estaba estudiando (sic) Reiki. Llevaba un año con el asunto de la imposición de manos y pronto le iban a dar el diploma de reikióloga, o como se diga. Por supuesto, no tenía ni idea de medicina en particular ni de ciencia en general. Ni la más remota idea. Confundía la artritis con la artrosis y proponía curar la artritis meneando los huesos con osteopatía, lo que evidenciaba una soberana ignorancia sobre la enfermedad. No distinguía un virus de una bacteria y no tenía muy claro para qué servía un antibiótico o qué era la diabetes. Pero ella quería curar a la gente imponiendo manos gracias a las enseñanzas del maestro Taneng Gañao, o así. Sus apuntes eran un compendio de sandeces y frases sin sentido, y no hacía falta ser médico para verlo. Con tener la cabeza sobre los hombros había más que suficiente para oler la tontería. Tremendo.

Yo no me privé nunca de decirle que eso del Reiki eran cuentos de vieja y una tomadura de pelo. ¿Cuánto había pagado por el curso de marras? Ella respondía: ¿Y tú qué sabes? No hacía falta saber mucho para ver que eso era una tontería, pero, en fin... Un día volvió a echarme en cara mi ignorancia y yo le respondí con mi diplomatura en homeopatía. ¡Caramba! La dejé impresionada. No volvió a discutir conmigo nunca más de holística o imposición de manos.

En fin, que si usted no se siente con ánimos, compre gominolas y chuches y no vaya a la farmacia. Azúcar por azúcar, le saldrá más rico y muchísimo más barato (mientras no abuse de los caramelos, que lo llevarán de cabeza al dentista). Y si le duele, carajo, vaya al médico, pero a uno de verdad.

Historia torcida de la filosofía, en noviembre



Ya es oficial.

El primer volumen de mi Historia torcida de la filosofía saldrá publicado el 16 de noviembre, si no hay novedades (y esperemos que no las haya).

Es una obra en dos volúmenes, que publica Principal de los Libros (www.principaldeloslibros.com y @PrincipalLibros)

Espero que os guste y que os queden ganas de más.