Hace unos años, la televisión municipal de Barcelona (BTV) emitió un programa que se ha convertido en leyenda, Saló de lectura. Solía acabar con una ronda de lectores que hablaban con Emilio Manzano, el presentador. Cada uno de ellos traía uno o varios libros que les habían llamado la atención. Entre estos lectores estaba Javier Pérez-Andújar, que entonces no conocía de nada. ¿Quién es ése?, me preguntaba. Nos obsequiaba con un humor blanco, muy guasón, pero muy inteligente, mientras titubeaba y parecía que hacía esfuerzos para sobrepasar una agobiante timidez (me daba esa impresión, siempre me la ha dado). Recuerdo todavía cómo me hizo reír el día que presentó la biografía de un mago ilusionista que hacía juegos de prestidigitación... ¡y era manco! ¡De las dos manos! En fin, un hallazgo.
Lo primero que leí de Pérez-Andújar fue Los principes valientes, mucho después. Quedé pasmado. ¡Qué maravilla! Siguió la lectura de Todo lo que se llevó el diablo, que no me fascinó tanto, pero que considero excelente. Luego llegó Paseos con mi madre, otra obra mayúscula, y a partir de su lectura iba diciendo por ahí a cualquiera que quisiera escucharme que entre los mejores escritores catalanes (y españoles) vivos tenía que estar en primera fila éste, Pérez-Andújar. Qué bueno, sigo diciendo. Catalanes todos, y una pequeña pieza burlesca que lo acompaña, son impresionantes y su nivel de escritura es sensacional. Comenzó a escribir en El País y algún artículo me ha gustado más que otro, pero todos merecen estar en lo más alto. Literariamente hablando, son pequeñas obras maestras. Ahora tengo en lista de espera su Diccionario enciclopédico de la vieja escuela, que espero disfrutar tan pronto me saque de encima algunos trabajos.
Todo el que sabe de libros y conoce el trabajo de Pérez-Andújar coincide conmigo: escribe muy bien. Gustará más, gustará menos, divertirá o aburrirá, se estará de acuerdo con lo que dice o no se estará, pero ¡coño! ¡Cómo escribe! Es de los pocos autores que proporciona eso que llaman el goce de la lectura, que es pasárselo bien leyendo, no importa qué. Me corroe la envidia cuando pienso que nunca escribiré como él, pero envidia de la buena, que conste.
Coincido con él en la edad y muchos de sus referentes son también míos. Los tebeos, las series de televisión, gran parte de la cultura popular que tanto ama, porque, dice, la cultura popular es la cultura de los pobres. A partir de ahí, también noto las diferencias. Él es hijo de una ciudad-dormitorio, San Adrián del Besós, y de una familia obrera; yo nací en el seno de una familia de clase media que, poco a poco, fue dejando de serlo, y siempre he vivido en el Ensanche barcelonés. En cualquier caso, las diferencias enriquecen y el humor se agradece. Leyéndole, aprendo, comprendo y comparto.
Ganó el Premio Ciudad de Barcelona en 2014 y la hoy alcaldesa, la señora Colau, lo ha anunciado como pregonero de la Fiesta Mayor de Barcelona. ¡Muy buena elección!
Aquí se ha liado.
Hay personas que, carentes de vida intelectual suficiente, se dejan arrastrar por el fanatismo de una religión sin hacer preguntas y hoy, aquí, en Cataluña, ya sabemos todos qué religión es ésa. Los fanáticos se distinguen de las personas normales por su omnipresente falta de sentido del humor, que se manifiesta con acritud y odio (verdadero odio) cuando alguien se ríe, o apenas sonríe, de las cosas absurdas que los fanáticos hacen o dicen creer. A su alrededor, el ambiente es asfixiante, la inteligencia se escurre y el clima es, por lo general, desagradable. No admiten que nadie les lleve la contraria, que alguien esgrima razones, pero lo que no soportan de ninguna de las maneras es la risa. Como decía un gran sabio, si no quieres que se rían de tus creencias, no tengas creencias ridículas.
El anuncio del pregón de Pérez-Andújar ha hecho saltar las chispas entre los fanáticos catalanes que digo. El procesionismo, en su versión más cutre, fanática y cerril, se ha puesto como una moto al conocer la noticia. Porque el señor Pérez-Andújar no es uno de los nuestros (de los suyos, quiero decir) y tiene la tremenda osadía de no tomarse en serio el asunto del Proceso, que le da mil vueltas en complejidad y enjundia al misterio de la Santísima Trinidad, y es mucho más importante y transcendental que ése.
Algunos individuos están procediendo, pues, a un linchamiento público muy desagradable, porque no tiene razón de ser y porque muestra el grado de respeto, tolerancia e inteligencia del que disfrutamos en Cataluña los que no somos creyentes procesionistas y no sabemos callárnoslo. Por si no lo han entendido, lo de respeto, tolerancia e inteligencia era un sarcasmo. Lo digo porque los fanáticos no suelen ser muy leídos y son incapaces de digerir correctamente la ironía, y eso cuando dan con ella.
Una de las máximas exponentes de este fanatismo, y una de sus mayores propagandistas, es un personaje femenino de voz desagradable y evidente falta de educación. Al menos, cuando aparece en televisón o en los programas de radio, donde su grosería es legendaria. Es, a decir de muchos, la periodista más famosa de Cataluña, que no es decir la mejor, no se confundan. Es, en efecto, doña Pilar Rahola, a quien Dios guarde de daño muchos años, mientras nos regale a todos con su perenne afonia, por favor.
En su última columna en La Vanguardia (El pregón), arremete contra Pérez-Andújar como si éste le hubiera matado a un hijo y no dice más que memeces. Critíca del escritor precisamente lo que tiene de bueno: su amor por la cultura popular y sus artículos de opinión. Le revienta que dé voz a la los obreros que llegaron a Barcelona de otras partes de España, que aquí siempre se han considerado inmigrantes, dicho así, con superioridad y suficiencia. Ellos, sus hijos y hasta sus nietos llevan todavía esa etiqueta y no se la sacan de encima.
Si no me creen, dice del pregón (cito): De manera que la cosa irá, más o menos, de esta guisa: enaltecimiento del pueblo obrero y de los barrios marginales, convertidos siempre en la contraposición ideal de la pérfida ''Barcelona burguesa'', defensa del cosmopolitismo frenet a los provincianos ''catalufos'' y, como decía Salvador Cot, un poco de Serrat y Gimferrer, para aliñar la perorata. Por cierto, ¿qué culpa tienen Serrat o Gimferrer de nada de esto? ¿Cómo sabe cómo será el pregón? ¿Ya lo ha leído? ¿Cómo puede criticar algo que todavía no está escrito?
No soporta su (para ella) insufrible distanciamiento sentimental de cualquier nacionalismo, ni su posición política, próxima a una izquierda obrera y popular que cuesta decir que hoy exista. En cuestiones políticas es fácil no estar de acuerdo, y eso no se lo critico a nadie, pero cuando asoma la oreja del fanatismo... Ah, doña Pilar, ésa es otra cuestión. Asoma la oreja de un monstruo que no quisiera para mi país, pero que ya está entre nosotros y lleva demasiado tiempo presente y activo. Usted es prueba de ello, como lo son sus gritos, y un vistazo a las redes sociales basta para convencerme.
Ataca al escritor de San Adrián diciendo que es un intelectual (sic) y añadiendo, jugando a ser irónica sin serlo (cito): Como bien sabemos, sólo son intelectuales de categoría los que cumplen tres requisitos: ser de izquierdas, defecar encima del independentismo y publicar artículos en El País, de donde siempre salen los pregoneros progres políticamente correctos.
Ah, bien, señora Rahola, bien. Es decir, usted no es intelectual, no. ¡Ya lo decía yo...! Usted es eso que llaman una autora mediática. ¡Cómo le jode que le digan autora mediática! ¿O no? Si usted no fuera famosa por sus intemperancias en radio y televisión, jugando a ver quién grita más, sus libros serían juzgados por lo que son realmente. Son malos, por si no lo sabían. Añado, con toda intención, que un artículo del escritor de San Adrián contiene más literatura, de media, que todas las novelas de la señora Rahola juntas, incluyendo cubiertas y contracubiertas. Así lo digo y así lo creo.
Pero puestos a seguir su argumento, por lógica usted sostiene que un intelectual de categoría tendría que ser, en verdad, de derechas, adular al independentismo, abjurar de la Barcelona abierta y cosmopolita, preferir una sociedad cerrada sobre sí misma que no admita discrepancias y escribir en algún periódico afín, como La Vanguardia o, mejor, el Ara o el Punt Avui. ¡Naturalmente! Eso lo explica todo.
Usted escribe en La Vanguardia, pero predica a gritos en radios y televisiones catalanas que estás conmigo o contra mí. Lo de adular al independentismo no hace falta que nos lo recuerde a gritos, insisto, que ya sabemos que usted quiere irse de España (y nos preguntamos por qué todavía sigue aquí y no da la murga en otra parte, cosa que agradeceríamos infinitamente). Y usted, naturalmente, ¡es de derechas! De derechas de toda la vida, amiguita de Artur Mas, burguesa barcelonesa, etcétera, ahí está su currículum, aunque no se le nota la buena escuela por ninguna parte. Y creo que ya me he despachado a gusto.
Pues, no. No importa que uno sea de derechas o de izquierdas. No importa que uno escriba en un periódico u otro; tal y como está la cosa, uno escribe donde le dejan y lo que haga falta. No importa que uno sea de un barrio o del otro. ¡Sólo faltaría! Incluso no importa que uno prefiera el cosmopolitismo o se incline a favor de un reduccionismo provinciano. Qué más da. ¡No importa nada de eso! Lo que importa es la inteligencia, el humor, una mirada crítica sobre el mundo y un buen hacer con la palabra. Que no quiera vencer, ni siquiera convencer, sólo hablar y escuchar. ¡Eso es lo importante!
¡Ánimo, Javier!