El pueblo de la villa de Sitges parece excitado y dividido. El partido oficialista suburense defiende el proyecto del arquitecto Hernández-Cros para la reforma de los museos Cau Ferrat y Maricel; el partido conservacionista, por llamarlo de alguna manera, abomina el proyecto. El primer partido es minoritario en cuanto al número de seguidores, pero cuenta con todos los resortes del poder; el segundo partido es mucho más numeroso y se presenta como damnificado por el poder. No parece posible un término medio y me imagino los gritos en las tertulias de café. Una gran mayoría contempla el esperpento con aires de incredulidad.
El partido oficialista asegura que la gestión del proyecto ha cumplido escrupulosamente con la ley. Afirma que hubo una exposición pública y que no hubo alegaciones, ni del gobierno municipal ni de la oposición ni de ningún ciudadano. Además, por si fuera poco, invitaron a un selecto grupo de veinte personajes de rancio abolengo suburense y significación popular para que examinaran el proyecto con todo detalle y dieran su opinión. Diecinueve de los veinte fueron convencidos de la bondad del proyecto, dicen los cronistas. Parece que fue así.
Pero también es sabido que un cumplimiento escrupuloso de la ley permite el juego sucio, argumentan los conservacionistas, y tampoco les falta razón, que nos conocemos todos y somos mayorcitos. Basta con colgar el proyecto en un tablón de anuncios... De hecho, el follón parece que sale a la luz cuando una de las veinte personas invitadas por las autoridades municipales para examinar el proyecto de Hernández-Cros se lleva las manos a la cabeza y pone el grito en el cielo. Pero ¿qué barbaridad es ésta?, exclama.
Las dos partes coinciden en un punto, y yo también. Si uno se baña en la playa de San Sebastián, a poco que moje el ombligo verá la fachada posterior o marítima del Cau Ferrat y el Maricel. El estado de degradación es evidente, lamentable. El día menos pensado damos una alegría a los peces del lugar. Por lo tanto, es urgente, si no urgentísimo, hacer algo ahí, no se venga abajo.
Acusar es vano, porque hay que actuar inmediatamente, pero ¿cómo se ha llegado hasta aquí? Como se llega a todas partes. Desidia, pereza, estulticia, dejación, inepcia e ignorancia se han confabulado a lo largo de muchos años para dominar el pensamiento de los responsables de los museos. Las culpas se reparten por igual entre los munícipes, los caballeros de la Diputación de Barcelona y los señores de la Generalidad de Cataluña, y también entre los suburenses en general, por qué no decirlo. Son tantos años de no hacer nada que ahora quieren todos hacerlo todo de golpe y la tenemos liada. Malditas prisas.
Dicen que los edificios en cuestión forman parte del patrimonio. Es decir, no se les puede tocar un pelo, excepto por causa mayor. El proyecto presentado por Hernández-Cros, en cambio, pone la fachada posterior patas arriba. Sesenta metros de rampas, una piel de cristal, una especie de distribuidor, ventanas con lamas... Se argumenta que se necesita cumplir con la normativa vigente contra incendios y a favor de las personas incapacitadas; también se afirma que, si no se hace fuera, se hace dentro, y dentro tendría que trincharse lo que hay; se concluye que la fachada marítima no forma parte del patrimonio (sic), que sólo la ven los cuatro navegantes (sic), que la reforma propuesta cuenta con el beneplácito de las autoridades y que, en consecuencia, si cuenta con ese beneplácito, es que se respeta lo que hay que respetar (sic).
Lo del beneplácito de las autoridades no convence a nadie, a tal punto desconfía el pueblo de sus tutores legales. Lo de los veleros tiene miga: ya he dicho que basta con mojarse el ombligo, o asomarse a un espigón, para contemplar la fachada amenazada. Desconozco los intríngulis que regulan el patrimonio, pero dudo que ese remedo de MACBA respete ese aire mediterráneo de paredes encaladas del que se precia tanto Sitges.
En una cosa creo que se equivoca el partido conservacionista, en anunciar a gritos que el proyecto no me gusta. Desgraciadamente, la fealdad no es un criterio objetivo. Yo mismo, sin ir más lejos, sonrío con beatitud ante el sutil equilibrio y la armonía del Pabellón de Alemania de Mies van der Rohe, y cierro los ojos ante la monumental y hortera mona de Pascuas de la Sagrada Familia. Pero ¿niego acaso el genio de Gaudí? Jamás. Que guste o no guste la peixera (pecera) del Cau Ferrat no importa (relativamente); la crítica tiene que basarse en criterios técnicos y arquitectónicos, y argumentos los hay a paletadas.
Aunque cuenta la estética, cómo no. El después tiene que respetar el antes, y el resultado, el entorno. Como la fachada afectada forma parte de un paisaje patrimonial, puede atacarse por ahí, porque la fachada propuesta es objetivamente otro tipo de fachada. También cabe preguntarse si esa fachada marítima era la única solución posible, incluso si es un proyecto de calidad, innovador o apenas una solución de compromiso, un proyecto del montón. Si nos ponemos a cambiar el paisaje, que sea el mejor posible, ¿no? El desnivel entre edificios puede salvarse con rampas interiores mucho más pequeñas, uno de los edificios ya tiene ascensor... ¿De verdad hay que trinchar el interior si no se acomete el proyecto de Hernández-Cros? No lo sé, dejo la pregunta en el aire, otros sabrán más que yo.
Una fachada de cristal implica una ganancia térmica considerable, por mucho que se haya mejorado la transmitancia del vidrio. Toda la fachada acristalada se convierte en un colector solar y en este caso, recordémoslo, la fachada está expuesta al sol casi todo el día. Una pared encalada tiene una ganancia térmica mucho menor. El proyecto de Hernández-Cros hace imprescindible una instalación de climatización y ventilación capaz de evacuar esa ingente cantidad de calor. Sin entrar en el trapo de las consideraciones ambientales o la factura eléctrica, la máquina será mucho más grande y tendrá que sobredimensionarse. El control del clima de los museos será difícil.
Etcétera. El partido oficialista cuenta con la ventaja de los hechos consumados y la desidia del ciudadano. El cau será peixera si los dioses no lo impiden. Quizá también pudieran hacer algo los conservacionistas; si se pusieran a ello, podrían armar un pollo de mucho cuidado.
Como los suburenses tienen una patria chica muy grande, acabo de exponerme a los ataques de algún furibundo articulista oficialista (incluso conservacionista) suburense, porque soy uno de ésos de Barcelona, y no se sabe quién me ha dado vela en este entierro. Mientras no me aten delante del drac en la Festa Major...
Para los que no conocen el catalán, una madriguera es un cau; un cau también lo es un cuchitril, esa habitación desordenada, caótica, donde uno corre a refugiarse del mundo y quizá de sí mismo. Santiago Rusiñol, coleccionista de piezas de forja herrumbrosas, piezas de cerámica popular, antigüedades y antiguallas, pinturas y bocetos de amigos, burgués, bohemio, vividor, mejor pintor que poeta, o viceversa, alma inquieta y apreciada por Picasso, Satie, Casas... Cuando este caballero, digo, buscó dónde refugiarse, escogió Sitges. Así nació el Cau Ferrat, que traduzco libremente, de manera iconoclasta, como el Cuchitril Herrumbroso. Por eso, y no por otra cosa, Sitges se convirtió en patria de artistas y juerguistas y se hizo con un lugar en el mapa.
Eso explica que el Cau Ferrat sea algo más que un museo para Sitges y por qué andan los ánimos tan encendidos.