Estos días, sigo con mucha atención las crónicas que Ferran Balsells escribe para El País sobre el lamentable asunto de la mediadora cultural del Ayuntamiento de Cunit. El periodista denunció que esta mediadora, la señora Ghailan, había sufrido amenazas, coacciones y violencia, y que el asunto había acabado en los tribunales. El imán de Cunit, su mujer, su hija y el presidente de una asociación islamista del pueblo se enfrentan a penas de dos a cinco años de prisión. A primera vista, parece que se trata de una cuestión religiosa: el imán pide que despidan a la señora Ghailan porque no lleva velo, viste pantalones y se relaciona con infieles. Como no la despiden, la acosa y azuza a la población contra ella y su familia. ¿Una cuestión religiosa? Muchos musulmanes de la población afirman que es una cuestión de poder: el imán pierde influencia sobre la población marroquí, quizá también dinero, si una trabajadora del municipio ayuda a los recién llegados a reconstruir su vida... gratuitamente. Los musulmanes que presenta Balsells son gente normal y corriente que contempla con recelo la labor del imán. Un verdadero creyente no se comportaría así, afirman. Si no es capaz de convencer con la palabra, no sirve como imán, dicen. Es una cuestión de poder, concluyen, como ya he dicho.
Estos conflictos son habituales en el ámbito de la inmigración. Se resuelven con paciencia y con justicia, con la ley en una mano y el respeto en la otra, y todos salen ganando. En cualquier caso, la autoridad tiene que mantenerse firme en la defensa de los derechos de las personas y en la aplicación de la legalidad vigente.
Pero la alcaldesa de la población, la senadora (¡también es senadora!) Alberich, retiró todo su apoyo a la mediadora social, a la que acusó de crear problemas y de ser ella misma un problema, por no ceder ante las amenazas del imán. Pero ¿qué es esto? ¿Dónde se ha visto? No contenta con semejante vileza, hizo lo posible por evitar el arresto de los acusados y se negó a renovar la orden de alejamiento, que quebrantó convocando una reunión con los acusados a pocos metros del despacho de la señora Ghailan. De hecho, mantenía reuniones periódicas con los acusados, a los que consideraba los únicos interlocutores válidos. Me parece a mí que la alcaldesa (¡y también senadora!) ha causado mucho daño a la víctima, a la justicia y a la reputación del municipio, y se ha mostrado claramente inepta para el ejercicio de una responsabilidad pública, sin entrar a valorar cuestiones éticas.
En sus reportajes, Balsells deja que los hechos y las personas hablen por si mismas, y no hay más que leer la entrevista que le hizo a la señora alcaldesa (¡y senadora!) para comprobar que no da la talla para un cargo público. Miente, se contradice, niega lo evidente, acude a lugares comunes, asegura que obró con buenas intenciones... para acabar causando más mal que bien. Para llevarse las manos a la cabeza, vamos. La entrevista que hoy dedica a la señora Ghailan es todo lo contrario. Muestra a una mujer responsable, firme en sus convicciones, que sabe qué tiene entre manos, valiente, pero también triste y destrozada por la traición y la miseria con que se ha visto obsequiada por la autoridad municipal. La alcaldesa lo ha sabido todo, siempre, dice. Ella siguió reuniéndose con ellos, pero nunca me explicó de qué hablaban. [...] Su mediación se resume en que si yo retiraba la denuncia se acabaría todo. Dijo que todo era por haber denunciado al imán. Éstas fueron sus palabras. [...] Me han dicho que si quiero irme de aquí me facilitarán las cosas. Les he dicho que no, que no tengo por qué marcharme. Si la alcaldesa quiere despedirme, que lo haga. Primero está mi dignidad. ¡Brava!
Después de leer todas las crónicas del señor Balsells, renuncio al adjetivo pánfila para calificar a la alcaldesa (¡y senadora!) de Cunit. Creo posible, lamento, que no haya infringido ninguna ley, pero seguro que su buen rollo merece una severísima censura. Me reservo qué adjetivos le reservo en la intimidad: sería muy desagradable enunciar en público qué pienso de ella, ahora mismo. ¡Qué mal rollo!
Estos conflictos son habituales en el ámbito de la inmigración. Se resuelven con paciencia y con justicia, con la ley en una mano y el respeto en la otra, y todos salen ganando. En cualquier caso, la autoridad tiene que mantenerse firme en la defensa de los derechos de las personas y en la aplicación de la legalidad vigente.
Pero la alcaldesa de la población, la senadora (¡también es senadora!) Alberich, retiró todo su apoyo a la mediadora social, a la que acusó de crear problemas y de ser ella misma un problema, por no ceder ante las amenazas del imán. Pero ¿qué es esto? ¿Dónde se ha visto? No contenta con semejante vileza, hizo lo posible por evitar el arresto de los acusados y se negó a renovar la orden de alejamiento, que quebrantó convocando una reunión con los acusados a pocos metros del despacho de la señora Ghailan. De hecho, mantenía reuniones periódicas con los acusados, a los que consideraba los únicos interlocutores válidos. Me parece a mí que la alcaldesa (¡y también senadora!) ha causado mucho daño a la víctima, a la justicia y a la reputación del municipio, y se ha mostrado claramente inepta para el ejercicio de una responsabilidad pública, sin entrar a valorar cuestiones éticas.
En sus reportajes, Balsells deja que los hechos y las personas hablen por si mismas, y no hay más que leer la entrevista que le hizo a la señora alcaldesa (¡y senadora!) para comprobar que no da la talla para un cargo público. Miente, se contradice, niega lo evidente, acude a lugares comunes, asegura que obró con buenas intenciones... para acabar causando más mal que bien. Para llevarse las manos a la cabeza, vamos. La entrevista que hoy dedica a la señora Ghailan es todo lo contrario. Muestra a una mujer responsable, firme en sus convicciones, que sabe qué tiene entre manos, valiente, pero también triste y destrozada por la traición y la miseria con que se ha visto obsequiada por la autoridad municipal. La alcaldesa lo ha sabido todo, siempre, dice. Ella siguió reuniéndose con ellos, pero nunca me explicó de qué hablaban. [...] Su mediación se resume en que si yo retiraba la denuncia se acabaría todo. Dijo que todo era por haber denunciado al imán. Éstas fueron sus palabras. [...] Me han dicho que si quiero irme de aquí me facilitarán las cosas. Les he dicho que no, que no tengo por qué marcharme. Si la alcaldesa quiere despedirme, que lo haga. Primero está mi dignidad. ¡Brava!
Después de leer todas las crónicas del señor Balsells, renuncio al adjetivo pánfila para calificar a la alcaldesa (¡y senadora!) de Cunit. Creo posible, lamento, que no haya infringido ninguna ley, pero seguro que su buen rollo merece una severísima censura. Me reservo qué adjetivos le reservo en la intimidad: sería muy desagradable enunciar en público qué pienso de ella, ahora mismo. ¡Qué mal rollo!
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