Mejor que no

Cuentan de Nietzsche que detrás de esos furiosos bigotes habitaba un personaje tímido y afable, de trato y conversación amable. Quién iba a imaginar que ese personaje decía de sí mismo ¡Yo soy dinamita! y luego aseguraba que tiene que filosofarse a martillazos. 

Un día, en un hotelito de montaña, donde solía refugiarse, entabló conversación con dos dignas abuelitas. Fue a buscarlo un amigo y viéndolo en franca conversación con ellas, tuvo miedo, porque las conocía. Eran dos personitas devotas, muy religiosas, conservadoras en extremo, y conociendo a Friedrich... ¡a saber qué les estaría diciendo!

Quiso evitar una catástrofe, pero no le hizo falta. En la conversación, las mujercitas preguntaron a Nietzsche y éste les explicó que era filósofo. No pudieron resistir la tentación: le preguntaron en qué consistía su filosofía. El bigotudo sonrió. Señoras, dijo, valoro tanto su amistad que les ahorraré un escándalo. Tomaron la ocurrencia por chiste y el agua no llegó al río.

Creo que pocas veces habló más en serio, dijo su amigo, recordando la escena.

¿Ha vuelto Ferrari? (Gran Premio de Malasia 2015)


Vettel, en primera posición. Bravo.

Malasia es un Gran Premio que se celebra porque ahí hay petróleo y dinero, y quien paga, manda, y a callar. Las competiciones automovilísticas ya no son lo que era, eso lo sabemos hace mucho tiempo, y allá vamos, al quinto pino, a verlos correr, porque se acabaron los tiempos en los que se conducía en mangas de camisa, por cuatro perras y dejándose la piel en el asfalto (literalmente).

La tanda de clasificaciones fue una ruleta rusa. Cayó un diluvio a media clasificación para la salida y pilló a unos peor que a otros. Raikkonen, el segundo Ferrari, se clasificó undécimo porque el equipo le hizo salir demasiado tarde y le llovió. ¡Mal asunto! Pero Vettel, el otro Ferrari, había salido antes y se había clasificado en segundo lugar, entre ambos Mercedes y dando la nota. 

La carrera ha sido más normal, pero movidita. En las primeras vueltas ha habido varios pinchazos y una salida de pista que ha obligado a salir al coche de seguridad. Nada serio, pero Raikkonen (qué mala suerte) ha quedado el último, por culpa de un reventón. De repente, de ahí en adelante, ¡sorpresa! 

Celebrando la primera posición. Forza Ferrari!

El Ferrari de Vettel ha acabado en primera posición. Una mejor estrategia, posible porque el bólido gasta menos neumáticos, ha dejado atrás a los dos Mercedes. Y el segundo Ferrari, ¡cuarto! ¡También ha hecho una brillante carrera! Hacía dos años que no ganaba un Ferrari, caramba, y ¡eso hay que celebrarlo! 

Total, que muy contento, porque soy de Ferrari, aunque pierda (no como otros, que lo eran porque corría no sé quién). Ahora bien, queda la pregunta en el aire: ¿ha mejorado tanto que puede disputarle las victorias a Mercedes o esto ha sido flor de un día? Ah, chi lo sà!

Caso Masià: Tranquilo, que no hay nada contra ella


El otro día compareció ante los diputados del Parlamento de Cataluña el señor de Alfonso, que es el director de la Oficina Antifraude de Cataluña (OAC). La sesión iba sobre cómo se tramita una denuncia de fraude o corrupción, porque los señores diputados sospechan que los trámites burocráticos que se siguen en la OAC no son efectivos y no cumplen sus propósitos. A decir verdad, sostienen que son disuasorios. 

Dicen algunos diputados que, a la hora de denunciar las malas prácticas, el denunciante se lleva la impresión de ser él el denunciado. Es más, uno insinuó que el señor de Alfonso iniciaba una u otra investigación de modo discrecional o arbitrario, quizá movido por intereses ocultos. El señor de Alfonso se enfadó mucho cuando insinuaron esta posibilidad y amenazó con querellarse a quien quisiera acusarlo de prevaricar.

Pero la conversación no fue por estos derroteros y se desvió muy pronto de la cuestión propuesta. Enseguida abordó la cuestión de cómo se nombran los altos cargos de la OAC. Todo por haber nombrado una directora adjunta de la OAC que se sabe que favorece a un partido (CiU) y que tiene a sus espaldas relaciones y negocios que son, cuanto menos, sospechosos. Como exclamó un diputado el pasado mes de noviembre, ¿no tenían a nadie mejor para el cargo? Hablamos de la señora Masià.

En principio y en teoría, la OAC es una oficina independiente y el cargo de director adjunto (que podría llamarse suplente) lo escoge el director de la oficina. El Parlamento de Cataluña, entonces, dará su visto bueno a la elección. En un país civilizado, la persona escogida para el cargo se presenta en una comisión parlamentaria, donde se le pregunta quién es, qué ha hecho, qué piensa hacer y cómo y entonces y sólo entonces se le da el visto bueno o se considera que no es idóneo para el cargo.

Pero la señora Masià fue escogida siguiendo un procedimiento harto diferente. En primer lugar, el señor de Alfonso reconoce que se presentó con tres candidatos ante el consejero de Justicia, el señor Gordó, y que fue éste el que escogió a la señora Masià. ¡Ah, la independencia de la OAC...! 

Les recuerdo que Franco también escogía así a sus obispos. Le venía la Iglesia con tres y el Caudillo escogía al más conveniente. ¡Hay tradiciones que será muy difícil eliminar de nuestra vida política!

A lo que íbamos. El consejero Gordó, ni más ni menos. Su secretario general es el señor Colet Petit, que fue jefe de la señora Masià. Fue el mismo que suprimió miles de rentas básicas de inserción social y dejó a cien mil catalanes en la indigencia, en 2011. Así, de sopetón y tan contento.

De ambos, de Gordó y de Colet Petit, se sospecha que tuvieron conocimiento del caso ITV, que pecaron de omisión (i.e., que miraron hacia otro lado mientras Oriol Pujol y sus amigos intentaban forrarse). En las hemerotécas aparece el nombre del consejero y del secretario general más de una y más de dos veces en relación con las corruptelas de CiU. No están imputados, pero cuesta creer que no sabían nada.

Sigamos con el procedimiento. El consejero Gordó rechazó a uno de los candidatos, automáticamente (no sé quién sería, pero yo lo habría escogido precisamente por eso); otro fue rechazado porque no estaba disponible (¿?) y finalmente señaló a la señora Masià. ¡Ésta! 

¿Ésta, señor consejero?, preguntó de Alfonso. La respuesta del consejero fué (y cito textualmente al señor de Alfonso): Tranquilo, que no hay nada contra ella. Así, con un par. El director de la OAC escogió para el cargo a quien había escogido el consejero, y ahí quedó la independencia de la OAC y el buen criterio de su director.

También confesó el caballero que uno de los candidatos había sido Carles Quílez, que había sido director de Análisis de la OAC, famoso por ser periodista económico y también novelista. Pero no sabemos si el señor Quílez fue el candidato rechazado por el consejero Gordó sin pensárselo dos veces o si fue el candidato no disponible (¿?). Sólo sabemos que había abandonado la OAC hacía un tiempo y que escribía libros sobre la corrupción y la delincuencia, que gozan de prestigio y popularidad.

Por cierto, ¿por qué es candidato a un cargo una persona que no está disponible para ocupar ese cargo? ¡Me hubiera gustado que el señor de Alfonso respondiera a tan acuciante cuestión!

Como la señora Masià había sido la elegida por el gobierno, el señor de Alfonso la escogió para el cargo, como ya hemos dicho. Pero al menos se informaría sobre ella, ¿no? Examinaría sus antecedentes, sus aptitudes, su historial... Pues, no. La escogió sin pararse a mirar nada más y confiando ciegamente en el Tranquilo, que no hay nada contra ella.

No lo digo yo, lo admite él, en comisión parlamentaria. Confesó que no estudió el expediente de la señora Masià (sic). ¡Ni se lo miró! Como ya había trabajado antes en la OAC... argumentó. Ahí queda dicho.

En efecto, el personaje había trabajado antes en la OAC, redactando las conclusiones de la comisión de investigación del caso Palau, que decían que ninguna prueba incriminaba a la gente de CiU en el escándalo. Ya ven qué conclusión más bonita.

Escogida la señora Masià, no se presentó en el Parlamento de Cataluña ni para saludar. De hecho, todavía tiene que presentarse. 

Los parlamentarios que tuvieron que votar si era la persona adecuada para el cargo no pudieron preguntarle a ella ni quién era, qué había hecho o qué pensaba hacer. Es más, ¡tampoco pudieron leerse su currículum! Ni el gobierno ni la OAC ni la señora Masià enviaron el currículum de la nueva directora adjunta de la OAC a los señores diputados. Tampoco pudieron hablar o reunirse con ella antes de la sesión parlamentaria. Ni una palabra, ni por teléfono. Tuvieron que escogerla a ciegas. Eso se denució en noviembre y sigue siendo cierto ahora.

El señor de Alfonso pasó un mal rato en la comisión parlamentaria de Asuntos Institucionales, pero sigue en el cargo. Esos malos ratos van con el sueldo y aquí paz y después, gloria. También la señora Masià pasará por el mal trago y es casi seguro que se irá de rositas, porque en este país todavía nos falta un largo trecho para ser decentes en política. No soy pesimista, soy realista. Pero cada día que pasa es más difícil de justificar la decisión de mantener a ese personaje en el cargo de directora adjunta de la OAC... a no ser que usted tenga interés en que la OAC no funcione.

Anexos:

En el Canal Parlament, el canal de televisión (internáutico) del Parlamento de Cataluña, se guarda la comparecencia del señor de Alfonso en la comisión de Asuntos Institucionales del pasado 25 de marzo. Pueden verse todas las intervenciones en:


Como son dos horas de intervenciones, mejor será dar con un buen resumen. Aunque no simpaticen con su partido, hagan de tripas corazón. Les recomiendo escuchar la intervención de la señora Mejías, diputada de Ciutadans (C's). En primer lugar, porque quizá algunos lectores no sepan catalán y la señora Mejías habla en castellano. En segundo lugar, porque resume bastante bien por qué llama tanto la atención que la señora Masià haya sido escogida para el cargo de directora adjunta de la OAC. Vean esa intervención en:


En la prensa catalana, la noticia apenas ha llamado la atención, como suele suceder en estos casos. Pero algunos periódicos y agencias han mentado el caso. Por ejemplo:

La versión oficial de la noticia es esta otra:

Comparen ustedes.

Flotante o sumergible, a escoger (y IV)


Un Tauchpanzer III de la 3.ª División Panzer en el frente ruso.
Se distingue por los marcos alrededor del cañón y las ametralladoras.
En esos marcos se sujetaban las bolsas de caucho impermeables.

Cuando se vió que de invadir Inglaterra, nada, quedó la cuestión de qué hacer con los carros sumergibles. A todos los efectos, sin los aparatosos tubos para respirar, eran carros normales y corrientes y no había por qué desperdiciarlos. Los Tauchpanzer fueron a parar casi todos a la nueva 18.ª División Panzer y los que sobraron fueron cedidos a la 3.ª División Panzer.

La 18.ª División Panzer se formó el 26 de octubre de 1940 con parte de la 4.ª y la 14.ª Divisiones de Infantería y cuatro batallones de tanques sumergibles. Dos batallones formaron el 18.º Regimiento Panzer y otros dos, el 28.º Regimiento Panzer. Al mando de esta división, el General der Panzertruppen Walther Nehring (que sería fusilado en 1944 por involucrarse en un atentado para matar a Hitler). En marzo de 1941, pocos meses antes de la invasión de la Unión Soviética, desapareció el 28.º Regimiento Panzer. Uno de sus batallones de carros se sumó al 18.º y el otro fue a parar a la 3.ª División Panzer.

Un Tauchpanzer IV de la 18.ª División Panzer.
En el guardabarros, la G del Grupo Panzer de Guderian.
Se le han añadido placas de blindaje suplementarias.

En la operación Barbarossa (la invasión de la Unión Soviética), la 3.ª División Panzer formó parte del 2.º Grupo Panzer (Guderian), que a su vez formaba parte del Grupo de Ejércitos Centro, del mariscal Bock. Su misión, el mismísimo día que se iniciaba el ataque, era atravesar el río Bug, al noroeste de Brest-Litovsk. Mal asunto, porque el río había sido el escenario de grandes batallas siempre que alguien había querido poner sus pies en Rusia y era una barrera natural que parecía infranqueable.

El objetivo de la 18.ª División Panzer era cruzar el río e iniciar el avance en tierra enemiga. En estos casos, los zapadores solían cruzar el río en lanchas neumáticas mientras la artillería cubría el avance. Se establecía una cabeza de playa y más zapadores levantaban un puente provisional mientras otros hacían que más y más soldados atravesaran el río en barcazas. Con que una sola ametralladora enemiga sobreviviera al bombardeo, la matanza podría ser espantosa. Pero el general Nehring recordó que sus carros eran sumergibles, mandó preparar y acondicionar los que se pudieran aprovechar y los empleó en el ataque con gran imaginación.

No es un Tauchpanzer, pero pongan un poco de imaginación y podría serlo.

Hacia las tres de la madrugada se abrió fuego de artillería. Una hora después, los zapadores vieron como llegaban los tanques del 18.º Regimiento arrastrando tubos y boyas y se metían en el río. Pero ¿qué hacen? Minutos después, asomaron en la otra orilla.  

Si los zapadores alemanes no podían creer lo que veían sus ojos, no les cuento el susto que se llevaron los rusos. Los Tauchpanzer del 18.º Regimiento sorprendieron a los rusos y se hicieron con la orilla oriental del Bug. Los soldados no dieron crédito a sus ojos cuando vieron salir del fondo del río a esos monstruos metálicos, chorreando agua por todas partes y avanzando hacia ellos. Se dieron a la fuga, ¡quién no!

El vadeo del río Bug sorprendió a amigos y enemigos.
Quién iba a pensar que atravesarían el río... ¡bajo el agua!

Dos horas después, a las seis y media de la mañana, el mismísimo Guderian atravesaba el río en una barcaza improvisada. Le acompañaban dos camiones del Alto Mando, algunos automóviles todo terreno y un puñado de motocicletas con sidecar. A las ocho y media, esa pequeña tropa se lanzó a la carrera contra el puente de Lesna, siguiendo las huellas que habían dejado por el camino los carros sumergibles. Un retén soviético disparó contra Guderian (sic) y mató a dos de sus ayudantes, pero ésas fueron las únicas bajas y el puente se tomó intacto.

A las diez y media, los alemanes ya cruzaban el río por el puente. Mientras tanto, los Tauchpanzer habían caído por sorpresa sobre una columna soviética de trescientos vehículos y varias baterías de artillería. La destrozaron. ¡Nadie los esperaba tan pronto y tan lejos del río! A primera hora de la tarde, el mando del 2.º Grupo Panzer ya se había instalado en la orilla oriental del Bug y el ejército soviético, simplemente, huía.

Aquélla fue la primera y única vez que se emplearon carros sumergibles en la Segunda Guerra Mundial. Aunque los aliados emplearon tanques flotantes en Normandía (los DD, Duplex Drive) y en el Pacífico, no hicieron suya la idea de un carro sumergible. Más adelante, algunos carros fueron equipados con material para vadear ríos y sumergirse hasta tres o cuatro metros de profundidad y prácticamente todos los carros de combate modernos pueden hacer algo así. Sin embargo, ninguna potencia empleó nada parecido a los Tauchpanzer ni durante la Segunda Guerra Mundial ni después de ésta.

Un Schwimmpanzer II de la 18.ª División Panzer. 
Esas piezas metálicas en el guardabarros servían para sujetar los flotadores.
Sin flotadores, eran carros como los demás.
Entre los carros del fondo, varios Tauchpanzer III.

Los mismos Tauchpanzer no se volvieron a emplear como carros sumergibles y siguieron funcionando como carros de combate convencionales hasta que no quedó ni uno. Lo mismo puede decirse de los Schwimmpanzer II. Desprovistos de flotadores, sirvieron en su mayor parte en la 3.ª y la 18.ª Divisiones Panzer y quién sabe qué se hizo de sus flotadores.

Flotante o sumergible, a escoger (III)


Aunque está escrito en ruso, se entiende.
La boya no es como en el dibujo, pero mientras pillen cómo funciona, ya vale.

Se necesitaban carros de combate para desembarcar en el sur de Inglaterra. Los Schwimmpanzer II eran demasiado ligeros y los Schwimmpanzer 38 (t) todavía estaban diseñándose. Mejor sería poder contar en las playas con los carros medios Pz. III y Pz. IV. Pero eran demasiado pesados y no se veía cómo hacerlos flotar. Hasta que uno preguntó por qué tenían que ir flotando hasta las playas, si podían moverse por el fondo marino sobre sus cadenas. La solución sería sellar el vehículo, para que no entrara el agua, y tomar el aire necesario de la superficie mediante un tubo muy largo o algo parecido. Fabricarían un tanque sumergible (que no submarino). ¡Manos a la obra!


 


Probando el Tauchpanzer delante de un montón de oficiales del Ejército y la Marina.
Todavía se mantenían escépticos. ¿Funcionaría?

Así nació el Panzerkampfwagen III Ausf F/G/H (U), siendo F, G y H los modelos modificados del Pz. III y la U de sumergible. También hubo un Panzerkampfwagen IV Ausf D (U). El Pz. III tenía un cañoncito de 37 mm (el H, de 50 mm) y varias ametralladoras; el Pz. IV, uno corto de 75 mm. A estos carros también los llamaron, familiarmente, Tauchfahig, Tauchpanzer o U-Panzer, a escoger.

En esta imagen de un Tauchpanzer IV puede verse el marco que sujetaba el caucho que rodeaba el cañón y lo sellaba. El carro pertenece a la 3.ª División Panzer (observen la insignia del oso de Berlín).

La idea era la que hemos dicho. Se sellaba todo el carro con caucho, para que no entrara el agua. Sellado y bien sellado, ahora necesitaban aire de la superficie y un conducto para expulsar los gases de escape del motor. Eso se conseguía mediante una boya, conectada al carro de combate mediante un tubo flexible de dieciocho metros de largo, por el que entraban y salían todos los gases. A decir de los ingenieros, el Tauchpanzer podía desplazarse a quince metros de profundidad sin ningún problema. Ahora bien, no veían por dónde iban y si se metían en un agujero más profundo... Adiós.


Probando el Tauchpanzer III en una playa.
Se pueden ver perfectamente la boya y el tubo para respirar y se comprende mejor el invento.

La idea era a la vez tan simple y tan estúpida que funcionó. Se hicieron pruebas y más pruebas, de todo tipo, para convencer a los oficiales del ejército. Funcionaba. Contra todo pronóstico, funcionaba.

Se construyeron 168 Pz. III als Tauchpanzer (ocho de éstos, Panzerbefehlswagen III Ausf E, o carros de mando, con equipo de radio extra) y 42 Pz. IV als Tauchpanzer en las fábricas de Alkett, FAMO, Daimler-Benz, Henschel y M.A.N.

Pero la operación Seelowe se había ido al cuerno después de la Batalla de Inglaterra. La Luftwaffe no pudo asegurar el dominio del espacio aéreo sobre el Canal de la Mancha y cualquier cosa que flotara en sus aguas se las tenía que ver con el Coastal Command de la RAF. Además, los bombarderos británicos se habían encarnizado con las barcazas de desembarco y las estaban diezmando antes incluso de poder ponerlas a punto. En suma, ¡no iban a poder invadir el Reino Unido! 

Hitler hizo lo que un niño malcriado. Como no puedo con el problema, lo menospreció y buscó un nuevo juguete. Escogió la Unión Soviética, con la que había firmando un tratado de amistad y con la que se había repartido Polonia. En junio de 1941, Alemania atacó por sorpresa.

Pero ¿qué se hizo de los tanques flotantes y sumergibles?

Flotante o sumergible, a escoger (II)


Un Schwimmpanzer 38 (t), en plena travesía.

Como hemos visto, los alemanes querían un carro de combate capaz de flotar o de moverse por el fondo marino, para poder alcanzar las playas del sur de Inglaterra en los desembarcos de la operación Seelowe. Lo de arrastrarse por el fondo lo dejaremos para otra ocasión. Veamos ahora cómo se las apañaron para que flotara un carro de combate.

Probando el Schwimmpanzer II.
¡Flota! ¡Flota!

En el verano de 1940, la casa Alkett (Altmarkische Kettenwerk Gmbh ) presentó un equipo capaz de conseguir que flotara un carro ligero alemán, el Panzer II. Lo bautizaron Panzer II mit Schwimmkorper (modelo de carro de combate II con equipo de flotadores). Según los ingenieros de Alkett, el Schwimmpanzer II (carro anfibio II) podía resistir vientos de fuerza 3 y 4 y desplazarse por el agua como una barcaza, lenta, pero seguramente. 

Aquí tienen un Schwimmpanzer II.
Observen la mirada escéptica de los oficiales que acompañan al invento.

Alkett equipó cincuenta (otros dicen cincuenta y dos) Pz. II (modelos A, B y C) con estos flotadores. A decir de los ingenieros, el carro era vulnerable mientras navegaba hacia la playa, pero podía disparar sus armas (un cañón automático de 20 mm y una ametralladora). Una cosa por la otra. Además, todo el mundo era vulnerable mientras se aproximaba a las playas, decían.

Los generales alemanes apreciaron el esfuerzo de los ingenieros de Alkett, pero el Pz. II era un carro demasiado ligero y sus armas resultarían insuficientes para reducir un blocao o un búnquer. Además, una vez en la orilla quedaba el problema de qué hacer con los flotadores, que se convertían en un engorro considerable para el carro y para cualquiera que estuviera cerca de él. ¡Sólo hay que ver las fotografías del invento! Mejor eso que nada, aunque no parecían muy convencidos.

La competencia del Schwimmpanzer II de Alkett.
El aparatoso Schwimmpanzer 38 (t) de Kassbohrer.

Entonces aparecieron los ingenieros de la empresa Kassbohrer y su proyecto AP-11. En la Alemania nazi las empresas iban cada una a lo suyo y vendían sus inventos al gobierno, normalmente sobornando a los jerarcas del Partido que hubiera que sobornar, y así se desperdiciaron muchos recursos en trastos estrafalarios e inútiles, en armas maravillosas e inservibles que nadie había pedido. Gracias a la corrupción del régimen nazi, hasta 1944 no se pudo racionalizar la industria bélica alemana. Por fortuna, demasiado tarde.

Por eso, mientras Alkett probaba su invento por un lado, Kassbohrer lo probaba por el otro... y ninguna compartió con la otra sus experiencias.

El proyecto AP-11 se desarrolló en la Checoslovaquia ocupada y consistió en rodear de flotadores a un carro de combate de origen checo, el Pz. 38 (t). La (t) quiere decir checo. Los alemanes habían equipado divisiones enteras con el Pz. 38 (t) y consideraron interesante el que ahora podían llamar Schwimmpanzer 38 (t). La ventaja sobre el proyecto de Alkett era que el Pz. 38 (t) tenía un cañoncito de 37 mm en la torreta en vez de uno de 20 mm.

En esencia, eran lo mismo. Los tanques habían sido modificados para echar los gases de escape del motor por arriba, habían sido sellados con gomas, para que no entrara el agua, y empleaban unos grandes flotadores para no hundirse. Los ingenieros de Alkett acabaron pronto y los Schwimmpanzer II ya flotaban en 1940, pero los de Kassbohrer se tomaron las cosas con calma.

El Schwimmpanzer 38 (t) fuera del agua.
Torpe, voluminoso, patoso.

En junio de 1941, los checos que paseaban por el río Vltavaen, en Praga, vieron una barca muy rara dando vueltas por ahí, que luego resultó ser un carro de combate flotante. Los ingenieros de Kassbohrer trabajaron mucho para mejorar el rendimiento hidrodinámico de los flotadores del Schwimmpanzer 38 (t) y cuando creyeron que no podía ser mejor, trasladaron su prototipo al campo de pruebas de Kummersdorf. En 1942, sus cruceros por el lago de Ribnitz ya eran cosa frecuente y los ingenieros alemanes aprobaron el proyecto después de mucho navegar. 

Se encargaron cien Schwimmpanzer 38 (t). El pedido, sin embargo, fue suspendido poco después. El Pz. 38 (t) no tenía nada que hacer ante los T-34 soviéticos o los M3 y M4 americanos. Además, la verdad sea dicha, el ejército ya no necesitaba carros anfibios después de Stalingrado y la batalla de El Alamein.

Un LWS I, de maniobras en una playa francesa.

Aparte de los flotadores alrededor de un Pz. II o de un Pz. 38 (t), los alemanes diseñaron el Landwasserschlepper (o LWS), un vehículo anfibio sobre orugas que sirvió en los cuerpos de zapadores o ingenieros, pensado para atravesar ríos con hombres y suministros a bordo. Se fabricaron relativamente pocos, en dos versiones (la segunda, adaptando el cuerpo de un Pz. IV), y se emplearon durante toda la guerra. Como no eran carros de combate propiamente dichos, los mencionamos y los dejamos aparte.

Flotante o sumergible, a escoger (I)


Barcazas fluviales requisadas por los alemanes.
Serían sus lanchas de desembarco, a poco que pudieran atravesar el Canal.

El desembarco en la costa de Inglaterra había sido bautizado como operación Seelowe (León Marino). En el verano de 1940, Hitler se frotaba las manos de puro contento. Había derrotado a Francia y el Reino Unido había perdido casi todo su material pesado en la retirada. Sólo el Canal de la Mancha se interponía entre sus ejércitos y la victoria. La Luftwaffe pronto iniciaría la batalla de Inglaterra, que pretendía dominar el espacio aéreo sobre el mar, para neutralizar la potencia naval británica. Alemania pondría sus pies en la Gran Bretaña y la obligaría a rendirse.

Soldados alemanes desembarcando en las playas de Normandía.
No es una broma, sólo unas maniobras.
Todavía creían posible desembarcar en el sur de Inglaterra.

Los alemanes habían comenzado a requisar cualquier cosa que flotara para poder embarcar y cruzar el Canal de la Mancha. Lanchas, barcazas, buques de cabotaje, cualquier cosa servía. Comenzaron las maniobras de desembarco y los soldados alemanes saltaban al agua y corrían por las mismas playas por las que cuatro años más tarde desembarcarían los aliados. Tenían mucho que aprender, porque nadie sabía cómo llevar a cabo un desembarco a tan gran escala.

Desembarcando un cañón de 105 mm y un armón tirado por caballos.
Los alemanes se enfrentaban a los problemas del desembarco, que aquí resultan obvios.

La Gran Guerra había demostrado que una sola ametralladora podía diezmar a un batallón en campo abierto y convertir una playa en el escenario de una matanza. Los generales alemanes llegaron a una conclusión obvia: necesitaban carros de combate en las playas, para cubrir a la infantería. Pero en aquel entonces los carros de combate eran desembarcados en los puertos con una grúa y no había lanchas o buques especiales capaces de llevar los carros hasta la playa para dejarlos ahí. ¿Qué hacer, entonces?

La respuesta era muy simple. Con los cabestrantes de a bordo, se deja el tanque en el agua, a cierta distancia de la playa, para que vaya él mismo hacia la orilla. Pueden añadírsele flotadores, para que vaya navegando solito hasta la orilla, o puede ir bajo el agua, moviéndose sobre el lecho marino, como un buzo. En verdad, no había otra manera.

Mr. Holmes (el libro)


La edición de Roda Editorial.

Las reseñas que han caído en mis manos sobre Mr. Holmes, de Mitch Cullin, muestran cierto desconcierto, y me explicaré mejor. 

El título original de la obra de Cullin es A Slight Trick of the Mind y fue publicada en 2005. Diez años después está a punto de estrenarse una película que pinta muy bien, Mr. Holmes, y viendo la película que se acerca y la fama del personaje protagonista, Roca Editorial ha preferido titular la novela como la película, asegurando mayores ventas. Está en su derecho, es lícito y la verdad es que el título le queda muy bien, películas aparte. Por cierto, es una bella edición.

Una escena de la película, que no tardará en estrenarse.

Ese Holmes es ni más ni menos que Sherlock Holmes, y ya sabrán quién es. De ahí ese desconcierto que he mencionado. Porque Holmes es el más famoso asesor detective que ha parido madre y pluma de escritor y dejando a un lado los relatos canónicos de Conan Doyle, se cuentan por docenas los escritores que han escrito nuevas aventuras del personaje. De hecho, los sherlockholmianos se han empeñado en reconstruir una biografía del personaje que va mucho más allá de la que imaginó su creador, y la dan por hecha y bendita.

Conan Doyle dejó escrito que Holmes se retiró a un lugar apartado de Sussex para ejercer como apicultor y apenas abandona ese retiro un par de veces de la mano de su creador. Conan Doyle sitúa su último caso poco antes de la Gran Guerra, en un momento de emergencia nacional, donde acaba burlando a los alemanes, que querían hacerse con un plano de los últimos acorazados británicos. Pero los sherlockholmianos no se contentan con tan poca cosa y dan cuenta de Sherlock Holmes hasta que le obligan a cumplir 103 años (si no recuerdo mal), después de haber vivido una vida tranquila y relajada entre sus abejas y sus libros, de la que escapaba ocasionalmente y apenas. Cullin es fiel a esta tradición y nos muestra al personaje, Sherlock Holmes, en 1947, con noventa y pocos años, enfrentándose a la soledad, la decrepitud y la pérdida de memoria.

La novela ya se había publicado en español, con un título más fiel al original.

Ahí se muestran desconcertados algunos críticos y lectores, pues Mr. Holmes no es una novela de Sherlock Holmes ni gira alrededor de un caso (en verdad, de tres, en la novela), y resulta complicado decir que es una novela sobre Sherlock Holmes. Ni de ni sobre, aunque la figura del señor Holmes resulte imprescindible como referencia y punto de partida.

En medio de su desconcierto, algunos lectores se quejan de no encontrar lo que buscaban, un caso criminal, y alguno dice que Cullin ha escrito una novela lenta. Pero los más sinceros entre los sherlockholmianos han puesto la literatura en primer plano y han añadido inmediatamente que es una novela muy bien escrita, que busca (y encuentra) lo que persigue y que muestra el oficio de un gran autor. Algunos de éstos, que no todos, añaden que lo que acontece en Mr. Holmes podría acontecer sin necesidad de mencionar al apicultor de Sussex y empleando a cualquier otro anciano. El personaje, el mito que tenían en la cabeza no admite la decrepitud ni la debilidad, supongo.

Yo me confieso sherlockholmiano de la cabeza a los pies. Pero también he apreciado la belleza de la obra de Cullin y creo que no desmerece nada, nada en absoluto, que haya empleado al señor Holmes como protagonista. Al contrario, creo que es una reflexión alrededor del personaje más que brillante, aunque el resultado sea un relato (muy) bello y triste, desesperanzado, el de un hombre que deja de ser quien era y se da cuenta de lo que no ha sido. Como creo que ya he dicho, no es que perciba su decadencia física e intelectual, no. La cuestión es que cae en cuenta de sus propios sentimientos, que con tantos trabajos había ocultado en lo más profundo de su corazón, y ahora siente en lo más profundo de su ser no haberlos vivido.

No importa la investigación sobre la mujer de la armónica de cristal, el padre desaparecido de su anfitrión japonés o las aparentes intenciones homicidas de sus abejas, sino el viaje que hace Holmes para descubrirse a sí mismo en medio de su disolución, inevitable y próxima. 

Créanme, una gran novela. 

Sanidad, propaganda y TV3


La manipulación y la propaganda que emite TV3 es vergonzosa y vergonzante. Cada vez resulta más evidente que la radio y la televisión públicas catalanas se emplean con la pura y simple intención de engañar al público, no encuentro una manera más elegante de decirlo. Quizá pueda añadir que no merecen el nombre de periodistas los que se avienen a participar en esta farsa. Ahora mismo, sólo merecen mi desprecio.

En el otro extremo están los periodistas (éstos, sí) de Cafè amb Llet, que llevan denunciando el destrozo de la sanidad pública catalana en manos de CiU, con la inestimable colaboración de ERC, cómplice imprescindible, el silencio culpable del PSC y la aquiescencia del PP. Su lucha les ha costado muchos disgustos, pero nos honra saber que todavía hay valientes que dan la cara por denunciar la mentira e intentar mostrarnos la verdad.

A continuación, enlazo dos videos que Cafè amb Llet ha colgado en YouTube, denunciando la manipulación de TV3 en el ámbito sanitario. Están en catalán (lo siento, por si alguien no lo entiende). Véanlos y luego juzguen ustedes mismos. Por lo demás, creo que mi postura ha quedado bastante clara, pero añado que he enviado TV3, 3/24 y demás canales de la CCMA al rincón de los canales que emiten a los echadores de cartas, porque no merecen más crédito que ése. Hagan lo mismo, es un consejo de amigo.

Ahí van:



Los enlaces:
https://www.youtube.com/watch?v=lVB4bKIgkGg&feature=youtu.be
https://www.youtube.com/watch?v=rOlXMqWRlGM&feature=youtu.be

http://www.cafeambllet.com/tv3-y-sanidad-publica-mas-informacion-critica-y-menos-propaganda-de-mutuas-privadas/

Los españoles, insatisfechos, gracias a Dios


Entre nosotros, este rostro me intimida.

Qué cachondeo, los de Eurostat (la agencia que trabaja en los datos estadísticos de la Unión Europea). Para celebrar que hoy es el Día Mundial (o Internacional, qué más da) de la Felicidad (¿perdón?), publican un estudio sobre el nivel de satisfacción de los ciudadanos de la Unión Europea y aledaños. Más satisfecho, más feliz, se insinúa. Los responsables del estudio descubren la rueda, o confirman lo que sospechábamos, como prefieran. 

La organización que analiza nuestro índice de satisfacción.
Y nuestro índice de felicidad y de sentido de la vida (sic).

Así, por ejemplo, la satisfacción tiene que ver con la salud. Más sano, más satisfecho, dicen, y por lo general es así, ¿verdad? También, la edad. A más edad, peor carácter se le pone a uno. Quizá tengamos que decir que madura el seso y al final, se pudre. No sé. ¡Al grano! También miden cosas más prosaicas, como el nivel de estudios o de rentas. 

Índice de satisfacción, total y por edades.
España saca un 6,9 sobre 10, por debajo de la media de la UE (7,1).

Al final, los españoles salimos en la parte media de la tabla, un poquito por debajo (muy poquito) de la media europea. Estamos un puesto por encima de los italianos, en reñida competición. Compartimos con nuestros vecinos el deporte nacional de afirmar tajantemente que la cosa está muy mal y no tiene remedio, especialmente cuando hablamos de política. 

La encuesta es periódica y la satisfacción de los españoles ha bajado, significativamente. Ya saben, la crisis, que ha empeorado el nivel de rentas, la educación y la sanidad públicas (provocando más estulticia, más enfermedades y menos esperanza de vida), ha provocado un aumento del desempleo, etcétera. Baja la satisfacción de los españoles, pues ¡no iba a bajar, hombre! Pero es noticia.

Los titulares de los periódicos afirman que los españoles no estamos satisfechos, pero se limitan a copiar los datos de la nota de prensa. Allá donde se publica la noticia, allá donde se ha copiado más o menos. Nadie ha buscado más allá ni más acá. Luego se quejan de que la prensa va mal.

Allá los tienen. Los más satisfechos de sí mismos.
También los que cuentan más suicidios, más alcoholismo, más violencia contra las mujeres...

Porque a mí, qué quieren que les diga, me ha llamado la atención una cosa. De verdad que ha sido lo primero que he visto. En un mapa de Europa, se coloreaban los países según su nivel de satisfacción. Más oscuros, más satisfechos. ¡Saltaba a la vista! ¿No se ha percatado nadie?

Están tan satisfechos de sí mismos que no pueden soportarse.
Intentan ahogar su satisfacción en alcohol, maltratando a sus señoras, y al final...

Los países donde se dan más episodios de alcoholismo, de violencia contra mujeres y los niveles más altos de suicidios entre la población... ¡son los países con los ciudadanos más satisfechos de sí mismos! También son los países donde menos veces a la semana se cambian los calzoncillos (palabra de honor, algo tendrá que ver). Ahí están los países nórdicos, Suiza o Austria, por poner un ejemplo, sin mentar a los alemanes, que son unos guarros y gastan uno o dos calzoncillos por semana.

Prefiero quedarme insatisfecho, qué quieren que les diga.

Para saber más:
El estudio de Eurostat, en:
Sobre las tasas de suicidio, en la Organización Mundial de la Salud:
Sobre el consumo de alcohol, id.:

La conjura de Puigcorbé


Su Majestad, saludando al final de una de sus últimas actuaciones.

El rey Juan Carlos ha protagonizado algunas interpretaciones memorables y su histrión es aplaudido por los connaisseurs del drama. Me viene a la cabeza, por ejemplo, cuando, muletas en mano, aseguró que no volvería a ocurrir, refiriéndose a lo de partirse la crisma subiendo las escaleras del bungalow de su amante, en algún rincón de África, en una pausa entre elefante y elefante. El guión era fabuloso y su actuación había sido anunciada a bombo y platillo. Pero no podemos quitarle méritos por ello ni restarle el éxito que mereció tan soberbia actuación.

La maldición juancarlista. Los actores se han visto superados por el papel.

En cambio, el mismo personaje puesto en una serie de televisión y encarnado por actores ha procurado siempre vergüenza ajena al público y ha dejado tras de sí una sensación de ridículo espantoso. Los actores que han tenido que interpretar a Juan Carlos, rey, se han encontrado con un personaje conocido, carismático, muy peculiar (su forma de hablar, por ejemplo), que tenemos visto y más que visto desde hace muchos años. El actor que pretenda imitarlo es fácil, muy fácil, que acabe en el esperpento de sí mismo. Si encima no es un actor superlativo, sino uno del montón, su fracaso está asegurado y será tratado con escarnio por el común.

Peor me lo ponen cuando prestamos atención a los guiones y las producciones en las que se ha movido esa interpretación. Uno concluye que no somos capaces de hacer un biopic decente, aunque se recuerde con mucho cariño la vida de Santiago Ramón y Cajal, por ejemplo. Pero tal estaban las cosas en la televisión que una serie sobre el último (que no el actual) rey de España estaba condenada al ridículo más espantoso, incluso al fracaso comercial. Así parece que sucedió no una vez, ni dos, sino algunas más. Añado, sin embargo, que se trataba de un fiasco anunciado y previsible. ¡No se esperaba otra cosa! y, en esas concidiciones, no podía ser de otra manera.

Ahí lo tienen, a la izquierda, posando para la posteridad.

La interpretación más memorable e inolvidable, por mala, de Juan Carlos, rey, fue la de Juanjo Puigcorbé en 2010. Le llovieron palos de todas partes y la risa que provocó entre el público fue tremenda (y cruel), cuando no los abucheos y la burla. No sé si se acordarán, pero después de ésa todos creíamos que a Puigcorbé sólo le quedaba el suicidio o el retiro entre cartujos. Las crónicas de la época no muestran ni el menor atisbo de piedad. Los espectadores le dijeron de todo menos guapo. El actor se cabreó muchísimo y todavía sostiene que fue una conjura contra él, no una suma de errores propios. Su papel como monarca era un chiste y el resultado en la pantalla de televisión uno no sabía si considerarlo hilarante o vergonzoso y era difícil soportarlo sin cambiar de canal.

El cabreo de Puigcorbé fue agrio, monumental.
Dejó constancia de ello echando las culpas a todo el mundo.
Su reacción fue desagradable.

Ahora es noticia que Puigcorbé se presenta segundo en la lista de ERC para la alcaldía de Barcelona, detrás del señor Bosch, que asegura ser escritor. En fin, cada uno es libre de creer lo que le dé la gana, pero ha definido a Puigcorbé como el [Sean] Connery catalán. Así, con dos bemoles. Por eso de Escocia, ya saben, aunque, que yo sepa, Connery, Sean Connery, nunca ha interpretado a Isabel II y además no vive en Escocia. En fin... La noticia, como era de suponer, es propicia a toda clase de chirigotas y en ésas me ven metido.

Lo cierto es que el actor hacía un tiempo que andaba tonteando con la política, había pasado por socialista y progre cuando tocaba serlo (por ver qué caía) y ahora que el PSOE anda en horas bajas (bajísimas) ha optado por una opción republicana e independentista, muy de moda, que proporciona grandes actuaciones y bien pagadas, y que además tiene a la prensa (local) echándote una mano a base de críticos subvencionados. Sucede lo dicho: Que quien hiciera de rey de España salga ahora haciendo de correveidile de su desintegración en forma de varias repúblicas no deja de ser madera de chiste.

¡Hola! El actor cambia la pantalla por un sillón en el Ayuntamiento, mejor pagado.
Es que la comedia sólo da que hambre y disgustos.

El actor tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que hace y hay que aplaudir su valentía, porque no todo el mundo decide dar el salto a la política. ¿Lo haría usted? ¿Verdad que no? Pues él, sí, y hay que aplaudirlo. Ahora bien, era un personaje público y su candidatura se aprovecha de la publicidad de su nombre. Es normal que el votante quiera saber los porqués y los cómos de ése que hasta hace poco pasaba por socialista del montón.

En los mentideros de Barcelona corren dos teorías que explican ese comportamiento y su apuesta por la República Catalana. Dos, y no sé con cuál quedarme.

Una sostiene que el actor era una persona políticamente indiferente (era socialista cuando estaba de moda serlo) que aceptó encarnar al rey en un biopic televisivo. Salió lo que salió ¡y mira que le avisaron! Se le echaron encima y le llovieron palos por todas partes. Quedó tan escarmentado que se sumó a la opción política que le pareció más antimonárquica y antiespañola que encontró (ERC, en este caso). Un drama humano y político que podría convertirse en una serie televisiva de humor ácido y esperpéntico, muy de vodevil, o en algo digno de Sofocles, con el héroe aplastado por su destino y gritando, crítica en mano, ¡Oh, dioses! ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

La segunda teoría, en cambio, sostiene que Puigcorbé ya era republicano cuando aceptó el papel de rey y que su lamentable actuación fue en verdad brillante y subersiva, hecha a posta. Se trató, dicen, de una campaña de desprestigio de la monarquía, cuidadosamente orquestada por los poderes ocultos a favor de la Tercera República. Prosiguió la conjura montando una cacería. Pusieron los elefantes, la señora de labios hinchados bien a mano, cera en las escaleras del bungalow y... C'est voilà! No llegó a caer la monarquía, pero el rey se llevó un costalazo de padre y señor mío. Qué guión.

No será por falta de ideas que no hacemos buenos dramas en España.

Las manitas de los mecánicos republicanos


Carros T-26 avanzando por alguna parte de los alrededores de Madrid.
Su presencia se imponía en el campo de batalla.

Se ha hablado mucho de la ayuda que la Unión Soviética prestó a la Segunda República Española durante la Guerra Civil. En parte, porque es un asunto polémico. Stalin envió material de guerra y personal militar al tiempo que reforzaba la influencia del Partido Comunista en España. Luego está el asunto del oro de Moscú, porque Stalin no vendía barato. Parte del material era de segunda, como por ejemplo miles de fusiles Moisin-Nagant que llegaron a España con el águila bicéfala de los zares grabada en los cañones y más guerra a cuestas que la pólvora. Pero también llegaron modernos aeroplanos y carros de combate. Finalmente, parte de estas discusiones giran alrededor de cuánto material y de qué tipo llegó a España procedente de la Unión Soviética. Aunque algunos de los archivos de Moscú ya son accesibles y han aclarado algunas cosas, todavía se discute sobre cuántos tanques o cuántos aviones de tal o cual tipo fueron empleados en España. 

Camino del frente, con infantería a cuestas.
La llegada de estos carros fue muy oportuna y ayudó a salvar Madrid.

Cuando parte del ejército se rebeló y proclamó el Alzamiento (así, con mayúsculas), la República se vió muy apurada. Por eso, la llegada de carros de combate de la Unión Soviética fue tan bien recibida. Si la República ponía modernos carros de combate en el campo de batalla, equilibraría la balanza, que entonces se inclinaba peligrosamente a favor de las tropas sublevadas. Los carros soviéticos llegaron muy pronto. Entre autoametralladoras y fusiles de cerrojo del año de la catapún, llegaron docenas de T-26. 

Éste era el carro de combate que estaba protagonizando la mecanización del Ejército Rojo. Estaba basado en un diseño de Vickers (británico). Lo habían diseñado pensando en acompañar a la infantería (como casi todos los carros de su época) y era barato. Los rusos fabricaron miles y miles. Los primeros T-26 montaban sólo ametralladoras, pero los ingenieros soviéticos le instalaron la copia de un cañón alemán de 37 mm recalibrado para tirar proyectiles de 45 mm, que contenían más explosivo que los originales. Pesaba unas diez toneladas y su motor de 95 CV podía moverlo a unos 30 km/h. Con diferencia, con mucha diferencia, fue el carro más peligroso de la Guerra Civil Española.

Si observan la torreta, veran que este T-26 ha perdido la antena que llevaban los carros del comandante de batallón. A fin de cuentas, la radio no funcionaba y la antena no hacía más que molestar.

Los primeros T-26 llegaron a Cartagena el 12 de octubre de 1936. Eran cincuenta y venían acompañados de cincuenta y un voluntarios rusos (sic) y más material. La urgencia hizo que fueran enviados al frente con prisas. El 27 de octubre ya estaban dando guerra, pese a que los soldados republicanos españoles apenas sabían conducir y no habían pasado por más entrenamiento que un paseo por el campo. Pero ¡no había tiempo para nada!

Pronto se formó el 1.er Batallón de Tanques, con quince T-26 y algún automóvil. Fue enviado a Madrid y se estrenó en Seseña. Se suponía que era un batallón de élite, pero su primera batalla fue... En fin, peculiar.

Una ofensiva republicana, en otoño de 1936, al sur de Madrid.
Al frente, los T-26, que pronto dejarán atrás a la infantería.

Los nacionales habían plantado minas en la carretera y averiaron tres carros republicanos. Nadie había previsto lo de las minas. Pasaron por alto (o no vieron) una batería enemiga y siguieron adelante. En Seseña mismo, el batallón perdió otro tanque cuando fue alcanzado por botellas de gasolina y se incendió. En algún momento, la infantería se quedó atrás y los carros siguieron avanzando a solas, desprotegidos.

Atravesaron el pueblo y se encontraron en la retaguardia del enemigo. Esta vez sí, esta vez la vieron y cargaron contra una batería de artillería enemiga, que desbarataron en un abrir y cerrar de ojos. Luego dieron buena cuenta de tres tanquetas italianas, que no tenían más que ametralladoras para detener a los carros. Una de ellas fue literalmente arrollada por uno de los carros republicanos, que le pasó por encima. Era tanta su superioridad que ¡no se molestó ni en disparar! Se perdieron las tres tanquetas, no hay ni que decirlo.

En esa confusa melée, los republicanos perdieron tres carros más a manos de las botellas de gasolina y los cañones enemigos. Otros tres carros sufrieron averías o daños que les obligaron a retirarse. Habían muerto cuatro tanquistas soviéticos, cuatro españoles y se contaba media docena de heridos en el batallón. Pero los sublevados habían recibido de lo lindo. Los tanques rusos habían provocado la fuga de dos batallones de infantería enemigos, más dos escuadrones de caballería. Habían destruido diez piezas de artillería de campaña (y capturado dos más). También habían destruido dos docenas de camiones, varios automóviles... En fin, una escabechina.

Pero el ataque no llevó a ninguna parte, porque la infantería republicana no pudo seguir a los carros de combate y afianzarse en el terreno conquistado. Los tanques tuvieron que regresar como pudieron a sus líneas después de haberse impuesto en el campo de batalla, porque no podían quedarse ahí, solos y aislados. Haciendo números, perdieron dos tercios del batallón en la incursión y la línea del frente no se movió. La guerra acorazada todavía estaba muy verde.

Un T-26 en Belchite, dando apoyo a la 11.a Brigada Internacional.

Así se emplearon los carros de combate en la Guerra Civil, operando al contragolpe cuando pintaban bastos o al frente de las ofensivas republicanas. Lo más normal es que los carros acabaran luchando por regresar a sus líneas, porque la infantería no tenía manera de seguirlos de cerca y acababan asediados y desprotegidos ante las botellas de gasolina y los cañones contracarro. En 1937, las bajas entre los carros republicanos eran superiores a dos de cada tres enviados al frente. Pero allá donde asomaban, se imponían sobre el enemigo.

En total, combatieron en España unos 280 T-26. Los últimos desembarcaron en 1938. Fue el carro más potente de la Guerra Civil Española, es verdad, pero era un cacharro. Sólo hay que leer los informes que los carristas soviéticos enviaban a Moscú. Estaba mal ventilado. Los periscopios y las mirillas estaban mal diseñados y cuando llovían las balas y se cerraban las portillas blindadas, el carro iba casi a ciegas. El motor estaba mal protegido y bastaba con arrojar una botella de gasolina sobre la rejilla del capó para que prendiera y se incendiara. La radio se desajustaba sobre terreno bacheado y se convertía en un trasto inútil a poco de poner el motor en marcha, por las vibraciones. El blindaje no era suficiente. Y la mecánica... Ay, la mecánica.

Soldados rusos intentando arrancar un T-26. ¡No hay manera!
Es un modelo de 1933, provisto con dos pequeñas torretas con ametralladoras.
Los T-26 que se enviaron a España tenían una sola torreta, artillada.

En un mundo perfecto, el T-26 tenía que pasar por los talleres para una revisión a fondo después de 150 horas de funcionamiento. A las 600 horas, la revisión exigía que fuera enviado a una fábrica, donde se le cambiarían muchas piezas y se revisaría de punta a rabo. Las cadenas y el tren de rodaje quedaban hechos polvo a los mil kilómetros; tenía que cambiarse el cambio de marchas y el diferencial, reajustar las ballestas, ¡volver a alinear el motor! Pero en verdad era todo mucho peor, porque la calidad de la construcción era pésima. Los planes quinquenales de Stalin habían primado la cantidad por encima de la calidad y el resultado daba pena verlo.

T-26 abandonados y capturados por el ejército sublevado. 
Algunos, en un estado mecánico lamentable.

Los asesores soviéticos escribían informes a casa donde lamentaban estos fallos mecánicos. Mantener en marcha un T-26 era casi un milagro después de una semana en el frente. Pero acto seguido, relataban con asombro la capacidad de los mecánicos republicanos para conseguir que esos cacharros continuaran funcionando. En diciembre de 1936, la mayoría de los T-26 del frente de Madrid ya llevaban más de 800 horas de marcha. ¡800 horas! ¡Qué milagro conseguía que todavía funcionara alguno! Como no podían llegar por su propio pie al frente (se habrían quedado la mitad por el camino), los llevaban hasta ahí en camiones. Luchaban, se averiaban (no era para menos), los volvían a subir a los camiones, se los llevaban a la retaguardia y ya corrían los mecánicos a ponerlos en orden de funcionamiento para el día siguiente.

Un T-26 atrapado en una trinchera, en los alrededores de Teruel.
Con las portillas cerradas, se conducía casi a ciegas.

La admiración por los mecánicos republicanos fue en aumento. En el frente de Teruel, entre diciembre de 1937 y febrero de 1938, lucharon 104 T-26. Hagan cuentas. Se registraron 586 reparaciones de importancia en 65 días. De media, cada uno de esos carros pasó por el taller una vez cada once días. En su mayor parte, se reparaban roturas de las cadenas o averías en el motor. Pero hubo 63 carros que pasaron por reparaciones de gran envergadura: 58 cambios de motor, seis de transmisión, 15 de cambios de marcha, 22 cambios de diferencial... Los carristas soviéticos seguían considerando imposible que los T-26 republicanos pudieran seguir funcionando. Pero ¡ahí estaban! Dando guerra.

La gran retirada. Un T-26 republicano en el exilio, adentrándose en Francia.
Que a estas alturas todavía pudiera llegar a Francia dice mucho a favor de los mecánicos republicanos.

El Desfile de la Victoria por la Diagonal de Barcelona, en 1939. 
En esta época, los T-26 capturados se habían reparado y sumado a las tropas franquistas.
El T-26 continuó en servicio en España hasta los años cincuenta.

(Otro tanto podría decirse de los mecánicos franquistas, que habían capturado una docena de T-26 y los mantenían en marcha por encima de todo pronóstico. Éstos, además, sin más piezas de repuesto que las que salían de los carros de combate abandonados por el enemigo.)

¿Qué aprendieron los soviéticos de los mecánicos republicanos? Poco, a decir verdad. A modo de ejemplo, cuando los rusos invadieron una parte de Polonia, en 1939 (mientras Hitler invadía el resto), perdieron quince T-26 en acciones bélicas y 302 por averías graves. Uno de cada cinco carros soviéticos quedó severamente inutilizado por avería en poco más de una semana de marcha por carretera, en algo más parecido a un desfile que a unas maniobras. 

En Finlandia, las averías diezmaron a los T-26 soviéticos.
Éste es un último modelo, de 1939.

Poco después, en la guerra contra Finlandia, uno de cada tres T-26 se perdió por culpa de una avería severa. En los primeros dos meses de combate, 570 de un total de 1.570 carros fueron baja por problemas mecánicos severos. Cuando se firmó el armisticio, ya sumaban 1.275 pérdidas por avería. Por cada carro que los finlandeses pusieron fuera de combate, los mecánicos soviéticos perdían otro por avería grave.

Un T-26 equipado con la radio de comandante de batallón. La antena es esa especie de barandilla alrededor de la torreta. Es un modelo de 1934 o 1936. El T-26 que aparece al fondo en un modelo de 1939. En 1941, la Unión Soviética disponía de 10.000 T-26 en su arsenal.

En 1941, la Unión Soviética tenía unos 10.000 T-26 en su arsenal, que no son pocos. Pero sólo uno de cada diez se consideraba en perfecto estado de funcionamiento. Y éstos, los que se suponía que iban bien, ya sumaban 100 horas en marcha de media (recuerden que a las 150 horas se precisaba un mantenimiento de importancia en el taller de reparaciones). Un tercio de los carros necesitaba reparaciones menores (pero urgentes) en el motor o las cadenas. Una décima parte estaba, literalmente, para chatarra. 

Un T-26 modelo 1939 defendiendo Moscú.
Sólo uno de los tres carros de la fotografía llegaría a disparar contra los alemanes.
Los otros dos, quedarían por el camino, averiados, y uno se perdería para siempre.

En julio de 1941, los alemanes invadieron la Unión Soviética con poco más de 3.000 carros de combate. El ejército soviético se llevó la peor parte. En noviembre de 1941, menos de la mitad de los tanques soviéticos que habían sobrevivido a cuatro meses de lucha podían ponerse en marcha, y sólo había sobrevivido uno de cada tres. En algunos frentes, sólo uno de cada seis. 

Los alemanes capturaron miles de T-26. En su mayor parte, averiados o sin combustible, abandonados por su tripulación. No se lo pensaron dos veces y los destinaron directamente a chatarra.