Aquí tenemos las fotografías publicadas en prensa del encuentro entre don Mariano Rajoy, presidente del Gobierno de España, y don Artur Mas, presidente de la Generalidad de Cataluña. Don Artur Mas visitaba el Palacio de la Moncloa y don Mariano Rajoy salía a recibirle a la puerta, tendiéndole la mano.
La primera foto corresponde al encuentro que mantuvieron ambos personajes el pasado mes de febrero. La segunda, al que mantuvieron este septiembre, hace unos días. En la primera fotografía, don Artur parece contento y efusivo, y don Mariano responde al saludo con agradecimiento. Don Mariano baja unos escalones para recibir a don Artur y éste se adelanta para responder al saludo. Son dos amigos encantados de verse después de una larga separación. En la segunda fotografía, en cambio, es don Mariano el que lleva la iniciativa en el gesto, que quiere parecer cordial, mientras don Artur da la mano con poco disimulado fastidio. Don Mariano no ha bajado a recibirlo y don Artur da la mano por compromiso, después de haber superado media docena de escalones cuesta arriba.
Vengan ahora dos fotografías más. Después de darse la mano, ambos personajes se dejan retratar en lo alto de la escalera, antes de entrar en el palacio para hablar de sus cosas. En la primera fotografía, don Artur hace bromas con la prensa y don Mariano le ríe las gracias; en la segunda, don Mariano hace los cumplidos pero don Artur pone cara de pasar un mal trago o sufrir de acidez de estómago.
Queda claro, pues, que don Artur ha cambiado en unos meses algo más que el color del traje o el nudo de la corbata; don Mariano, aunque algo menos aplicado en el segundo encuentro, parece el mismo. Buscar las diferencias entre ambos encuentros será un trabajo arduo y difícil, con tanto ruido de fondo.
En la gestión de la res publica, nada ha cambiado sustancialmente. Uno y otro no han variado su política, siguen haciendo lo mismo. Exactamente lo mismo uno y otro, exactamente lo mismo antes y después.
Durante meses, antes de las fotografías e incluso después, Convergència i Unió (CiU) es aliada del Gobierno de España en el Congreso de los Diputados y el Senado. Las leyes que afectan a la reforma laboral, a la privatización de empresas públicas, a las reducciones de las prestaciones por desempleo, al (re)pago por receta, etc., han sido todas aprobadas con el beneplácito y la aquiescencia de CiU, que en todos estos casos presentó mociones para que fueran todavía más drásticas. En las cámaras de representantes españolas hay, pues, acuerdo en todo.
En la cámara catalana, el (mal) gobierno de don Artur ha durado dos años gracias al apoyo parlamentario del Partido Popular, PP, el partido de don Mariano. En todo este tiempo, el gobierno que preside don Artur ha ido más allá que el Gobierno de España en su política de recortes económicos, políticos y sociales. Los catalanes sufren en sus propias carnes un proceso de desmantelamiento de la sanidad pública, un claro empeoramiento de la educación pública, un deterioro evidente de los servicios sociales, un (re)pago sanitario añadido al español, un varapalo a los empleados públicos que supera los recortes del empleo público del Estado... superior al que sufren los demás españoles, una política agresiva que se ha decidido en Barcelona, no en Madrid.
Por eso puede afirmarse sin rubor que la gestión de lo público del Gobierno de la Generalidad de Cataluña se sitúa, en la práctica, más a la derecha, mucho más a la derecha, que la del gobierno del Partido Popular en España, que ya es decir, aunque tiene que añadirse, inmediatamente, que en todas estas medidas ha contado con el apoyo incondicional del PP. Es como si en Cataluña mandara el Tea Party apoyado por Angela Merkel. En España, lo mismo pero al revés.
Si ambos dirigentes están encantados de conocerse, gestionan lo público de manera similar, se apoyan mutuamente durante años... ¿qué ha cambiado?
Que lo diga Kipper Williams, humorista de la sección de Economía de The Guardian, que el 24 de julio de 2012 publicó este chiste, que no tiene ninguna gracia.
¿Cataluña está acabada? Es el parecer de Europa, una vez se descubre que la deuda del Gobierno de la Generalidad de Cataluña sube a 43.000 millones de euros. Alguno citará el déficit fiscal, pero, en ese caso, la deuda correspondería a inversiones, no a gastos corrientes. El caso es más grave si se atiende a dos cifras. Una: entre el 80 y el 90% de los gastos públicos por habitante en Cataluña son responsabilidad de los ayuntamientos catalanes o de la Generalidad de Cataluña; dos: el gasto público por habitante en Cataluña está alrededor de la media española y así ha sido los últimos doce años; en otras palabras, la gestión de los mismos ingresos genera una deuda que supera la de cualquier otra Comunidad Autónoma, lo que implica una magnífica gestión, ¿verdad?
Peor todavía. La gestión de la tesorería en la Generalidad de Cataluña es ineficiente. Cataluña entra en suspensión de pagos no declarada y solicita un rescate económico al Gobierno de España para llegar a final de mes. Serán cinco mil millones de euros ahora, destinados casi en exclusiva a pagar los intereses de la deuda de la Generalidad de Cataluña. Serán algo más el año que viene, si esto sigue así.
Dos terceras partes de esta deuda corresponden a los cuatro últimos años, don Artur mediante. Los grandes perjudicados son los centros concertados que ofrecen servicios sociales a los ciudadanos menos favorecidos: asilos, residencias, hospitales... Se quedan sin cobrar un día sí y otro, también. Los catalanes con más dinero, en cambio, pagan menos impuestos (se les suprime el impuesto de sucesiones, por ejemplo) y encima cobran los escandalosos intereses de los bonos patrióticos con nuestro dinero. Eso sí, los bonos catalanes se equiparan al bono-basura en los mercados internacionales.
Otra diferencia notable entre la primera y la segunda fotografía es que los escándalos de corrupción en Cataluña comienzan a espantar por su volumen (muchos millones de euros) como por la cantidad y calidad de las personas implicadas. En la sanidad pública, el escándalo es doble; en primer lugar, porque unos pocos se enriquecen a costa de la salud de los catalanes; en segundo lugar, porque la corrupción se extiende por todas partes.
Por sólo citar un ejemplo de esta vergüenza nacional, justo cuando el señor Williams publica ese chiste tan desgraciado, Oriol Pujol es considerado por el juez que instruye el caso de las ITV pieza imprescindible de una trama de corrupción que utilizó el Departamento de Empresa y Ocupación para provecho propio y pretendía (atención) hacerse con el negocio (inventado) de revisión de la eficiencia energética en los hogares catalanes. Cada familia catalana pagaría 50 euros a estos empresarios para que le dijeran si gastaba poca o mucha electricidad. Estos 50 euros se deducirían de los impuestos... Según las grabaciones que se han publicado, procedentes de la instrucción del caso, la directora del Instituto Catalán de Energía prometió facilitar el trabajo a estos empresarios, mientras comenzaba los trámites para despedir a más de un tercio de sus trabajadores.
En suma, nada ha cambiado en esencia entre la primera y la segunda reunión. Todo sigue igual. Sólo que igual, en Cataluña, es mucho peor.
Como ya se veía que el Gobierno de los Mejores pasaría a la historia como el peor gobierno de la democracia (lo que tiene mérito, considerando algún que otro gobierno tripartito), don Artur ha abierto la caja de los truenos, para disimular, para huir hacia delante, y de ahí su mala cara.
En una Europa que tiende a un sistema fiscal unificado, Cataluña se manifiesta a favor de una singularidad; en una Europa que considera que los nacionalismos son de extrema derecha o cuanto menos, populistas, Cataluña saca las banderas; el pueblo sale a la calle para apoyar al gobierno que en los últimos treinta años ha hecho más daño a los catalanes. Ya nadie habla de corrupción, de mala gestión, de deuda... Se han desatado todos los demonios y ya no valen razones. Los argumentos han desaparecido del debate y mucha gente se abstiene de opinar en público. Mal asunto.
Sólo resta preguntar qué diferencias podrían haberse detectado entre ambas reuniones si durante meses, con el apoyo económico y la colaboración de los medios públicos de la Generalidad de Cataluña, que han debido sumar muchos millones, si durante meses, digo, en vez de sacar la bandera con fines partidistas no se hubiera protestado con igual énfasis y convicción contra la destrucción del Estado del Bienestar y contra la tan tremenda mediocridad, inoperancia y corrupción del Gobierno de los Mejores que preside don Artur.
Entonces, ¿habría respondido eso que llaman el pueblo con igual furor y convicción a favor de preservar los derechos sociales, la sanidad o la educación públicas como respondió al grito de independencia que avivó un partido de extrema derecha que ha fracasado en su gestión? ¿Quién sale más beneficiado con tanto ruido? Ahí tendríamos que mirar.