Una incursión por Girona (Gerona) me bastó para certificar lo que me habían dicho: la moda de los candados moccianos ha llegado hasta nosotros. Se dan las primeras manifestaciones de la epidemia, pero todavía no se ha agudizado o cronificado en esa ciudad (en otras, sí).
¿Qué es un candado mocciano? Federico Moccia (1963), un antiguo guionista y director de televisión italiano, se atrevió con la novela y le ha ido bien. Es decir, no es que sus novelas sean una maravilla, precisamente, pero los derechos de autor le dan para ir a desayunar en Ferrari. Pues va el tipo y escribe Ho voglia di te (traducido como Tengo ganas de ti) en 2006. Dos de los protagonistas se quieren y va uno de ellos y cierra un candado alrededor de la barandilla de un puente (el ponte Milvio, Roma) y echa la llave al río (el Tíber). Luego le suelta la cursilada a la novia: Así, no nos separaremos nunca. Qué bonito.
El que echa mano del candado es el varón, y la mujer se lo mira. En el fondo, el macho ha establecido una relación de propiedad: eres mía, para siempre. La refrenda, además, con la violencia del cierre metálico. Es más que curioso, es la norma, que la cultura popular sea muy conservadora y poco dada a novedades.
El primer candado mocciano fue novelesco, pero los adolescentes abrazaron la idea y pronto se vieron candados de verdad donde dijo Moccia y al año de publicada la novela, una farola del ponte Milvio se vino abajo por el peso de tanto hierro (y eso que era una farola...). Poco a poco, iban apareciendo candados moccianos en los puentes europeos. Se complicó el asunto, llegando a la categoría de vandalismo (en París) o de demencia (en Roma).
Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre, es una opción; o te querré yo para siempre jamás; o eres mi media naranja (Aristófanes, citado por Platón); también está aquello ni contigo ni sin ti... Pero aquí te tengo yo sujeta con el candado... No sé yo.
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