Allá donde ha estado el hombre, hay un japonés tomando fotos. La resistencia del pueblo nipón es admirable, son incapaces de rendirse ante nada que no sea... una bistecca alla fiorentina. Lo digo no porque me lo hayan contado, sino porque lo he visto. A mitad del yantar, dos japoneses que compartían una bistecca soltaron los cubiertos y exclamaron que ya no podían con su alma. Eso dice mucho della bistecca alla fiorentina, y de la comida japonesa.
Este famoso bistec tiene su origen en la vaca, llamada buey por los carniceros. Si acude a la macelleria (carnicería) y pide carne para delle bistecche, el macellaio (carnicero) le servirá la mitad de la vaca, cortada en tajos gruesos como tres o cuatro dedos (si finos) o más (a discreción). Lo que sigue es cocinar y comer.
La bistecca alla fiorentina no tiene trampa: se toma una parte de la vaca, se corta en lonchas gruesas, se pone a la parrilla, bien caliente... Si la sirven como Dios manda, recién, recién hecha, está cocida por fuera y conserva los jugos por dentro, y sale tierna como un angelito. Se sirve tal cual, con unas gotitas de aceite puro de oliva virgen por encima (italiano, naturalmente). Ya puede usted hincarle el diente.
Hay quien sostiene que la bistecca alla fiorentina tiene su origen en la figura de San Lorenzo, mártir, que murió asado a la parrilla por cristiano. Para celebrar su onomástica, cuentan, echaban a la parrilla lo mejor que tenían a mano y de ahí el plato. No sé yo si será verdad.
Este plato tan exquisito como excesivo es la trampa en la que caen muchos turistas. Atraídos por la fama del asunto, piden una bistecca, sin saber en qué lío se meten.
--Scusi, signore --llama la atención el turista, muy educado.
--Prego.
--Vorrei una bistecca alla fiorentina.
--Va bene un chilo di bistecca? --pregunta el camarero, dándolo por sentado.
--Come un chilo...!? Forse meno --responde el turista, asustado.
--Beh, meno... Quanto meno? --el camarero parece indignado.
El turista duda y el camarero bufa y se retira. ¡Otro turista...! Le traerá la bistecca que le parezca bien, y será grande. El turista tendrá que acabársela o acabará respondiendo ante el cocinero.
Algunos turistas hacen trampa. Una parejita de enamorados, por ejemplo, pedirá una bistecca para compartir. ¡Para compartir...! Como están acaramelados mirándose entre sí, no habrán visto la cara del camarero camino de la cocina. Beh, turisti... A mitad de la bistecca, los tortolitos ya parecen capones en espera de la Navidad y el camarero sonríe complacido.
El truco está en comer despacito: sin prisas, pero sin pausas. El plato es delicioso, pero puede producir insomnio, flatulencias, gases, pesadez de estómago, modorra, morriña... En casos extremos, el éxtasis cárnico se expresa mediante suspiros, lágrimas, ayes y eructos y una vez el comilón concilia el sueño, verá cómo se le aparecen los ángeles del Señor sosteniendo la parrilla y la palma del martirio, mientras una voz potente reza: Maxima gloria bistecca fiorentinae mangiare est!
Amén... y buon appetito!
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