Del prado al Prado



He pasado unos días en la sierra de Gredos, gracias a la amabilidad de un buen amigo mío. No han sido días ociosos, porque hemos empleado el tiempo en acarrear cosas de un sitio al otro, montar cabañas en el bosque para los niños, limpiar piscinas, combatir plagas que se comen los frutales y cosas por el estilo, sin olvidar el sano ejercicio de echarse al monte y después de un buen rato descubrirse en medio de ninguna parte, o en el centro del mundo. 


Han sido días magníficos. Recién amanecido, con el zumbido de las abejas libando en las jaras, el susurro de las encinas, el crujido de la hojarasca a tus pies, el píar de pájaros y la espantada de las lagartijas que te ven venir, uno, como decía, se echa al monte y se descubre en el centro del mundo. En esa condición de abandono no hay tiempo para reflexiones filosóficas, no. Es tanto lo que ver, oír, oler, tocar, que no hay más. Luego ya vendrán las preguntas. En esos momentos, uno vive en mitad de las respuestas.  


Ornitólogo aficionado, mi amigo me ha ayudado a distinguir golondrinas de aviones y me ha descubierto la belleza del canto nocturno del jilguero. Yo me he esforzado por no quedarme atrás y he avistado toda clase de pájaros, que van de las grandes rapaces, águilas, aguiluchos, milanos y demás, a los buitres carroñeros, que son todo un espectáculo cuando vuelan buscando qué llevarse a la boca (al pico, quiero decir). No olvidemos las cigüeñas, los cuervos, urracas, rabilargos, lavanderas, tórtolas, gorriones, chochines, cucos, abubillas, perdices y pájaros en general, que son tantos que no me los sé. Añado otros avistamientos: ardillas, rapaces, jabalíes, corzos... En fin, un zoológico. Para la carne de ciudad como un servidor de ustedes, tanta abundancia de bichos es inaudita.

Dejé el campo y me planté en Madrid, capital del reino. Conocí los famosos atascos de los accesos a la ciudad, y los que sufre dentro de sí, pero volví a disfrutar de la hospitalidad de los madrileños. Puestos a perder toda una mañana y parte de la tarde, hasta que llegara la hora de regresar a provincias, opté por acudir al Museo del Prado. De los prados al Prado, para dar por bueno un fantástico fin de semana.


No tengo ni que decirles que el Prado es una de las mejores pinacotecas del mundo. Puede competir a pie de igualdad con cualquiera de ellas. Es simplemente impresionante. Seis horas dentro y creo que no lo vi todo; si lo vi, tuve que verlo muy deprisa. Pero me tomé su tiempo ante grandes obras maestras, que cada uno tiene sus favoritas, va por gustos y no pienso discutirles si tal es mejor que cual. Personalmente, me hace sonreír y me fascina La familia de Carlos IV de Goya, o algunos retratos de Velázquez, no precisamente los más conocidos. También, Durero. Se exponían las siete tablas recién restauradas de Rubens, El triunfo de la Eucaristía, que son una maravilla. 


Lo que aplaudí a rabiar y me maravilló de veras fue la obra de Moneo, el arquitecto, en los Jerónimos. Su ampliación del Museo del Prado y en especial su claustro merecen, sin reserva ninguna, la visita y el aplauso. ¡Bravo!


De vuelta a Barcelona, me he descubierto más fresco y más alegre. En mis ratos libres, he leído a Balzac, a Salter, a Ginzburg y he corregido un manuscrito. El viaje de vuelta a las provincias, en AVE, me ha recordado que durante mi ausencia nada ha cambiado, lo que dice mucho de lo poco importante que soy y del insoportable tedio de la mediocridad que nos envuelve. 

Eugénie Grandet



La colección Grandes Clásicos de Mondadori ha publicado, traducida por Joan Rimbau, Eugénie Grandet, de Honoré de Balzac. ¡Qué gran idea reposar en la lectura y refugiarse entre las páginas de un clásico!

¿Qué puedo decir yo de Balzac, si ya se ha dicho todo? Pues, nada. El tipo escribió Eugénie Grandet y tan contento. Los entendidos dicen que es una de sus mejores novelas y no seré yo quien diga que sí o que no. Lo que sí que diré es que leyéndola he disfrutado como un enano y he vuelto a las raíces de mi afición a los buenos libros. Porque esta novela, no sé las demás, pertenece al club de los buenos libros, quién va a dudarlo.

La joven Eugénie tiene la desgracia de ser hija única de un tacaño y riquísimo señor Grandet, que siente una afición por el oro que supera cualquier otra. Hombre de negocios y terrateniente, saca dineros de debajo de las piedras, que acumula cicateramente mientras raciona las comodidades de su hogar. Digo que raciona porque ahí no se gasta más de lo imprescindible; se come frugalmente, se viste uno discretamente, ilumina su casa con pocas luces y vigila con celo la despensa. 

La joven Eugénie también es bella, razonablemente bella, e inocente, y como es de suponer, muy codiciada por las familias del lugar. Si la hija de Grandet se casa con uno de los nuestros... Grandet se deja querer y se aprovecha de la situación, mientras Eugénie vive apartada del mundo. 

Cuando la chiquilla cumple veintitrés añitos sin haber conocido el amor, ay, aparece en casa del señor Grandet su primo, recién llegado de París, un petimetre elegante, a la moda, cínico e ingenioso, amante de la molicie, la lujuria, las comodidades y el lujo, y como no podía ser de otra manera, Eugénie se enamora de él. Chist, cuidado, hay que preguntarse qué hace el primo Grandet, por qué ya no está en París. Sólo el señor Grandet, padre, sabe por qué... y hasta aquí puedo leer.

¿Mi consejo? ¡Léanla! Caramba ¿a qué están esperando? Léanla.

Otro poco más (y acabo) sobre una (burda) manipulación histórica


Al final, buscando se encuentra. El grabado que ha empleado el Centro Cultural Blanquerna de la Generalidad de Cataluña para ilustrar la exposición 1714. Memoria gráfica de una guerra procede del libro Barcelona 1714. Els gravats de la Guerra de Successió, del director del Museu d'Història de Catalunya (Museo de Historia de Cataluña), Agustí Alcoberro. Se presentó el octubre pasado, en un acto en la Zona Cero del Born. Cuesta 39 euros y es un libro de regalo.

(También venden un calendario de 2014 con los mejores grabados del libro, por unos 10 euros.)

Este libro (cito y traduzco) se ha publicado con motivo del Tricentenario BCN [Barcelona]. El volumen recoge ilustraciones de diversa índole firmadas por los mejores artistas de la Europa de la época, así como grabado que reproducen con fidelidad [sic] un momento crucial en la historia de Cataluña

Se publica con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona (véase aquí) y es, la verdad, un libro muy interesante. Lo digo en serio. De los que vale la pena ver. De hecho, lo recomiendo.

Lástima por este grabado, que ha sido escogido como anuncio del libro en muchas partes, y reproducido por doquier. 

Aunque (dicen) que procede de los archivos históricos de la ciudad, lo cierto es que su coloración es, como muy temprano, del siglo XIX. Ya hemos visto que la versión original era en blanco y negro, fechada alrededor de 1750. La versión coloreada con las banderas holandesas (una coloración correcta) es más moderna y cualquier historiador medianamente atento habría sabido que una coloración con banderas españolas rojigualdas es, en el mejor de los casos, del siglo XIX. 

Si la coloración es del siglo XIX, fue muy torpe la elección de la versión coloreada tanto por el señor Alcoberro para su libro como por los organizadores de la exposición, especialmente si, como es el caso, no se indica que la coloración (y el paisaje original) no es contemporánea a la Guerra de Sucesión. Más torpe todavía si, como hemos visto, existen otras versiones coloreadas con la bandera holandesa. Muy fáciles de encontrar en libros y en internet, por cierto.

Si esta elección la hubiera hecho un tipo de Presidencia sin conocimientos de historia (como ahora, por ejemplo, el inefable señor Homs), tendríamos que acusarlo de torpeza más que de manipulación. De estulticia, si me apuran. Ya saben cómo son esta gente.

Pero si esta elección la ha hecho un historiador que dirige el Museo de Historia de Cataluña (de la Generalidad de Cataluña) y el comisario de una exposición histórica de un Centro Cultural (de la Generalidad de Cataluña), no puede argumentarse ignorancia y hay que presumir maldad... o una evidente falta de preparación para el cargo.

Más en:

Más sobre una (burda) manipulación histórica


Hace unos días, publiqué una entrada en El cuaderno de Luis que ha tenido mucho éxito. Han sido muchos los visitantes y ahora los periódicos corren con la noticia. ¿Qué noticia? Que alguien coloreó un grabado francés de la primera mitad del siglo XVIII para que unos buques de guerra holandeses pasaran por españoles. El grabado así coloreado pasó a ilustrar una exposición (pagada con dinero público) del Centro Cultural Blanquerna en Madrid, que es de la Generalidad de Cataluña.

Era una (burda) manipulación histórica, como ya dije y demostré en:

Recuerden la imagen. La superior, publicada en Wikipedia, procedente de un libro de Josep L. Roig publicado en 1995, su Historia de Barcelona. La inferior, publicada por la Generalidad de Cataluña y empleada en la exposición, en Madrid.


La casualidad y el azar me han llevado a descubrir el grabado original, que será el siguiente:


Como ven, el grabado original es en blanco y negro. Algunos ejemplares se coloreaban posteriormente al grabado, pero la coloración de las banderas encarnadas y amarillas no es del siglo XVIII, sino del siglo XXI, y bastante patán. En el grabado en blanco y negro se aprecia la intención del autor del grabado: son banderas tricolores, no bicolores.

El grabado tiene su historia, y se remonta a 1692. Crepy, un impresor de París, publicó entonces la primera versión de este grabado, de P.A. Aveline. Parece (de eso no estoy del todo seguro) que las planchas o uno de los grabados impresos (tampoco puedo jurar si fue una cosa o la otra) fueron a parar a la colección de Gérard Audran. A su muerte, su viuda vendió parte de la colección de su marido. Quien había sido discípulo y aprendiz de Audran, Jacques Chéreau, compró parte de esa colección en 1729. 

Jacques Chéreau había nacido en 1688 y no sabemos que hubiera estado en Barcelona, pero imprimió este grabado antes de 1750. Sabemos que se basó en el grabado de Aveline, pero modificó varias cosas. Por ejemplo, añadió la Ciudadela (sin haberla visto en persona) y añadió la trifulca de los buques holandeses en 1706 (o quizá en 1704). Holandeses, que no españoles.

Jacques Chéreau murió en 1776, diez años antes de que naciera la bandera rojigualda como insignia de la Marina de Guerra Española. Quien fuera que pintó la bandera de rojo y amarillo se cubrió de gloria. Además ¡en una exposición que pasaba por histórica!

El grabado original mide 34 por 51,5 cm. Es un grabado raro, a decir de los coleccionistas, y si usted tuviera uno podría venderlo por unos 5.000 euros.

Compárese con este otro grabado, de 1700, de Nicolas de Fer, otro grabador parisino. Mide más o menos lo que un DIN A-4 y su valor en el mercado es de unos 300 euros, al ser más común.


Barcelona es prácticamente idéntica, pero en este grabado, contemporáneo a la Guerra de Sucesión, todavía no se había construido la Ciudadela. El grabado original de Aveline sería muy semejante a éste. 

La operación Corncob


El desembarco en la playa Omaha, el 6 de junio de 1944.

El desembarco de Normandía es una de las batallas más famosas de la Segunda Guerra Mundial, pero algunos de sus detalles son todavía poco conocidos por el gran público. Por ejemplo, lo que sucedió en el mar. 

Los enemigos. Una lancha S (S-Boote) en el amarradero.

Entre el 6 de junio (día del desembarco) y el 6 de julio, se fueron a pique 267 buques y lanchas de desembarco. El mal tiempo se llevó por delante a 153 buques y averió severamente a 437 más; las minas dispuestas en la playa y en las aguas del Canal de la Mancha por los alemanes hundieron a once buques y averiaron a 281; seis se perdieron por abordajes, embarrancamientos o accidentes similares; 25 buques de guerra y 83 buques o lanchas de transporte se hundieron por culpa de los cañones de las baterías de costa o los torpedos de las lanchas rápidas alemanas. En total, 917 buques de un total aproximado de 7.000 se perdieron o quedaron fuera de combate en un mes. A decir de los militares, las pérdidas fueron razonables, aceptables o asumibles. Sin embargo, uno imagina las terribles escenas de una batalla o un naufragio y le cuesta digerir el precio de la victoria.

Hay que contar en un aparte a los 59 buques de la operación Corncob, todos hundidos. Eran mercantes; el más pequeño, de 3.100 toneladas; el mayor, de 7.200; la mayoría entre las 4.000 y las 6.000 toneladas. Pero también había cuatro buques de guerra: el acorazado británico HMS Centurion (25.500 toneladas), el acorazado francés FFS Courbet (22.189 toneladas), el crucero ligero británico HMS Durban y un crucero ligero británico que había sido holandés, el HMS Sumatra. Todos estos buques formarían cinco Gooseberries, un nombre en clave.

Uno de los Gooseberries de Normandía.

¿Qué era un Gooseberry? Algo así como un dique o rompeolas improvisado. Se llevaba a un barco hasta una posición determinada. Se ponían cargas explosivas en su línea de flotación. La tripulación abandonaba el barco y ¡pum! se hundía éste. Puestos en fila, estos barcos hundidos formaron eficacísimos rompeolas en las playas de Normandía. Las lanchas de desembarco y los buques de transporte podían acercarse ahora a las playas y descargar víveres, suministros y refuerzos sin tener que preocuparse por el estado del mar. Algo tan simple y a la vez tan efectivo.

Uno de los puertos artificiales (Mulberry) en Normandía.
Se pueden adivinar fácilmente un
Gooseberry en esta imagen.

Se trataba, naturalmente, de viejos mercantes, cacharros que habían superado en muchos años su vida útil, bañeras oxidadas que a duras penas navegaban. Alguno había sido averiado en la batalla del Atlántico y necesitaba pasarse meses en el astillero; flotaba de milagro, reparado deprisa y corriendo, improvisadamente. Esos barcos llevaban meses esperando en los puertos de Escocia. Sus tripulaciones recibieron la orden de partir hacia el sur a mediados de mayo. No sabían que partían hacia el frente.

Los buques de la operación Corncob fueron los primeros buques en zarpar hacia la batalla de Normandía, un gran honor. Venían de lejos e iban despacito. Moverlos llevó su tiempo y suerte que no se perdió ni uno por el camino. ¡Toda una hazaña! 

Las tripulaciones creían de buena fe que sólo cambiaban un amarre por otro, más al sur y cuál no sería su sorpresa al verse en medio de la mayor flota jamás reunida, la flota de la invasión. Renqueando, vieron pasar a babor y estribor a miles de buques de toda clase y condición, que navegaban más deprisa, en convoyes. Los marinos de la operación Corncob supieron que estaban haciendo historia, pero ¿cómo? Las órdenes del capitán no decían nada sobre eso. Preséntese usted aquí y espere órdenes, nada más.

Los primeros buques de la operación Corncob llegaron a las playas de Normandía el día siguiente al desembarco. Ya he dicho que iban despacito. El primero de los buques de la operación Corncob llegó a su destino a mediodía del 7 de junio, a las doce y media. Así fueron llegando uno tras otro, durante cuatro días. Tan pronto llegaban a la vista de las playas, echaban el ancla en un lugar señalado y recibían la visita de un práctico y unos dinamiteros. 

Entonces, unos remolcadores llevaban al buque hasta una determinada posición, muy concreta, abrían los grifos del fondo, encendían la mecha de la dinamita y todos abandonaban el barco. Un sordo estampido y la niña de sus ojos, el viejo y oxidado mercante, se hundía hasta el fondo para formar parte de un rompeolas. Sobresalía la superestructura: las chimeneas, el puente de mando, a veces un poco más, pero la quilla reposaba sobre el fondo, irremediablemente. El capitán y los marinos, todavía desconcertados, eran devueltos a casa por la Real Marina Británica con una nota de agradecimiento. 

La idea de un rompeolas artificial es simple y efectiva.

El desconcierto de los marinos mercantes fue mayúsculo, pero el de los alemanes, mayor. No comprendían lo que estaba sucediendo y creyeron que los mercantes de la operación Corncob eran víctimas de sus campos de minas. Por eso, les extrañaba la insistencia aliada en enviar a un mercante tras otro hacia un campo minado. Sabemos que no era así, pero los alemanes no lo sabían y no cayeron en cuenta de lo que eran esos arrecifes artificiales.

En pocas palabras, los alemanes aplaudían cada hundimiento. Estaban convencidos de haber enviado al fondo del mar a un buque enemigo. El Alto Mando se felicitaba por el éxito de sus campos de minas, cuando tendría que comenzar a preocuparse por la mejora de la capacidad logística aliada.

El único buque de la operación Corncob que no pudo llegar hasta la playa por sus propios medios fue el acorazado francés Courbet. Un pedazo de chatarra impresionante, veterano de mil batallas, pero incapaz de levantar la presión del vapor. ¡Qué triste final para un buque tan magnífico! Lo remolcaron gran parte del viaje. La tripulación, apenas un retén, se lamentaba por lo que había sido y ya no era.

El FFS Courbet en los buenos tiempos, cuando navegaba solo y sin ayuda.

El FFS Courbet había sido botado en septiembre de 1911 y puesto en servicio en noviembre de 1913. Como ya he dicho, desplazaba más de 22.000 toneladas, medía 168 metros de punta a rabo, llevaba doce piezas de 305 mm de calibre y dos docenas de 138 mm, torpedos, etc. En la Gran Guerra, despachó a un crucero acorazado austríaco en el Adriático, pero la amenaza submarina hizo que se refugiara en puerto a partir de 1916. En julio de 1940, tan pronto se rindió Francia a los alemanes, el Courbet, amarrado entonces en Portsmouth, fue capturado por soldados ingleses y una semana más tarde transferido a las Fuerzas de la Francia Libre del general de Gaulle. Pero el pobre acorazado ya no servía para nada y en abril de 1941 fue desarmado y retirado del servicio, después de servir como buque-almacén y plataforma antiaérea. 

Hasta que, en junio de 1944, partió para su última misión. Dos remolcadores de salvamento, el HMRT Growler y el HMRT Samsonia lo sacaron de los muelles de Weymouth el 7 de junio. El viejo acorazado no tenía ni motores ni calderas, que habían sido desguazadas. En su lugar, había bloques de hormigón. Así reposaría mejor sobre el fondo.

El 9 de junio, los observadores alemanes vieron aparecer a un enorme acorazado a poca distancia de la playa que ahora conocemos como Sword. Lo vieron maniobrar, lentamente, ayudado por unos remolcadores. Los alemanes temían las piezas de artillería pesada de los acorazados y sabían que una batería de piezas de doce pulgadas como ésa podía hacerles mucho daño. Además, cuando llueven granadas de 400 kg, poco importa que las dispare un acorazado moderno o uno entrado en años. Eso no es más que una disquisición académica.

Ay, ay, la que nos viene encima, se decían. Justo entonces, cuando se les había caído el alma a los pies y ya temían lo peor, vieron elevarse una columna de agua, fuego y humo. El acorazado había chocado contra una mina y ¡se estaba hundiendo!

Una lancha rápida alemana echando minas magnéticas en el Canal de la Mancha.

Ya sabemos que no, que no fue una mina, que el FFS Courbet fue echado a pique para hacer de rompeolas, pero ¡cualquiera les dice la verdad a los alemanes! Era cosa de verlos, tan contentos. La noticia del hundimiento de un acorazado enemigo corrió por todo el frente.

No nos despidamos sin hacer los honores al FFS Courbet. Resistió los embates de la Gran Tormenta e hizo de rompeolas mucho más eficazmente de lo que habían previsto los aliados. Gracias a su pérdida (y a otras muchas), la batalla de Normandía la ganaron los buenos y la perdieron los malos. Después de la guerra, fue desguazado en la misma playa, porque no había nadie capaz de sacarlo de ahí. Ese fue el fin del FFS Courbet, que no tiene el aura romántica y trágica del combate naval, pero que ayudó sobremanera a la causa aliada.

No vayan a llamarla mediática


Nada le gustaría más a un escritor que vivir de sus libros; mejor si cómodamente y sin problemas. Que le reconozcan a uno su oficio y su buen hacer también sirve para sobrellevar las penas. Algunos confunden esto con la fama, que no es lo mismo. 

En nuestro país, la fama es muchas veces inconveniente. En primer lugar, porque la envidia nos define; del famoso esperamos la ruina y su éxito nos retuerce los higadillos. En segundo lugar, el famoseo se ha convertido en la fórmula del éxito de la mezquindad, la mediocridad y la estulticia.

De ahí que quien ejerce de famoso en este país lo tenga crudo para demostrar que sabe escribir un buen libro, sea de ensayo o ficción. ¡Qué digo un libro! La mayoría de periodistas que ejercen de tertulianos noche y día, a todas horas, escriben columnas en la sección de Opinión de los diarios que son más malas que buenas. Hay tantos ejemplos que les dejo escoger el que prefieran.

Generalmente, si uno es carne de programas de famoseo o de tertulias radiotelevisivas, será mediático, y más mediático cuanto más insistente sea su presencia en todas partes. Si alguno que sale en televisión escribe un libro, tanto da que sea burro, será un autor mediático, pero a estos periodistas de tertulia, sofistas de pacotilla y demás sentadores de cátedra y formadores de opinión a sueldo, les duele en las tripas que alguien los llame mediáticos.

Me confió una persona que vive de los libros que pasar por escritor y ejercer de famoso a la vez es algo difícil. Me puso ejemplos, con nombre y apellidos. Preguntarse si uno vende libros porque es famoso o porque escribe bien es una duda corroe el amor propio y amarga las digestiones de muchos autores mediáticos. Sospechan que si no fueran mediáticos, no venderían un rosco. La mayor parte de las veces, tienen razón.

Sin embargo, algunos escritores mediáticos han merecido la consideración de críticos y lectores por sus libros, estrictamente por sus libros. Se trata de personas inteligentes que escriben bien, que distinguen su carrera literaria del espectáculo televisivo y no se ofenden por lo que es evidente, que venden más por salir en televisión. Otros, en cambio, pillan berrinches tremebundos si alguien insinúa su mediaticidad.


Tal es el caso de doña Pilar Rahola. El año pasado publicó El carrer de l'Embut (ed. Magrana), su primera novela. Quizá tenga algún mérito, no lo sé, no pienso leerla, pero le pilló una rabieta de aquí te espero cuando los libreros catalanes publicaron las ventas de libros del Sant Jordi. Doña Pilar no aparecía en la lista de escritores, pero aparecía en la lista de autores mediáticos. Sus invectivas contra el gremio de los libreros han pasado a la historia (véase, por ejemplo, aquí), pero su novela, no.

No era la primera vez que pinchaba en un Sant Jordi. En 2012 quiso aprovechar su condición mediática y se empleó a fondo. De acuerdo con su amigo, el inefable Josep Cuní, aprovechando el tirón de la radio y la televisión, ejerciendo de mediáticos en estado puro, engendraron En directe (ed. Rosa dels Vents).


La pareja pasaba por autora del texto, aunque ya en portada se añadía, bajo sus nombres, con la colaboración de Aurora Masip. Es decir, que hubo un negro que puso en orden, pulió y adecentó el texto, si no es que lo escribió directamente después de haber charlado un rato con los presuntos autores. ¿De qué va el libro? Es una entrevista de ellos a ellos mismos, un yo me lo guiso y yo me lo como mediático puro, donde hablan de los medios y lo estupendos que son, ellos y los medios.

Sé de buena tinta que las ventas quedaron muy por debajo de las expectativas y que los dos, él y ella, no hicieron una buena digestión de los veinte mil ejemplares vendidos (que para mí los quisiera). ¿Sólo veinte mil?, exclamaron al unísono. ¡Tendrían que haber sido más! A eso se le llama modestia.

Pero después del fiasco de 2012 y la polémica de 2013 ¿creen que hemos conseguido acallar la polémica libresca de doña Pilar? Ay, no la conocen. ¡Todo lo contrario! Este año, doña Pilar se ha empeñado en demostrar que ella no es una autora mediática. ¡De ninguna de las maneras! 

Para demostrarlo, ni firmará ni presentará ninguna novela ni ningún otro libro el día de Sant Jordi. ¡No me miren así! Eso es lo que dice, en todos los medios a su alcance, día y noche, ansiando que le pregunten por ello, sacando el tema si no le preguntan. No importa que este año no haya escrito ningún libro: ella se niega a firmar lo mismo. De tertulia en tertulia, de buena mañana hasta entrada la noche, argumentando que ella, de mediática, nada, sus gritos aturden al personal. ¿Mediática, yo? Pero ¿qué te has creído? Yo hago literatura, insiste. 

Así que vayan con cuidado, no vayan a llamarla mediática, que saca las uñas.

Ésta sí que es mediática. Prueba de ello es que vende más que doña Pilar.

Venga un podio (Gran Premio de la China 2014)



Al fin, ya era hora: un Ferrari entre los tres primeros. Ha sido gracias a un buen piloto (Alonso), a una estrategia finísima del equipo y algo queda para la suerte, la fortuna, etcétera, no vayamos a despreciarla. El otro Ferrari ha quedado octavo, remontando tres posiciones, lo que nos dice lo mucho que queda por hacer, pero también que hay ganas para hacerlo.

Mercedes puede con todos. Los dos bólidos han vuelto a quedar primero y segundo y los demás, detrás. Red Bull, cuarto y quinto, todavía superior a Ferrari. Queda por saber si éste o algún otro equipo podrá plantar cara a las flechas de plata o si tendremos que comernos la temporada con patatas.

Ferrari ya ha reconocido que este año lo tiene crudo. Ha cambiado su director de equipo y se enfrenta a lo que venga con ganas de mejorar los bólidos en lo posible, pero mirando hacia 2015. El año que viene, el año que viene... Es lo que dicen todos, señalando hacia los Mercedes. Tal como van ésos, hasta el año que viene no los pilla nadie. 

Eso pasa por manosear tanto el reglamento.

Una (burda) manipulación histórica


Un amigo y lector de El cuaderno de Luis me ha llamado la atención sobre lo que llama una manipulación de la historia. Una burda manipulación, insiste. Observen las dos imágenes que aparecen a continuación.

Arriba, Wikipedia.
Abajo, Generalidad de Cataluña.
En los dos casos, el grabado explica un suceso histórico, pero dibuja un escenario contemporáneo.

Son dos imágenes de un mismo grabado. Las dos imágenes aparecen publicadas en sitios públicos de internet. Las dos aparecen incompletas, porque falta el texto del pie del grabado original, una leyenda en francés que habla sobre Barcelona. En una de las dos se secciona un pedazo de cielo, donde aparece una cinta donde se lee Barcelone.

El grabado superior se adjunta en la entrada de Wikipedia que habla sobre la historia de Barcelona. Los buques de línea que se lían a cañonazos con unas galeras son holandeses. Se asegura que el grabado proviene del libro de Josep L. Roig Historia de Barcelona, Ed. Primera Plana S.A., Barcelona (1995), ISBN 84-8130-039-X. A decir del sitio, es un grabado francés del siglo XVIII, de autor desconocido, que representa el puerto de Barcelona. Véanlo en:


El grabado inferior aparece en el sitio web de la Generalidad de Cataluña para anunciar una exposición del Centro Cultural Blanquerna en Madrid. La imagen aparece huérfana de referencias y no tiene pie de imagen, pero anuncia la exposición 1714. Memoria gráfica de una guerra. Los buques holandeses ahora son... ¡Caramba! ¡Parece que ya no son holandeses! ¡Llevan una bandera que parece española! Qué raro. Puede verse en www.ccblanquerna.cat, pero la imagen es más grande en la nota de prensa que anuncia la exposición, que será:


No cabe duda: los colores han sido manipulados y falsificados por la Generalidad de Cataluña. Quizá no haya para tanto y han pillado una imagen en internet sin verificar las fuentes, pero maldita la gracia, ¡para anunciar una exposición histórica y cultural! Lo primero es posible y sucio. Lo segundo es posible y gilipollesco. También es posible que alguien haya querido manipular un testimonio histórico sin documentarse, lo que sería a la vez sucio y gilipollesco. En fin, que sea lo que fuere, tiene poca justificación.

Ahora verán por qué digo lo que digo.

A la derecha de la ilustración aparece la Ciudadela, una fortificación que se edificó entre 1716 y 1718. No aparece el barrio de la Barceloneta, que comenzó a levantarse en 1753, ni la prolongación del Dique del Este, ni la Torre de la Linterna, pues todavía se puede ver, en primer plano, el antiguo faro, del siglo XVI, si no me equivoco. La imagen del anónimo grabador francés es anterior a 1750, quédense con la fecha.

El puerto de Barcelona en 1746. Esta vez no andan a cañonazos.
Observen el parecido con los grabados anteriores.

Vamos a los colores. Las banderas de guerra españolas de aquel entonces eran blancas con la cruz de Borgoña en rojo, o azules con la cruz de Borgoña en blanco como pabellón mercante. Felipe V ordenó a la Armada ondear banderas blancas con las armas del rey. Nada de banderas a franjas encarnadas y amarillas, o de cualquier otro color. Fue en 1785 cuando el rey Carlos III, inspirándose en la bandera de la Corona de Aragón, ordenó que los buques de la Armada llevaran todos la bandera encarnada y amarilla, que luego sería escogida como bandera española por las Cortes de Cádiz, en el siglo XIX.

Otro detalle a tener en cuenta. Las franjas de la bandera española tienen ancho diferente. El ancho de la franja amarilla suma la anchura de las dos franjas encarnadas. En cambio, las tres franjas de la bandera holandesa son igualmente anchas. Vuelvan a observar las banderas coloreadas en una y otra versión del grabado.

Quien haya pintado las banderas con el rojo y el amarillo, ha metido la pata hasta el fondo.


Dos planos de Barcelona. El de arriba, de 1706. El de abajo, posterior a 1753.
Observen el impacto en el paisaje de la Ciudadela, el comienzo de la urbanización de la Barceloneta y la prolongación del dique del puerto. Estos dos últimos detalles no aparecen en el grabado anónimo francés (aunque parece que se hayan iniciado las obras en el dique, por la acumulación de maderos).

Mi amigo y lector de El cuaderno de Luis también manifiesta desconfianza ante el anacronismo de representar una batalla naval de la Guerra de Sucesión con la Ciudadela al fondo. Sí, es un anacronismo evidente. Además, fíjense en las personas que pasean por el dique, tan tranquilas y metidas en sus cosas, y en los barquitos que faenan a la derecha del grabado, que parecen ajenos a la batalla. 

Aunque aparecen los holandeses dándose de cañonazos con las galeras de los imperiales, se trata de un adorno. Era la costumbre de aquel entonces la de pintar la ciudad contemporánea y adornarla con algún suceso de su historia reciente. En este caso, la intervención de la flota aliada en abril de 1706.

Otra opción sería la representación del fracasado intento de capturar Barcelona en 1704, entonces una ciudad fiel al rey Felipe V, hasta que fue sitiada, bombardeada y se rindió a los austracistas en agosto de 1705. A falta del texto original en francés, opto por el llamado Relevo de Barcelona, en 1706.

Lo dicho, supongo (quizá me equivoque) que es la misma escena bélica, pintada entre 1705 y 1730 por un artista llamado Vale, titulada Barcelona Releiv'd by Sir John Leake Vice Admirall of the White and Commander in Chief of ye Confederate Fleet April ye 27th Anno 1706. Aunque, en este caso, el cuadro se centra más en la cuestión bélica y naval. Barcelona apenas se reconoce. En el grabado francés, lo que importa es la imagen de la ciudad y los cañonazos son apenas un adorno.


Arriba, el cuadro al completo. Abajo, un detalle, donde pueden contemplarse a discreción los buques de guerra holandeses y su bandera tricolor, burdamente manipulada al colorear el grabado anónimo francés.

Véase en;

Gabriel García Márquez, a. "Gabo" (1927-2014)


Aureliano Buendía se ha quedado huérfano. Eso dicen los periódicos. No ha sido ninguna sorpresa, pero la noticia nos ha pillado a todos de sopetón. 

No entraré en detalles, que los periódicos amanecerán con panegíricos y glosas de su persona y sus letras. Pero sí diré que nos ha dejado uno de los mejores escritores del siglo XX. 

Cuatro o cinco de sus libros son más que suficientes para comprender que su paso por la literatura merece un capítulo destacado sobre los demás. Se me ocurre citar Cien años de soledad, Crónica de una muerte anunciada, El coronel no tiene quien le escriba o El amor en los tiempos del cólera, y no hay más que decir. ¿No han leído alguna de estas obras? Pues ¡corran a la librería más cercana! Porque son literatura en estado puro y un regalo para los lectores. Un consejo: no se lean ni la crítica ni el prefacio ni el prólogo ni la contraportada ni nada. Vayan directos a la novela y no se dejen influenciar, déjense llevar.

Gabriel García Márquez comprando un periódico en un quiosco de las Ramblas de Barcelona, en 1970.

Una nota final. También ha dejado huérfana a una Barcelona que fue y que pudo seguir siendo, pero que no ha sido más. Gabo y sus amigos, de la mano de Carmen Balcells, pero no solamente, se mezclaron con lo mejor y más granado de la literatura en lengua española (¡y catalana!), con editores irrepetibles y tarambanas de toda clase y condición y engendraron una Barcelona cosmopolita, un lugar que aparecía en los libros y los periódicos como referente de la cultura y el pensamiento. Corren muchas historias sobre esos años de bullicio cultural, se han convertido en leyenda. ¡Mal asunto! Si hoy son leyenda es porque treinta años de miopía cultural y nacional acabaron con este sueño. También tendríamos que llorar esta pérdida.

Me tapo con la bandera y allá voy


La angustia del paro en Andalucía es evidente.

Me llevo las manos a la cabeza. Andalucía es la Comunidad Autónoma con más paro de España, y la región con más paro de Europa. El paro andaluz es endémico y monstruosamente elevado (supera el 36%). El nivel de rentas de la región es bajo y sus infraestructuras no dan para promover mucha industria. Un drama que parece irresoluble.

Con todo, el mayor fraude con fondos públicos de la historia de España se ha dado en Andalucía, y eran fondos destinados a combatir el paro. ¡Precisamente el paro! No hablamos de una docena de millones, sino de dos mil millones de euros. Repito: 2.000.000.000,00 euros, céntimo más o menos. Que se sepa. 

Si comparamos con otros casos famosos, el caso Gürtel ronda los 120 millones y el caso Pretoria unos 45 millones. El señor Millet levantó casi 36 millones de euros y su sucesora, la señora Carulla, también dejó de pagar algunas docenas de millones de euros a Hacienda. Queda por cuantificar el total de daños que ha producido el caso Innova y sus satélites, que pueden sumar quizá centenares de millones de euros, pero dos mil millones de euros...

Los responsables políticos y penales tienen nombre y apellidos.

Hoy pongo la radio para que me acompañe en el desayuno y sale un tipo de la Junta de Andalucía hecho un basilisco. Esto ha sido una filtración interesada, para perjudicarnos políticamente. Esto ha sido un ataque contra Andalucía, ha dicho. Lo del ataque contra Andalucía le llenaba la boca y lo ha repetido aquí y allá.

Aquí, los únicos que han atacado a Andalucía (mejor dicho, a los andaluces) son los sinvergüenzas que, amparados en el poder, han levantado millones para sí, para el partido, para su señora o para lo que sea, tanto da, porque eran millones de euros de dinero público destinados a combatir el paro. Que uno robe dinero público es grave; que quien lo robe sea un servidor público es más grave todavía; que lo robe de donde más se necesita roza ya el escándalo bíblico y merecería que le ataran la rueda de molino al cuello y lo arrojaran del puente abajo. 

Robar a los parados en Andalucía es mal sobre peor.

Pero fíjense qué pronto se aprende lo malo. ¿Qué ha dicho ese portavoz de la Junta? Un ataque contra Andalucía. ¿No les recuerda algo? Me viene a la cabeza al señor Pujol en el balcón de la plaza de Sant Jaume soliviantando al público diciendo que su imputación por el caso Banca Catalana era un ataque contra Cataluña (sic). Si acaso, perdone, un ataque contra su mala práctica ético-bancaria, de la que podríamos decir mucho y nada bueno. Su digno sucesor, Oriol Pujol, también esgrimió un ataque contra Cataluña así que lo pillaron en chanchullos con las ITV y las certificaciones energéticas. Etcétera. Sobran los ejemplos de ¡Esto es un ataque contra...! y el nombre de la patria en cuestión. 

Unos lo llaman victimismo, pero el nombre técnico es envolverse (o taparse) con la bandera. De ahí que lo más recomendable en democracia no sea identificarse con una bandera, sino ampararse en la ley, los derechos y los deberes de las personas y los ciudadanos. Si uno es un sinvergüenza y se envuelve en una bandera, que emplea como escudo y excusa, flaco favor está haciendo a la que llama su patria, me parece a mí, y confundirá al pueblo, que creerá que los sentimientos nacionales están por encima de la ley. A mi manera de ver, su delito se agrava. Si no su delito, su falta de ética. El que era un sinvergüenza será ahora cabrón y sinvergüenza.

Hace doscientos años


Hace de esto 200 años. La abdicación de Napoleón.

Este año celebramos centenarios de todo y cualquier cosa. El más importante de todos es el centenario del inicio de la Gran Guerra, en verano de 1914, pero que no se nos pasen de largo los doscientos años que acaba de cumplir el Tratado de Fontainebleau. 

Los embajadores plenipotenciarios del Imperio Austro-Húngaro, Rusia y Prusia, más el embajador francés, firmaron este tratado el 11 de abril de 1814 en Fontainebleau, Francia, que está a un tiro de piedra de París. Dos días después, Napoleón I, Emperador de los Franceses, Rey de Italia, Protector del Rin, etcétera, abdicó de todas todas, esta vez de verdad (aunque no para siempre). Ahí acabó todo. 

El sueño napoleónico se había ido a tomar viento. Con él, gran parte del espíritu de la Revolución Francesa. Había dejado tras de sí veinte años de guerras y millones de muertos, ya ven, y lo que sucedió un año y pico después, los Cien Días, terminó trágicamente (heróica y estúpidamente, es lo mismo) en Waterloo.

Fue el final de la llamada Guerra de la Sexta Coalición, que va de Moscú a Fontainebleau, sin dejarnos la guerra en España, que seguía su curso cruel e inexorable. Austria-Hungría, Prusia, Rusia, Suecia (con un mariscal francés renegado jugando a ser rey de los suecos), el Reino Unido, España, Portugal y un buen puñado de estados alemanes se aliaron contra Francia. Es decir, contra Napoleón. Le vencieron.

En Rusia, Francia perdió medio millón de hombres. En la campaña de Leipzig, otro tanto. ¿Quién iba a poder resistir semejante sangría? 

Cuando todo parecía perdido, Napoleón sorprendió al mundo con la campaña más brillante de su carrera militar (con el permiso de su campaña en Italia). Al mando de 50.000 franceses, que no eran ni la sombra de un ejército, en su mayoría reclutas mal equipados, sin experiencia, con malas caballerías y escasos cañones, derrotó a todo el que se le puso por delante, a una suma de ejércitos que sumaba diez hombres por cada soldado de Napoleón. 

El cuadro de Meissonier, la imagen más famosa de la Campaña de los Seis Días.

La Campaña de los Seis Días es posiblemente su campaña menos conocida, pero quizá la más brillante. Entre el 10 y el 14 de febrero de 1814, con 30.000 soldados a sus órdenes, batió a rusos y prusianos en Champaubert, Montmirail, Château-Thierry y Vauchamps, en el norte de Francia. Derrotó a tres ejércitos que sumaban 330.000 hombres. ¡Lo nunca visto! Perdió unos 3.500 hombres, verdad, pero causó 18.000 bajas al enemigo y lo puso en fuga, capturó 25 cañones e hizo prisionero a uno de sus generales. 

¿De qué le sirvió? De bien poco. Los aliados ya estaban llegando a las afueras de París, eran demasiados. Además, no eran tontos. Que Napoleón estaba en el norte, atacaban por el sur, y viceversa. Se impusieron por la fuerza del número. 

El 31 de marzo, los aliados pidieron la abdicación de Bonaparte como condición para firmar las paces. En su proclama decían que sería imposible la paz si Francia continuaba en manos del Corso. Ahora bien, si Napoleón abdicaba... 

El 1 de abril, Alejandro, emperador de Rusia, liberó a 150.000 prisioneros franceses como señal de buena voluntad. Al día siguiente, el senado francés declaró que Napoleón I ya no era emperador, sino solamente el ciudadano Bonaparte. Su familia, además, no podría sucederle en el trono. El decreto se publicó el día 5 de abril en el Moniteur

Ahí se coció y se descubrió la llamada Traición de los Mariscales. Los antes fidelísimos generales de Napoleón, viéndolas venir, temiendo acabar pobres como ratas y sin rango, si no presos y condenados, después de una derrota que presentían inevitable, se plantaron delante del Corso y le pidieron que por el bien de Francia, etcétera, abdicara, no fueran a quedarse ellos sin rentas, honores y prebendas. Hasta el Cuñado, Murat, rey de Nápoles, lo abandonó. Berthier, enfermo, no salió a defenderlo. Ney se murió de vergüenza pidiéndole que abandonara.

El rebote de Napoleón fue tremendo. Dicen que intentó suicidarse, y el cuento es bastante verosímil. Pero, no, no se mató. Eso no iba con Bonaparte. Se resignó, al fin, a perderlo todo.

A raíz de lo que ya había acontecido en la campaña de Rusia (su desinterés en Borodinó o su tozudez en Moscú) y el berrinche que pilló al descubrir mariscales tan canallas, algunos historiadores señalan que Napoleón pudo haber padecido alguna forma de depresión, ansiedad, quizá un transtorno bipolar, en estos últimos años de su imperio. Dicen que podía haberse instalado en un estado nervioso inestable... Menos cuentos: se había empachado de poder. Descubrió demasiado tarde que se había aferrado a un clavo ardiendo.

El 3 de abril, Napoleón abdicó por primera vez, pero desobedeció al Senado (su Senado). Abdicó en favor de su hijo, y puso a su señora, María Luisa de Austria, como regente. Es decir, seguía mandando él en sus cosas y en las de Francia. Pero los aliados no aceptaron los términos y el Senado recordó que también había suprimido la línea sucesoria del Emperador. Además, los pocos ejércitos que le quedaban habían sido rodeados, París había caído, los aliados campaban a sus anchas por todas partes y...

Otra gran escena del imaginario bonapartista: Napoleón despidiéndose de la Vieja Guardia el 11 de abril de 1814. Los viejos gruñones lloran y el coronel del regimiento de granaderos le sale al paso, le abraza, le pide por favor, por favor, que no se vaya...

El Tratado de Fontainebleau constó de veintiún artículos. Los aliados ofrecieron una salida honorable a Napoleón. A él y a su señora se les conservó el título de Emperador y Emperatriz, pero se le prohibió mandar en Francia. A cambio, se creó el Reino de Elba, que todos reconocieron como tal. Napoleón pudo formar un ejército de 400 hombres y llevárselo a la isla. En su mayoría, viejos gruñones de la Guardia Imperial; algunos, polacos, que se habían quedado sin patria. 

El Reino de Elba, para la dinastía Bonaparte.

Los mamelucos, los pocos que quedaban verdaderamente egipcios, abandonaron la Guardia Imperial y se retiraron a vivir de rentas. Se conformaron con una pequeña pensión para ir tirando. La mayoría se fue a vivir a Marsella. Meses después, en un episodio vergonzoso de la historia de Francia, muchos fueron linchados por una muchedumbre, acusados de moros y mahometanos, comeniños y esas cosas. La chusma había sido alentada por los agentes del rey y la policía, que temían más a este puñado de antiguos soldados que a nada en este mundo. Eran tan pocos (no más de cincuenta), algunos casi ancianos y tan cansados todos de guerras que se le pone el cuerpo malo a uno al pensar cómo les agradecieron más de veinte años al servicio de Francia.

La emperatriz ganó tres títulos ducales y su hijo dejó de ser Rey de Roma para ser príncipe de Parma, Placentia y Guastalla. A la ex-señora de Napoleón, Josefina, le redujeron la renta anual y se la dejaron en 1.000.000 de francos (que no era poco).

El palazzo di San Martino, en Elba. Adivinen quién vivió aquí un año.

Los ingleses, cómo no, protestaron. Dijeron que Napoleón era un usurpador, que no tenía derecho a ningún reconocimiento, que Elba iba a ser (cito textualmente) un nido de jacobinos y qué sé yo. No firmaron el tratado y sus buques patrullaron los alrededores de la isla de Elba tan pronto Napoleón puso el pie en su nuevo reino. Qué mal que lo hicieron, que se les escapó un año después y se plantó en los Cien Días.

Oficialmente, la paz vino con el Tratado de París, o Paz de París, que se firmó el 23 de mayo de 1814 y que no fue ratificado por todos los aliados hasta julio. Francia se quedó con las fronteras de 1792. Talleyrand (vaya pájaro) negoció y consiguió el regreso de Luis XVIII, hermano de Luis XVI, que de ser un don nadie en el exilio se convirtió en rey de Francia. Se formó el Congreso de Viena, para ver cómo organizar Europa y apagar el fuego de la Revolución Francesa, qué vana empresa. 

Pero de los congresistas saldría en noviembre el llamado Segundo Tratado de París, que puso orden en Europa hasta la Gran Guerra, un siglo después. Lo de poner orden es un eufemismo, pero digamos que marcó profundamente el equilibrio de poder en Europa y la forma de éste durante cien años. Cuando el Imperio Alemán quiso cambiar este orden de las cosas y el Reino Unido se opuso, liamos la guerra del 14, la de 1914, pero ésa es otra historia.

14



Mucho se ha escrito y más se escribirá sobre la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Eso no echó hacia atrás a Echenoz, uno de los mejores novelistas franceses en activo, y aquí tienen 14, publicada por Anagrama y traducida por Javier Albiñana.

Es una novela corta, casi un cuento largo, pero aquí se aplican aquellos dichos sobre la calidad y la cantidad. En este caso, será poco, pero será bueno, o quizá tengamos que decir que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Lo cierto es que, refranes aparte, hemos leído un libro muy bien escrito y muy interesante.

La historia es relativamente simple. Anthime, contable en una fábrica de zapatos, es llamado a filas en agosto de 1914. Ha estallado la guerra. De una guerra que iba a durar un par de semanas al horror de las trincheras, y como Anthime, casi sin darnos cuenta. Con pocas palabras, sin demasiados alardes, nos vemos metidos en la Gran Guerra.

Con todo, no sabría decir si es una novela bélica, propiamente. No se recrea en las batallas, que serán el ruido de fondo, sino en la suerte de su protagonista, un hombrecillo anodino que se enfrenta a las peores circunstancias. Es una reflexión sobre la absoluta falta de sentido que tiene la violencia, dicha quedamente y sin llamar la atención. Es un brillante ejercicio de estilo, una obra que merece ser leída.

Muy recomendable.

Viva la República y la madre que la parió, y olé



Hoy es el 14 de abril, aniversario de la proclamación de la II República Española. Como viene siendo tradición, El cuaderno de Luis celebra el acontecimiento con vítores, hurras y vivas, que no pensamos ahorrar. Como pueden apreciar en la ilustración que acompaña a estas líneas, la República Española fue una señora estupenda.

Una cura de modestia


¡Olé! Recuerdo de Barcelona.

Les recomiendo que una vez cada tanto tiempo acudan a una tienda de recuerdos para turistas de su ciudad. Les vendrá bien. Es una cura de humildad que conviene al cuerpo y fortalece el espíritu.

Al menos en Barcelona, tenemos la manía de considerarnos estupendos. Somos lo mejor de lo mejor que parió madre, decimos. A poco que viaje uno, descubrirá que ésta es la opinión que tiene todo el mundo de sí mismo. La verdad es que somos tan estupendos como todo el mundo, que no es mucho ni demasiado. ¡No somos nada originales! Dicho esto, lo que vale para Barcelona vale para cualquier capital de provincia, incluso capital de un Estado, en Europa o cualquier otro lugar del mundo.

La ventaja de una persona leída y viajada es que comprende esto que acabo de decir y es más fácil que vea las cosas como son. Leer y viajar son dos verbos que ayudan a fortalecer el espíritu crítico y nos proporcionan una perspectiva más abierta y generosa. En el verbo viajar tienen que incluirse las visitas periódicas a las tiendas de souvenirs de la propia ciudad de cada uno, de su patria chica.

Pueden apreciar aquí mismo la diversidad cultural de Barcelona.

Hace pocos días me llegué a los alrededores de la Sagrada Familia y descubrí (volví a descubrir) que una cosa es lo que pensamos nosotros de nosotros mismos y otra es lo que somos en realidad. Luego está lo que piensan los demás que somos, que también tiene tela. Nada como un recuerdo de la ciudad de Barcelona para ilustrarlo.

El caganer (cagón), un personaje navideño catalán que causa pasmo entre los turistas.

Hice esta excursión con un conocido que me estaba dando la vara con la murga del Proceso, la Consulta y la madre que los parió. Tan metido estaba en sus cosas que no se dió cuenta de hacia donde íbamos hasta que no se dió de bruces con una gitana de trencadís (el mosaico de baldosas rotas de colorines tan típico de Gaudí y del modernismo catalán). Con un toro de trencadís. Con sangrías en porrón. Con toreros de plástico, trajes de lunares y navajas toledanas de pacotilla. Con un largo etcétera de pesadillas estéticas y conceptuales. Con lo más cutre y hortera que uno pueda echarse a la vista. Con legiones de turistas felicísimos ante tantos tesoros y recuerdos.

El mundo kitsch del souvenir en su apogeo hizo del personaje patriotero y bocazas un tipo consternado y confuso. Fíjate tú en el trabajo que te queda por hacer, le dije, mostrándole el percal, y pasamos a hablar de otras cosas más interesantes. Lo dejé K.O. Dentro de mí, sin embargo, pensé lo mismo: ¡Fíjate tú cuánto nos queda por hacer!


En el fondo, lo más cómodo es el estereotipo, y lo sufrimos todos.

Que lo reediten


Ha llegado a mis manos, a través de Twitter, el anuncio de un libro que, ay, qué pena, ya está descatalogado. Vista la publicidad editorial que adjunto, a poco que sea verdad puede ser un exitazo de ésos que arrasan en las librerías. ¿Podrían reeditarlo, por favor? Si las Cincuenta sombras de Grey se venden como churros entre las mujeres, por qué no vender esto entre los hombres. Es un decir.