Los marcianos son para el verano.
Ah, el periodismo estival. Es el mejor, sin duda, el que ofrece las noticias más interesantes. Lástima que tengamos que enredarnos con tanta política últimamente, y tan mala, porque esa sobreabundancia de griegos negociando los términos de la extorsión a la que se ven sometidos y tantos políticos catalanes discutiendo sobre la actividad, inactividad, hiperactividad o condición civil de sus candidatos aburre al más pintado. Nos hemos perdido las noticias habituales del verano, ésas en las que un tiburón es visto en las playas de nuestra costa y resultó ser un merluzo, por ejemplo, que son, ¡sin ninguna duda!, las mejores del año.
Lástima del ruido, decía, pero quien busca, encuentra, y ha llegado a mis manos una noticia de la página de sucesos que merece ser narrada. ¡No tiene desperdicio! Vamos allá.
La noticia está fechada en el pasado 10 de julio y la trae un periódico argentino, La Arena. Los sucesos, sin embargo, no son tan recientes, pues se remiten a 2014 en su mayoría.
El protagonista de la historia se llama Alberto Tavernise, es argentino, afincado en Santa Rosa, en la calle Schmidt. El sujeto, de edad 59 años, herrero de oficio y aficionado a la caza (ya verán de qué tipo), frecuentaba un lugar del oeste de la pampa argentina, a veinte kilómetros de Luan Toro, donde (ay) se suceden avistamientos de luces extrañas y hechos difíciles de explicar (sic). De hecho, don Alberto hacía tiempo que acudía al lugar, atraído por esos hechos difíciles de explicar y se obsesionó con ellos.
Luego pasó lo que pasó.
Aquí tienen uno, pillado por un radar de la Guardia Civil.
Hace pocos días, después del follón que organizó, acudió a los periodistas de la capital, pese a que los miembros de su familia (cito) le han pedido que le afloje al tema y deje de andar diciendo de aquí para allá que tuvo un enfrentamiento con los extraterrestres y que logró matar a uno de ellos. Pero don Alberto, erre que erre, en ello hasta el final.
Al parecer, en 2014 ya comenzó a ver cosas en Luan Toro. Acudió varias veces y no tardó en confesar al periodista que un buen día salió a cazar... extraterrestres. Así, tal cual.
El señor Tavernise se situó en un apostadero que tenía conocido. No era la primera vez que acechaba a los marcianos y venía bien provisto de escopetas, llevaba consigo todo un arsenal. Esta vez se iban a enterar de quién era don Alberto, pardiez.
Declaró don Alberto al periódico que:
Siempre venían de la izquierda [del apostadero]. Yo sentía el movimiento atrás del apostadero, algo que iba y venía. Pasaban por debajo del apostadero, yo los sentía. [...] Son chiquitos, de 1,20 de altura aproximadamente, ojos ovalados, no emiten sonido pero tienen olor, se mueven como autómatas y parece que usaran un traje gris. La huella que dejan en el piso es muy extraña, con tres dedos hacia adelante y una suerte de espolón, que se hunde en el terreno, hacia atrás.
Don Alberto no estaba dispuesto a que los marcianos se llevaran la victoria a casa.
Y él estaba esperándolos. Venid, venid... Fue en octubre, cuando vinieron y se le echaron encima. Cinco o seis. Y don Alberto se lió a tiros.
Pim, pam, pum.
Vació todas sus armas en esos bichos (así los llama siempre el señor Tavernise) y en medio de la balacera, zas, ¡ay!, le da a uno y lo derriba. A decir de don Alberto, cerquita del apostadero que le servía de refugio. Pero don Alberto, después de la ensalada de tiros, tenía tanto miedo en el cuerpo que no se atrevió a salir hasta que se hizo de día.
Oh, qué gran contrariedad... El bicho ya no estaba ahí. Don Alberto explica por qué a los periodistas: porque (cito) bajaron los platos voladores y se llevaron el bicho que yo había matado. Así, con un par. Prueba de ello es que afirmó haber encontrado el rastro del aterrizaje de dos platos voladores, porque en ciento cincuenta metros a la redonda estaba todo chamuscado y sucio de algo que definió como negruzco y de contextura gelatinosa (qué asco). Viendo el percal y la que se había liado, salió por piernas para (eso se dijo entonces) no volver.
Eso fue en octubre del año pasado. Hacia finales de año, siempre según la declaración ante la prensa, don Alberto Tavernise se armó de valor (y de un par de escopetas) para volver al campo de batalla. ¿Y qué le ocurrió esta vez? Agárrense y no se lo pierdan: ¡fue abducido!
Para los no iniciados en esto de la ufología, que fuera abducido quiere decir que los extraterrestres lo secuestraron y le hicieron un examen anal, no digamos más. Hora y media estuvo sometido a una experiencia (cito) traumática y cargada de imágenes atemorizantes. El tipo regresó a casa que daba pena y tardó en recuperarse de la impresión. La familia llamó a la policía. Fue interrogado por los agentes locales: dónde ha estado todo este tiempo, qué le ha ocurrido, cuéntenos la verdad y no se venga con milongas, que ya somos mayorcitos.
Para disimular y sostener intacta su hombría, antes que confesar el acto de sodomía al que fue sometido, don Alberto no tuvo más ocurrencia que sostener que se había liado a tiros con unos extraterrestres, que había matado a uno de ellos y que (atención) ¡se lo había llevado a casa! Y ahí lo tenía, en el congelador, para quien quisiera verlo.
(Naturalmente, no lo enseñó a la policía.)
Corrió la voz y se lió bien gorda. Bien pronto don Alberto se vió asediado por ufólogos de toda clase y condición, encantados de poder hablar con él y deseosos de echarle un vistazo al extraterrestre abatido a tiros por el sujeto. Fue tal el follón que se organizó en el lugar que un día se presentó en casa de don Alberto un comisario de la policía, que poco después se las tendría con el jefe de la policía local. Quizá fuera un conflicto de competencias, quizá fuera que el policía local le dijo al comisario del distrito que no valía la pena liarla parda por un pobre loco.
Con la policía discutiendo sobre el caso y la muchedumbre de curiosos acosándole, don Alberto Tavernise no tuvo otra que acudir a relatar los hechos ante la policía judicial, que levantó acta de su testimonio. Los ufólogos ven un cierto parecido con lo ocurrido hace treinta años al winifredense Julio Platner, a quien todos recordamos con añoranza, pero don Alberto hizo algo que no habían hecho ni el winifredense ni nadie antes, y esto es un registro formal de una confesión de asesinato... de un extraterrestre. ¡Ahí queda eso!
El acta policial se firmó el 27 de enero de este año en la Seccional Primera de Policía de Santa Rosa. No tiene desperdicio. Copio, literalmente, tal cual está, el acta firmada por don Alberto Tavernise, afincado en Santa Rosa, en la calle Schmidt, de edad 59 años, herrero y asesino confeso de seres de otro planeta:
Que son sus deseos exponer que el año pasado (2014), en el mes de febrero, fue a cazar a un campo, con autorización, el cual está ubicado a 20 kilómetros de Luan Toro, siendo que un día cuando se hallaba en el apostadero, en varias oportunidades sentía movimiento, y oía ruidos extraños alrededor del mismo, ya que hace doce años que casa [sic], le pareció anormal, hasta que el día 09/08/14, horas 00.00 aproximadamente, lo rodean cinco extraterrestres, de 1.20 metro de altura, cuatro dedos, y un talón en los pies de 15 centímetros, aproximadamente, de los cuales dos ingresan debajo del apostadero, y cuando intenta dispararles lo durmieron, desconociendo cómo, y al despertar ya no estaban más.
Que posterior a esto en varias oportunidades tuvo contacto con estos seres, y en un momento tuvo un enfrentamiento con uno de ellos, donde lo abatió, disparándole aproximadamente 14 ó 15 tiros con el fusil [¡!]; al acercarse a 40 metros de donde estaba el ser caído, se acercan tres más hacia donde estaba éste, que ante la situación atina a cambiar el cargador, lanza dos bombas de humo, para cubrir la retirada, y se aleja del lugar, regresando cuando estaba amaneciendo, apreciando que ya no estaban.
[Le pegó quince tiros, siguió disparando, les lanzó bombas de humo... ¡Qué batalla!]
Después del abatimiento del ser, se acercaron al lugar dos platos voladores, uno frente al apostadero, a 120 metros de distancia, y otro a 200 metros; donde luego de esto se recolectaron los residuos de la combustión del mencionado objeto, y lo entregó a [...], quien adujo entregárselo al forense [...], para su análisis, y otra fue enviada al Citefa, de Villa Martelli.
Que después de un tiempo regresó al apostadero, más precisamente el sábado 7 de noviembre (de 2014), donde se posiciona un plato volador arriba del mismo, y lo secuestran, durante una hora y media encontrándose dentro de un lugar desconocido, solo llega a observar rayas blancas y negras simétricas, y luego lo colocan en una banqueta del apostadero, donde solo puede ver un ciervo que está tomando agua, en un charco que está a 60 metros de distancia, el cual sale corriendo rápidamente.
Que a raíz del secuestro estuvo 15 días con los ojos abiertos de noche y de día, ya que no podía cerrar o abrir los ojos del dolor, motivo por el cual fue asistido por un médico neurólogo, clínico y oculista. Así mismo agrega que a raíz de esto estuvo durante un mes y medio con dolor de cabeza y en los ojos.
Que es todo cuanto tiene que decir al respecto, y radica la presente a los efectos de dejar constancia.
Firmado, etc.
Apasionante, ¿no les parece?
Reíd, reíd, que si luego resulta que sí...