La Iglesia publicó hasta 1966 el Index Librorum Prohibitorum, más conocido como el Índice. Contenía una relación de los libros prohibidos por la Iglesia, porque iban contra la fe y el ministerio de Cristo. Nació como un encargo del emperador Carlos V (y I de España) para saber qué libros eran fieles a los católicos y cuáles se habían escrito a favor de los luteranos. La Iglesia pilló gusto al Índice y después de la primera edición del librito (un tocho) se creó la Sagrada Congregación del Índice.
Su eficacia fue dudosa. A finales del siglo XVII y de ahí en adelante, bastaba con que un libro estuviera en el Índice para que los holandeses lo imprimiesen y lo vendiesen con gran éxito por toda Europa (bajo mano). Si no salías en el Índice no eras nadie.
El Índice fue una aberración y la Iglesia tardó siglos en darse cuenta de ello, aunque muchos todavía añoran el catálogo, los mismos que hacen de la Iglesia un monumento a la carcunda. En el Índice está todo (seamos buenos, casi todo) lo que merece ser considerado de la cultura occidental: Rabelais, La Fontaine, Descartes, Montesquieu, Copernico, Galileo, Kepler, Zola, Balzac, Victor Hugo, Montaigne, Spinoza, Hume, Kant, Berkeley, Condorcet, Sartre, Marx, Nietzsche, Freud, Schopenhauer, Erasmo de Róterdam... Si uno tiene dudas sobre si leer o no leer un clásico, le recomiendo acudir al Índice. Si está prohibido, tiene pinta de ser interesante.
En Cataluña también se publican Índices que señalan a los malos catalanes, que son los catalanes que no piensan lo que los que se llaman a sí mismos buenos catalanes dicen que tenemos que pensar... o hacer. Pero ¿quiénes son ellos, los que se creen con derecho a señalar quién es bueno o malo?
Ellos son, por ejemplo, un colectivo de intelectuales autodenominado Grupo Koiné, nacido alrededor de la organización Òmnium Cultural, que promociona una única perspectiva de la cultura catalana, exclusiva y excluyente, que es (qué casualidad) la que a ellos les gusta creer que ha de ser y no la que es.
El 27 de junio de 2015, el Grupo Koiné, en Asamblea General Ordinaria de Òmnium Cultural, logró que se aprobara una Declaración sobre el régimen jurídico de las lenguas en la futura República Catalana. Decía que tenía que (traduzco literalmente) defender la plena recuperación colectiva de la identidad de la nación catalana, especialmente la lengua y la cultura.
Como en los mejores tiempos de Heidegger, que propagaba en los años treinta aquello de una lengua, una Patria (el alemán, en ese caso, y la Gran Alemania). Como si sólo hubiese una cultura, como si una, sólo una, la que yo diga, prefabricada e inventada a medida para favorecer a mis intereses, una entre varias posibles, tuviera que ser obligatoria, como si uno no tuviera derecho a identificarse personalmente con la identidad que a uno le viniera en gana. Un solo pueblo, una sola lengua, una sola patria, amén. Nos falta el Líder, que las manifestaciones a la coreana, con antorchas y banderas ya las tenemos y el campo del Barça podría pasar por el estadio de Nuremberg en caso de necesidad.
Presentación del manifiesto del Grupo Koiné en la Universidad de Barcelona.
Un grupo de estúpidos diciendo estupideces y maldades, en resumen.
No me sorprende que esa tropa de ideología tan poco ilustrada y completamente iluminada haya lanzado un manifiesto hace nada, unos días, en el que sostenía que una futura República Catalana tenía que ser monolingüe, porque el español es una lengua de dominación, impuesta por un régimen colonialista y opresor, que corre peligro de muerte, acosada por una tropa de desalmados genocidas culturales. Eso ya lo habían manifestado anteriormente, todos juntos o por separado, los abajo firmantes. ¿A qué, tanta sorpresa?
Quizá porque ahora digan clara y específicamente que está opresión insoportable está diseñada, sostenida y fomentada por los gobernantes que la toleran y por gentes que no son catalanas de verdad porque, en primer lugar, nacieron (ellas o sus padres o sus abuelos) en otro país y, en segundo lugar, porque no hablan catalán, pudiéndolo hablar. Dos maldades insoportables. Regresamos al triste vicio de echar las culpas en el extranjero, el inmigrante, el pobre o en el que no piensa como tú.
Se les ha ido la lengua (perdón por el chiste) en un manifiesto clasista, racista y lleno de mentiras, contrario, además, al espíritu ilustrado y a las libertades individuales y sociales que tanto nos ha costado ganar y tan poco nos costará perder. Se les ha visto el plumero. Es una vergüenza que mucha de esta gente sea todavía considerada en el grupo de intelectuales y tertulianos de guardia, cuando han dado sobradas muestras de ser, en pocas palabras, estúpidos y malvados (según la definición de Cipolla). Repito, estúpidos y malvados, y defendidos por los partidos en el poder, que aseguran ahora que su manifiesto ha de ser tenido en consideración. Los que faltaban.
Un Índice de chichanabo.
Estúpido y malvado, según la costumbre.
Éramos pocos y parió la burra, que dicen. Viena Editors publica estos días Perles catalanes. Tres segles de col·laboracionistes (Perlas catalanas. Tres siglos de colaboracionistas). Tela. Firman esta perla Salvador y Jordi Avià y Joan-Marc Passada. La intención es, a decir de los autores, señalar catalanes del pasado ¡y del presente! que forman un (cito) elenco despreciable. Se trata de reunir a un puñado de esclavistas, colonizadores, negreros, genocidas, colaboracionistas, franquistas... ¡La madre!
Lo normal. No conozco una sola sociedad occidental que no pueda reunir varios gruesos volúmenes seguidos sólo con la relación de hijos de puta que se han criado en su seno. Pero, claro, estos autores señalan a los malos catalanes con un criterio estúpido, semejante al del Grupo Koiné.
Su criterio para señalar a los malos catalanes es el siguiente (cito): Hay una lógica de continuidad postcolonial desde el momento en que todos niegan el derecho a decidir y tienen un pensamiento supremacista. Ahí queda eso. Luego se añade que son personas moralmente responsables de actos aberrantes. Vale, qué bien.
Por lo demás, ¿continuidad postcolonial? ¿No podrían hablar clarito? Lo de moralmente responsables de actos aberrantes está más claro, por ejemplo. Qué les cuesta hablar bien, por favor.
Muchos de los personajes que citan son auténticos hijos de puta, es cierto, y con ellos no hay ni debe de haber piedad. Lo dicho, que lo malo abunda. Muchos otros, lo digo con el corazón en la mano, no me caen nada bien ni me son simpáticos y no comparto sus ideas ni una a una ni todas juntas. Pero de ahí a considerarlos moralmente responsables de actos aberrantes hay un abismo.
Rosa Regàs, Josep Borrell o Francesc de Carreras pertenecen al grupo de los elegidos porque son escépticos, si no directamente contrarios, al procesionismo (una forma delirante de catalanismo). Ése es el criterio, que se sepa. Lo contrario a una ideología política exclusivista, de vocación excluyente, indudablemente nacional(ista) es moralmente responsable de actos aberrantes. Ah, bien. Quedan ustedes avisados.
Se meten en el saco de los moralmente responsables de actos aberrantes a Josep Pla, Miquel Roca, Alejo Vidal-Quadras, Albert Boadella, Carme Chacón o el ínclito calvo Duran i Lleida. Caerán bien o mal, gustarán o no gustarán, pero ¿qué es esto? ¿De qué van esos señores? Con lo poco que cuesta hablar mal de todos y cada uno de estos personajes, se clasifican como moralmente responsables de actos aberrantes sólo porque no están de acuerdo con el procesionismo y nada más que por eso. Bravo.
Iguales méritos, si no superiores, para ser considerados canallas los reúnen personajes de la calaña de Millet, Pujol (cualquiera de ellos), Prenafeta, Alavedra, Prat y un largo etcétera de ladrones, corruptos y sinvergüenzas. Pero, no. Éstos, no. Éstos son de los nuestros. No nos vayamos a confundir.
¡Cuánta maldad y estupidez! Cuánta.