Una manera de acercarse al cielo es subir escalón tras escalón hasta lo más alto de la Torre de Arnolfo, el Campanile o el Cupolone. Supone un esfuerzo, lo sé, aunque soy de los que piensa que el resultado merece la pena, en los tres casos. La visita a las alturas, sin embargo, agota el fuelle.
Otra manera de acercarse al cielo es más sutil, pero no menos emocionante. Consiste en comerse un maravilloso helado italiano.
La heladería Carabé es suprema y su producto, delicioso, no se lo pierdan; la Carabé es una de las favoritas de los florentinos, lo que demuestra su buen gusto y discreción. Trabaja con productos de temporada y propone helados y granizados poco habituales para el turista. Pero... ¡qué buenos! Doy fe.
Los florentinos ofrecen muchos helados al peatón. Algunas heladerías no pretenden hacer sombra a nadie y sólo quieren hacer negocio vendiendo helados al turista. Pues la mayoría de éstas ofrecen unos helados que son una maravilla. Pronto se descubre que la tierra natal del turista es incapaz de producir semejante dulce.
Hay muy buenas heladerías. Las guías mencionan la Vivoli, por ejemplo, o la Grom... Los mejores cafés sirven postres helados que provocan gula y placeres intensos. De hecho, la mayor parte de los helados se venden en negocios que se anuncian como Caffè.
Pero un servidor de ustedes pasó por el Mercato Nuovo, se paró delante del escaparate de la Venchi y escuchó una voz que venía del cielo que le llamaba la atención. Al principio, me hice el sueco, pero... En fin... Sería la falta de azúcar, la deshidratación y el cansancio, pero palabra de honor que bajaron legiones de ángeles y me arrebataron del suelo y me llevaron a probar un gelato del Venchi.
¡Madre del Amor Hermoso! ¡Qué cosa más buena!
No imagino el Cielo, el Cielo de verdad, sin una heladería italiana.
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