Editorial Anagrama publica, traducida por Jaime Zulaika, la última novela (vamos a llamarla así) de Julian Barnes, El ruido del tiempo. Así lo supe, así me lancé en pos de un ejemplar en mi librería de guardia, porque Julian Barnes es uno de mis autores favoritos.
En El ruido del tiempo, Barnes echa mano de algo que llamaremos novela (creo que es novela), pero que navega por las aguas del ensayo y la biografía. Es un terreno en el que Barnes se mueve con elegancia y eficiencia, donde sabe dar lo mejor de sí. Recrea la vida de Shostakóvich, el famoso compositor, y gira toda ella alrededor de la complicada y dolorosa relación del arte y el poder, aunque quizá debiera emplear Arte y Poder, con mayúsculas.
Empieza lenta y hasta parece que erráticamente y sin que uno sepa cómo, cuándo o por qué, está atrapado en el relato y no puede dejar de leer. De errático, nada. Todo está en su sitio. ¡Qué bien escrita está...! Cuando comienza a relatar el miedo que suponía vivir a la sombra de Stalin alcanza una cumbre que muy pocos escritores pueden trepar. Arte, totalitarismo, miedo, sobre todo miedo, humillación, miseria... Hasta qué punto el Shostakóvich que retrata Barnes es el que fue realmente no importa, porque se ha convertido en una creación literaria de primera categoría. La obra es altamente recomendable, toda ella, de principio a fin. Otra vez, una vez más, Barnes vuelve a conseguirlo. ¡Léanla!
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