Estos días estoy trabajando en la edición del segundo volumen de mi Historia torcida de la Filosofía y la correctora me ha llamado la atención sobre las tildes en el adverbio sólo y los pronombres demostrativos, como éste, ése o aquél. Yo protesto, me quejo... pero me quedo solo y sólo me resta obedecer.
Aunque algunos académicos de la RAE y muchos polemistas ponen el grito en el cielo, la Academia resolvió hace ya unos años suprimir esas tildes. Sus razones son poderosas y mi correctora lleva razón, pero yo me resisto con uñas y dientes y cuando escribo para mí no me dejo una tilde. ¿Por qué razón? Sinceramente, por una razón muy egoísta, porque me gustan esas tildes, sólo porque me gusta verlas ahí puestas, porque no me siento tan solo con ellas cerquita. Cuando las borro, las añoro, inmediatamente.
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